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sábado, 28 de febrero de 2015

Nuevamente recrudece el acoso a Venezuela

Venezuela no impulsa, ni lejanamente, un proyecto perfecto al que debemos aceptar acríticamente, pero es evidente que, para los grandes intereses capitalistas, solo con lo que está haciendo ya constituye un mal ejemplo para América Latina y el resto del mundo. Por eso quieren hacerla añicos.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

Hay que decir que el acoso a Venezuela “recrudece”, porque ese país está siendo acosado constantemente desde hace más de diez años. No hay que repetir, por conocidas, las razones que llevan a que Venezuela sea un eslabón de primerísimo orden para cualquiera que quiera ejercer su dominio e influencia en América Latina, o en el “Hemisferio Occidental” como acostumbran a decir otros.

Este acoso constante sigue pautas que ya probaron su eficacia en otras partes, pero se ponen al día en función de las circunstancias concretas. Es impresionante ver el papel estelar que juegan los medios de comunicación más poderosos, la sintonía que tienen, el libreto común que se repite en diferentes idiomas. Y es impresionante ver cómo la gente repite como lorito lo que estos medios dicen sin respaldo alguno, mintiendo abiertamente muchas veces, alimentándoles una bronca que se regodea en un sentido común construido por el neoliberalismo en estos últimos treinta años.

El papel de los Estados Unidos en todo esto es abiertamente injerencista, y las comparsas que tiene en América Latina dan pena: expresidentes de Colombia y Costa Rica, entre ellos don Oscar Arias Sánchez, instrumentos locales de la política de Washington en todo sentido, no solo referente a Venezuela pero especialmente en relación con ella.

Es claro que este ataque permanente no es solo contra este país. Se desprestigia cualquier paso que dé Nicaragua, Ecuador, Bolivia o Argentina y, cuando es posible, se derriba al gobierno, como en Honduras y Paraguay.

Se es más o menos condescendiente con la izquierda “suave”, con aquella que puede, incluso, pensar en un tratado de libre comercio con los Estados Unidos, y sus líderes más representativos son elevados a nivel de íconos que cada vez que abren la boca ofrecen una sentencia digna de ser labrada en mármol en la cúspide de algún monumento a la sabiduría humana. El pensamiento crítico latinoamericano debería pensar en el papel que juegan estos ensalzamientos en la estrategia global que busca arrinconar a los “mal portados”, los que constituyen una verdadera piedra en el zapato para los Estados Unidos y la derecha latinoamericana.

Como opuesto a ese modelo de sabio más allá del bien y del mal, el presidente Nicolás Maduro se presenta como el modelo del estúpido que solo está donde está porque lo puso a dedo su mentor Hugo Chávez. Éste, que mientras vivió fue vilipendiado con esos y otros epítetos incluso peores (que hacían alusión a su extracción de clase o el color de su piel y sus rasgos aindiados), ahora es visto con benevolencia, luego que la oposición de su país, en gesto que desdice la vocación cristiana de la que presume, le deseara fervientemente la muerte cuando se supo de la enfermedad que padecía.

Y cuando los argumentos y razonamientos de un líder de esta izquierda “mal portada” exhibe la brillantez de un Rafael Correa, se le oculta, y sus palabras solo circulan por las redes sociales mientras los grandes medios de comunicación lo ignoran.

Es decir, que hay un aparato mundial muy poderoso que actúa concertadamente, que tiene conciencia de su ascendencia sobre las mentes y corazones de la gente y la utiliza descaradamente. Y ¡ay se diga algo de democratizarlos!, porque quien se atreva será tildado de intentar violar la libertad de expresión, de antidemocrático, comunista estalinista trasnochado o cualquier otra invectiva descalificadora.

Venezuela no impulsa, ni lejanamente, un proyecto perfecto al que debemos aceptar acríticamente, pero es evidente que, para los grandes intereses capitalistas, solo con lo que está haciendo ya constituye un mal ejemplo para América Latina y el resto del mundo. Por eso quieren hacerla añicos.

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