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sábado, 20 de septiembre de 2014

Correa, autoritarismo y democracia

Es  simplismo el calificar a los gobiernos de Correa como una democracia de fachada. En Ecuador se observa que con Correa, una fuerza política pluriideológica y multiclasista  ha impuesto su hegemonía en el sentido más gramsciano del término.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

La visita de Rafael Correa tuvo gran impacto en Guatemala. Y esto pudo deberse  a varios hechos. En primer lugar,  la capacidad política y administrativa del mandatario. Luego, su brillantez expositiva y articulación discursiva. Finalmente, la atención que han despertado los llamados gobiernos progresistas  en Latinoamérica, particularmente en los países andinos. Indudablemente entre ellos, el proceso ecuatoriano ha  generado críticas furibundas y grandes admiraciones. Y lo que  los medios guatemaltecos expresaron revela que personalidad y gobierno de Correa son controversiales allí también. La inmensa mayoría de la izquierda y el centro izquierda guatemaltecos quedaron impactados  por la contundencia discursiva asentada en datos incontrovertibles. La derecha no tuvo más que insistir en un Rafael Correa dictatorial y enemigo de la libertad de prensa. Un periodista (José Rubén Zamora)  que no representa a lo más ultramontano del país, sintetizó sin embargo lo que la derecha dijo del mandatario: “No me gusta y me parece censurable su autoritarismo, su mesianismo caudillista, su caciquismo disfrazado, que nos muestra una democracia, que más parece la fachada eficaz de una dictadura, que tiene como eje su afán de reelección indefinida”. Más aún: “Correa se muestra a sí mismo como un “iluminado”, que tiene el monopolio del saber y cierto gusto por el caciquismo totalitario, que tanto daño ha causado a Latinoamérica”.

Mucho se ha dicho de la personalidad autoritaria del presidente. De su obstinación en imponer lo que considera correcto para Ecuador. Imposible olvidar su chantaje de renunciar si su partido aprobaba la despenalización del aborto en la Asamblea Nacional. Pero a los neoliberales que reducen la democracia y la participación ciudadana a las elecciones, convendría recordarles lo siguiente: el mandatario ha ganado tres elecciones presidenciales con 57% de los votos (2006), 52% (2009) y 57% (2013).  El oficialismo y particularmente Alianza País ha ganado además 10 procesos electorales. Y las acusaciones  de coartar la libertad de prensa se deben en lo sustancial a su enfrentamiento con los grandes poderes fácticos que en Ecuador mantenían una dictadura mediática como la que observamos en otros países. La Ley de Comunicación promulgada finalmente en 2013 que define a la comunicación como servicio público da un espacio a empresas privadas pero también a públicas y comunitarias  (contrariamente a México recientemente) y da un amplio espacio al derecho de respuesta y multa el linchamiento mediático.

Es  simplismo el calificar a los gobiernos de Correa como una democracia de fachada. En Ecuador se observa que con Correa, una fuerza política pluriideológica y multiclasista  ha impuesto su hegemonía en el sentido más gramsciano del término. No existe terrorismo de estado, ejecución extrajudicial, desaparición forzada,  tortura, estado de excepción en Ecuador. Son respetadas las formas de la democracia liberal y representativa.

Pero extraño en Ecuador la profundización de la democracia participativa que Chávez impulsó en Venezuela a través de los consejos comunales. O la movilización popular en contra o a favor del gobierno que se observa en Bolivia. Y es esta participación activa y autónoma de los de abajo,  lo que verdaderamente revoluciona a una sociedad.

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