Venezuela no impulsa, ni lejanamente, un
proyecto perfecto al que debemos aceptar acríticamente, pero es evidente que, para
los grandes intereses capitalistas, solo con lo que está haciendo ya constituye
un mal ejemplo para América Latina y el resto del mundo. Por eso quieren
hacerla añicos.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Hay que decir que el acoso a Venezuela
“recrudece”, porque ese país está siendo acosado constantemente desde hace más
de diez años. No hay que repetir, por conocidas, las razones que llevan a que
Venezuela sea un eslabón de primerísimo orden para cualquiera que quiera
ejercer su dominio e influencia en América Latina, o en el “Hemisferio
Occidental” como acostumbran a decir otros.
Este acoso constante sigue pautas que ya
probaron su eficacia en otras partes, pero se ponen al día en función de las
circunstancias concretas. Es impresionante ver el papel estelar que juegan los
medios de comunicación más poderosos, la sintonía que tienen, el libreto común
que se repite en diferentes idiomas. Y es impresionante ver cómo la gente
repite como lorito lo que estos medios dicen sin respaldo alguno, mintiendo
abiertamente muchas veces, alimentándoles una bronca que se regodea en un
sentido común construido por el neoliberalismo en estos últimos treinta años.
El papel de los Estados Unidos en todo
esto es abiertamente injerencista, y las comparsas que tiene en América Latina
dan pena: expresidentes de Colombia y Costa Rica, entre ellos don Oscar Arias
Sánchez, instrumentos locales de la política de Washington en todo sentido, no
solo referente a Venezuela pero especialmente en relación con ella.
Es claro que este ataque permanente no
es solo contra este país. Se desprestigia cualquier paso que dé Nicaragua,
Ecuador, Bolivia o Argentina y, cuando es posible, se derriba al gobierno, como
en Honduras y Paraguay.
Se es más o menos condescendiente con la
izquierda “suave”, con aquella que puede, incluso, pensar en un tratado de
libre comercio con los Estados Unidos, y sus líderes más representativos son
elevados a nivel de íconos que cada vez que abren la boca ofrecen una sentencia
digna de ser labrada en mármol en la cúspide de algún monumento a la sabiduría
humana. El pensamiento crítico latinoamericano debería pensar en el papel que
juegan estos ensalzamientos en la estrategia global que busca arrinconar a los
“mal portados”, los que constituyen una verdadera piedra en el zapato para los
Estados Unidos y la derecha latinoamericana.
Como opuesto a ese modelo de sabio más
allá del bien y del mal, el presidente Nicolás Maduro se presenta como el
modelo del estúpido que solo está donde está porque lo puso a dedo su mentor
Hugo Chávez. Éste, que mientras vivió fue vilipendiado con esos y otros
epítetos incluso peores (que hacían alusión a su extracción de clase o el color
de su piel y sus rasgos aindiados), ahora es visto con benevolencia, luego que
la oposición de su país, en gesto que desdice la vocación cristiana de la que
presume, le deseara fervientemente la muerte cuando se supo de la enfermedad
que padecía.
Y cuando los argumentos y razonamientos
de un líder de esta izquierda “mal portada” exhibe la brillantez de un Rafael
Correa, se le oculta, y sus palabras solo circulan por las redes sociales
mientras los grandes medios de comunicación lo ignoran.
Es decir, que hay un aparato mundial muy
poderoso que actúa concertadamente, que tiene conciencia de su ascendencia
sobre las mentes y corazones de la gente y la utiliza descaradamente. Y ¡ay se
diga algo de democratizarlos!, porque quien se atreva será tildado de intentar
violar la libertad de expresión, de antidemocrático, comunista estalinista
trasnochado o cualquier otra invectiva descalificadora.
Venezuela no impulsa, ni lejanamente, un
proyecto perfecto al que debemos aceptar acríticamente, pero es evidente que, para
los grandes intereses capitalistas, solo con lo que está haciendo ya constituye
un mal ejemplo para América Latina y el resto del mundo. Por eso quieren
hacerla añicos.
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