Recientemente, mientras
los sectores de poder tenían obnubilados a buena parte de la población
planetaria con ese circo romano moderno que es el Mundial de Fútbol, entre
gallos y medianoche el Congreso de la República sancionó el “decreto 19-2014
Ley para la protección de obtenciones vegetales”, popularmente conocido como
Ley Monsanto.
Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
Pobladores de Sololá, Guatemala, bloqueraron la ruta interamericana en protesta contra la ley Monsanto. |
Desde hace años, con
los planes neoliberales imperantes y con la desmovilización político-ideológica
fabulosa que se vive como producto de un proceso represivo único en
Latinoamérica (200.000 muertos y 45.000 desaparecidos), parece inconcebible
protestar. En muy buena medida, ya nos hemos acostumbrado a agachar la cabeza,
a resignarnos. ¡Cultura del silencio!, pudo llegarse a decir. Cultura de la
resignación, de la pura sobrevivencia.
Sin dudas, todo eso es
cierto. El terror incorporado que dejó en cada habitante la feroz represión de
estas décadas, la impunidad dominante, la violencia delincuencial que campea
exultante sirviendo, entre otras cosas, como disuasivo de intentos
organizativos (¿otra virtual guerra civil no declarada que mantiene bajo
control a la población?), todo eso fue sacando de la agenda cotidiana la idea
de lucha, de reivindicación, de alzar la voz. Pero como cantó Fito Páez: “¿quién dijo que todo está perdido?”
Recientemente, mientras
los sectores de poder tenían obnubilados a buena parte de la población
planetaria con ese circo romano moderno que es el Mundial de Fútbol, entre
gallos y medianoche el Congreso de la República sancionó el “decreto 19-2014
Ley para la protección de obtenciones vegetales”, popularmente conocido como
Ley Monsanto, por ser esta multinacional una de las principales beneficiarias
de la medida legislativa.
En síntesis, esta
artera maniobra, hecha a espaldas de todos los habitantes del país, en
secretividad y aprovechando un momento en que la atención general estaba
concentrada en este distractor del fútbol, atenta contra los pequeños
agricultores, base de la economía nacional, por cuanto otorga patentes para
especies vegetales a algunas grandes multinacionales (Monsanto, Dupont,
Syngenta, Duwest, Bayer, entre otras) en desmedro de la gran mayoría campesina.
Y más aún: pone en riesgo la seguridad alimentaria de la nación, en tanto se
podría pasar a depender de alimentos transgénicos producidos por estas empresas
extranjeras.
La maniobra no es
novedosa en estas latitudes: muchos países de Latinoamérica, en nombre de los
tratados del supuesto “libre” comercio, se ven forzados por estas gigantescas
corporaciones multinacionales a quedar a expensas de los productores de
materiales transgénicos. Las tradicionales agriculturas de sobrevivencia, y por
ende las enormes masas de población que viven de ellas, se ven forzadas a
entrar en una lógica comercial que los aniquila como sector. La seguridad
alimentaria de los países, por tanto, se ve severamente dañada. “Controla el petróleo y controlarás las
naciones, controla los alimentos y controlarás a los pueblos”, había
expresado en 1974 el ¿¡Premio Nobel de la Paz!? Henry Kissinger, ideólogo
principal de las posiciones más agresivas del gobierno estadounidense, adalid
justamente de esas multinacionales.
Hoy, con un mundo
neoliberal manejado con criterios absolutamente mafiosos por un grupo de
gigantes corporaciones, esa frase toma cuerpo, se hace palpable realidad. Los
diputados guatemaltecos se encargaron de darle vida legal en estas tierras.
Pero, insistamos: ¡no
todo está perdido! La reacción popular ante tamaña injusticia no se hizo
esperar apenas conocida la medida. Se sucedieron las protestas, y al menos de
momento la Corte de Constitucionalidad debió ponerle un freno
a la maniobra legislativa.
La ley no se ha
terminado de derogar. Quizá no se logre eso (la experiencia reciente con el
juicio del general José Efraín Ríos Montt, condenado por delitos de lesa
humanidad y liberado casi inmediatamente a consecuencia de las presiones de los
grupos de poder económico no es un buen antecedente). Pero no hay peor lucha
que la que no se hace.
Nadie dijo que la lucha
por un mundo más justo sea fácil, rápida, con el éxito asegurado de antemano.
La lucha implica sufrimiento, golpes, avances y retrocesos. Pero esa es la
historia de nuestra especie: cada pequeña mejora que se consigue en términos
sociales, se lo hace a costa de enormes sacrificios.
Esta medida de la Corte
de Constitucionalidad, que no es la derogación de la Ley sino la suspensión
temporal de algunos de sus artículos, no constituye de momento un triunfo
definitivo. Pero sin ningún lugar a dudas significa que el movimiento popular
no está derrotado, que sigue vivo, y que las ansias de justicia no han muerto.
Y más aún: ¡marca un camino por donde transitar! ¿Quién dijo que todo está
perdido?
En El Salvador pasa lo mismo que en Guatemala se aprobó el TLC. en un madrugón. Al campesino se le venden insecticidas y pesticidas prohibidas por al ONU. En la Asamblea Legislativa no existe la voluntad de derogar y también no tenemos un movimiento social capaz de movilizar y presionar como lo hizo en Guatemala.
ResponderEliminarEn El Salvador pasa lo mismo que en Guatemala se aprobó el TLC. en un madrugón. Al campesino se le venden insecticidas y pesticidas prohibidas por al ONU. En la Asamblea Legislativa no existe la voluntad de derogar y también no tenemos un movimiento social capaz de movilizar y presionar como lo hizo en Guatemala.
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