Este
domingo 24 de agosto se cumplen 60 años del suicidio de Getulio Vargas, quien
entonces, era presidente de Brasil electo por última vez en 1950.
Roberto Utrero / Especial para Con
Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
Hombre
mayor, con larga trayectoria, mentor del Estado Novo, estaba alejado de la vida
política, vivía recluido voluntariamente en su hacienda gaúcha, de la que salió
impulsado por el apoyo popular recibido en aquellas elecciones.
Fue
sin duda la figura más importante de la política de Brasil del siglo XX. Él
coloca las bases del Estado moderno actual y, además, impulsa la cultura, la
economía, la administración a través de la creación de instituciones como
Petrobrás, Electrobrás o el IBGE, el Instituto Brasileño de Geografía y
Estadística. Además lleva su nombre la emblemática Fundación con sede en
Botafogo, en Río de Janeiro en donde se forma la elite dirigente brasileña.
El
suicidio siempre ha sido la decisión extrema de un hombre desesperado que, en
su soledad más radical no puede encontrar otra salida; siempre acarrea un
misterio y a la vez, despliega un manto de sospecha o acusación entre quienes
le rodean en esa instancia capital y no pueden contenerlo.
Con
Getulio Vargas es diferente, la carta que deja en su despacho del Palacio de
Catete, en la ciudad de Río de Janeiro, en donde se encontraba entonces la
capital brasileña, es una muestra palpable de los móviles que lo llevan a
quitarse la vida:
"Una vez más las fuerzas y los
intereses contra el pueblo se coordinaron y se desencadenaron sobre mí.
No me acusan, me insultan; no me combaten,
me difaman; y no me dan el derecho a defenderme. Necesitan apagar mi voz e
impedir mi acción, para que no continúe defendiendo, como siempre defendí, al
pueblo y principalmente a los humildes. Sigo lo que el destino me ha impuesto.
Después de décadas de dominio y privación de los grupos económicos y
financieros internacionales, me hicieron jefe de una revolución que gané.
Comencé el trabajo de liberación e instauré el régimen de libertad social. Tuve
que renunciar. Volví al gobierno en los brazos del pueblo.
La campaña subterránea de los grupos
internacionales se alió con grupos nacionales revolucionarios contra el régimen
de garantía del trabajo. La ley de trabajos extraordinarios fue interrumpida en
el Congreso. Contra la Justicia de la revisión del salario mínimo se
desencadenaron los odios. Quise crear la libertad nacional en la
potencialización de nuestras riquezas a través de Petrobrás, mal comienza ésta
a funcionar cuando la onda de agitación crece. La Eletrobrás fue obstaculizada
hasta la desesperación. No quieren que el pueblo sea independiente.
Asumí el gobierno dentro del espiral
inflacionario que destruía los valores del trabajo. Las ganancias de las
empresas extranjeras alcanzaban hasta el 500% al año. En las declaraciones de
valores de lo que importábamos existían fraudes que constataban más de 100
millones de dólares al año. Vino la crisis del café, se valorizó nuestro
principal producto. Intentamos defender su precio y la respuesta fue una
violenta represión sobre nuestra economía al punto de vernos obligados a ceder.
Vengo luchando mes a mes, día a día, hora a
hora, resistiendo la represión constante, incesante, soportando todo en
silencio, olvidando y renunciando a todo dentro de mí mismo, para defender al
pueblo que ahora se queda desamparado. Nada más les puedo dar a no ser mi
sangre. Si las aves de rapiña quieren la sangre de alguien, quieren continuar
chupando al pueblo brasileño, yo ofrezco en holocausto mí vida. Escojo este
medio para estar siempre con ustedes. Cuando los humillaren, sentirán mi alma
sufriendo a su lado. Cuando el hambre fuera a golpear sus puertas, sentirán en
sus pechos la energía de lucha para ustedes y sus hijos. Cuando los desprecien,
sentirán en mi pensamiento la fuerza para la reacción.
Mi sacrificio los mantendrá unidos y mi
nombre será su bandera de lucha. Cada gota de mi sangre será una llama inmortal
en su conciencia y mantendrá la vibración sangrada para resistir. Al odio
respondo con perdón. Y a los que piensan que me derrotan respondo con mi
victoria. Era un esclavo del pueblo y hoy me libro para la vida eterna. Pero
este pueblo, de quien fue esclavo, no será más esclavo de nadie. Mi sacrificio
quedará para siempre en sus almas y mi sangre tendrá el precio de su rescate.
Luché contra las privaciones en el Brasil.
Luché con el pecho abierto. El odio, las infamias, la calumnia no abatirán mi
ánimo. Les daré mi vida. Ahora les ofrezco mi muerte. Nada de temor.
Serenamente doy el primer paso al camino de la eternidad y salir de la vida
para entrar en la historia."[1]
Su muerte tal
como lo previno, lo transformó en mártir y su pensamiento quedó pendiente de
ser desarrollado por los presidentes que le sucedieron, hasta puede decirse que
la construcción de Brasilia se debe a su inspiración.
Sin embargo sus
detractores lo acusaron de populismo, cuando no, de demagogo, término al que
también recurren los adalides de la democracia cuando descalifican a quienes combaten las desigualdades.
El contenido de
su carta –el que resulta ilustrativo publicarlo en su extensión– resulta común
al discurso de los líderes actuales que están llevando a cabo el proceso de
cambio en América Latina, los enemigos con que él se enfrentaba son los mismos
aunque remozados.
La acusación
mediática ronda sobre los vicios del populismo, palabra polisémica que
retrotrae a la decimonónica dualidad de “civilización y barbarie”, con que se
trata de estigmatizar a los gobernantes que intentan mejorar la redistribución
de la riqueza y mejorar las condiciones de vida en nuestros países. En este
sentido cabe recordar a don Arturo Jauretche quien decía que “el caudillo era
el sindicato del gaucho” porque protegía a aquel ser errante que era presa de
la papeleta de conchabo, que les proveía de mano de obra esclava a los señores
ganaderos de la pampa argentina. Porque convengamos que el liderazgo
carismático se transforma de acuerdo al cristal con que se lo mire y de ello,
tenemos demasiadas muestras en la actualidad.
También se lo ha
tildado de paternalista, porque siempre sus discursos iban dirigidos a “los
trabajadores de Brasil”, esa clase obrera que iba emergiendo del campesinado de
la “República Vieja” para transformarse en el proletariado industrial que haría
el “milagro” de la década siguiente a su muerte.
En este punto
coinciden las izquierdas como las derechas. Las primeras porque reducen su
acción a la crítica intelectual sin mancharse las manos en el lodo de la
historia, y las segundas, al ver afectados sus intereses por el
intervencionismo estatal, se revuelven indignadas al perder privilegios. De
allí que se unan a sus patrones foráneos y desplieguen sus berrinches en los
grandes medios de difusión.
Getulio Vargas en
Brasil como Juan Domingo Perón en Argentina, rescataron del olvido a los
desposeídos y los transformaron en el colectivo social que realizaría los
cambios estructurales de la sociedad que, con avances y rupturas, continúa
hasta nuestros días. Consagraron los derechos sociales por sobre las
necesidades postergadas de los trabajadores, negadas desde siempre por las
oligarquías vernáculas y establecieron los beneficios del Estado de Bienestar.
Supieron oponerse a los buitres externos que andan eternamente al acecho.
La proyección de sus
legados puede observarse tanto en los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva,
Dilma Rousseff o Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner y,
seguramente se adviertan analogías en la República Bolivariana de Venezuela de
Chaves, en el Ecuador de Rafael Correa o, en la Bolivia de Evo Morales.
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