Más allá de
preparativos, comitivas y discursos oficiales –y oficiosos-, lo cierto es que
el balance de la presidencia costarricense de la CELAC es magro y no da para
celebraciones: por contradicciones y rasgos de nuestra cultura política,
dejamos pasar la oportunidad de impulsar con mayor decisión el acercamiento de
Costa Rica a las nuevas realidades nuestroamericanas, por medio de este espacio
de integración.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
La III Cumbre de la
CELAC se realizará a finales del mes de enero en Costa Rica, un país en el que
a su clase política dominante, anquilosada en sus prejuicios, le genera escozor
tan solo la idea de sentarse a dialogar con gobiernos de izquierda, que
impulsan proyectos nacional-populares y que se atrevieron a emprender caminos
posneoliberales que cuestionan dogmas todavía vigentes en nuestra sociedad; un
país en el que los medios de comunicación hegemónicos ya encendieron las
alarmas ideológicas y desataron los fantasmas del anticomunismo por la
presencia de delegaciones de Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia; y en
definitiva, un país en el que los llamados grandilocuentes de los poderes
fácticos para que el gobierno desarrolle con moderación y sensatez la
política exterior, dejan al descubierto las enormes dificultades que se nos
presentan cuando la historia nos reclama mirar y movernos más allá de los
límites de nuestro aldeanismo.
El aldeanismo, como lo
expuso magistralmente José Martí en su ensayo Nuestra América (1891), es un rasgo social y cultural construido a
través del tiempo, que hace que el aldeano vanidoso crea que “el mundo entero es su aldea, y con tal que
él quede de alcalde, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno
el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las
botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el
cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos”.
En nuestro caso, ese
aldeanismo que padecemos –por mucho que algunos les pese reconocerlo- llevó al gobierno
de la expresidenta Laura Chinchilla a solicitar la presidencia de un organismo
regional, de fuerte acento latinoamericanista, sin tener conciencia del
compromiso que esto implicaba (el entonces canciller Enrique Castillo, días
antes de asumir el mandato, hizo una declaración de fe panamericanista al
afirmar que “la
OEA es irreemplazable”); y mucho menos, de las expectativas que la
CELAC ha despertado a nivel internacional, en el marco de la construcción del
mundo multipolar.
Más grave aún fue
asumir una responsabilidad como esta, sin diseñar una estrategia de proyección
regional de largo aliento, que superara los tradicionales temores, los cálculos
electoreros criollos (Costa Rica obtuvo la presidencia pro tempore en medio de
la campaña electoral que llevó al poder a Luis Guillermo Solís, y puso fin a
ocho años de gobiernos de derecha) y las vacilaciones propias de una nueva
administración que prefiere la Alianza del Pacífico antes que explorar caminos
de integración en el sur (al presidente Solís no le interesa el ALBA, y el
actual canciller Manuel González ha reconocido que la CELAC fue una herencia
muy pesada, para la que no estaba preparado el gobierno).
Jorge Debravo, uno de
los más importantes poetas costarricenses del siglo XX, reconocido por su compromiso
social y su capacidad para dibujar con sus versos nuevas utopías políticas,
escribió en los años sesenta: “Hace mucho
que usamos este vestido / en la casa /
en la iglesia / y el gobierno. // Nos hemos habituado tanto a usarlo / que
ahora nos da miedo / y no nos atrevemos a cambiarlo, / como si con el cambio
nos quedáramos muertos. // Ajustamos los pasos, / las costumbres, los credos, /
el amor / los pensamientos, / a la estrechez reseca de este traje / apolillado
y viejo, / que empezó siendo objeto de servicio // y se nos ha trocado en
carcelero”. Más allá de preparativos, comitivas y discursos oficiales –y
oficiosos-, lo cierto es que el balance de la presidencia costarricense de la
CELAC es magro (lo importante no es la cumbre en sí, sino el año de trabajo previo) y no da para celebraciones: por contradicciones y rasgos de
nuestra cultura política, dejamos pasar la oportunidad de impulsar con mayor
decisión el acercamiento de Costa Rica a las nuevas realidades
nuestroamericanas, por medio de este espacio de integración. Reconocerlo ni es
antipatriotismo ni delirio trasnochado: tan solo la constatación de que en
materia de política exterior, como en tantos otros aspectos, mucho tendremos
que desgarrar la estrechez de ese viejo vestido para alcanzar un verdadero
cambio.
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