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sábado, 24 de enero de 2015

Costa Rica: La Cumbre de la CELAC y el aldeanismo

Más allá de preparativos, comitivas y discursos oficiales –y oficiosos-, lo cierto es que el balance de la presidencia costarricense de la CELAC es magro y no da para celebraciones: por contradicciones y rasgos de nuestra cultura política, dejamos pasar la oportunidad de impulsar con mayor decisión el acercamiento de Costa Rica a las nuevas realidades nuestroamericanas, por medio de este espacio de integración.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

La III Cumbre de la CELAC se realizará a finales del mes de enero en Costa Rica, un país en el que a su clase política dominante, anquilosada en sus prejuicios, le genera escozor tan solo la idea de sentarse a dialogar con gobiernos de izquierda, que impulsan proyectos nacional-populares y que se atrevieron a emprender caminos posneoliberales que cuestionan dogmas todavía vigentes en nuestra sociedad; un país en el que los medios de comunicación hegemónicos ya encendieron las alarmas ideológicas y desataron los fantasmas del anticomunismo por la presencia de delegaciones de Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia; y en definitiva, un país en el que los llamados grandilocuentes de los poderes fácticos para que el gobierno desarrolle con moderación y sensatez la política exterior, dejan al descubierto las enormes dificultades que se nos presentan cuando la historia nos reclama mirar y movernos más allá de los límites de nuestro aldeanismo.

El aldeanismo, como lo expuso magistralmente José Martí en su ensayo Nuestra América (1891), es un rasgo social y cultural construido a través del tiempo, que hace que el aldeano vanidoso crea que “el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos”.

En nuestro caso, ese aldeanismo que padecemos –por mucho que algunos les pese reconocerlo- llevó al gobierno de la expresidenta Laura Chinchilla a solicitar la presidencia de un organismo regional, de fuerte acento latinoamericanista, sin tener conciencia del compromiso que esto implicaba (el entonces canciller Enrique Castillo, días antes de asumir el mandato, hizo una declaración de fe panamericanista al afirmar que “la OEA es irreemplazable”); y mucho menos, de las expectativas que la CELAC ha despertado a nivel internacional, en el marco de la construcción del mundo multipolar. 

Más grave aún fue asumir una responsabilidad como esta, sin diseñar una estrategia de proyección regional de largo aliento, que superara los tradicionales temores, los cálculos electoreros criollos (Costa Rica obtuvo la presidencia pro tempore en medio de la campaña electoral que llevó al poder a Luis Guillermo Solís, y puso fin a ocho años de gobiernos de derecha) y las vacilaciones propias de una nueva administración que prefiere la Alianza del Pacífico antes que explorar caminos de integración en el sur (al presidente Solís no le interesa el ALBA, y el actual canciller Manuel González ha reconocido que la CELAC fue una herencia muy pesada, para la que no estaba preparado el gobierno).

Jorge Debravo, uno de los más importantes poetas costarricenses del siglo XX, reconocido por su compromiso social y su capacidad para dibujar con sus versos nuevas utopías políticas, escribió en los años sesenta: “Hace mucho que usamos este vestido /  en la casa / en la iglesia / y el gobierno. // Nos hemos habituado tanto a usarlo / que ahora nos da miedo / y no nos atrevemos a cambiarlo, / como si con el cambio nos quedáramos muertos. // Ajustamos los pasos, / las costumbres, los credos, / el amor / los pensamientos, / a la estrechez reseca de este traje / apolillado y viejo, / que empezó siendo objeto de servicio // y se nos ha trocado en carcelero”. Más allá de preparativos, comitivas y discursos oficiales –y oficiosos-, lo cierto es que el balance de la presidencia costarricense de la CELAC es magro (lo importante no es la cumbre en sí, sino el año de trabajo previo) y no da para celebraciones: por contradicciones y rasgos de nuestra cultura política, dejamos pasar la oportunidad de impulsar con mayor decisión el acercamiento de Costa Rica a las nuevas realidades nuestroamericanas, por medio de este espacio de integración. Reconocerlo ni es antipatriotismo ni delirio trasnochado: tan solo la constatación de que en materia de política exterior, como en tantos otros aspectos, mucho tendremos que desgarrar la estrechez de ese viejo vestido para alcanzar un verdadero cambio.

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