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sábado, 28 de marzo de 2015

El Salvador: A 35 años del asesinato de Monseñor Romero, sigue la pugna ideológica en la iglesia católica ante su canonización

La pugna ideológica en el seno de la Iglesia Católica ha sido una constante en América Latina, incluso desde los tiempos de la Colonia (recuérdese la agria disputa entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda). Uno de quienes tanto la sufrió, monseñor Pedro Casaldáliga, quien inmediatamente después del asesinato de Romero escribió para él un poema en el que le llama San Romero de América, supo reconocer el carácter popular del reconocimiento de Romero como un santo católico.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

Monseñor Oscar Arnulfo Romero
Jon Sobrino, jesuita catalán otrora estrecho colaborador de Monseñor Romero, dice que: “A diferencia, por ejemplo, con lo ocurrido con la madre Teresa de Calcuta --acogida y venerada por Iglesias y gobiernos–- Monseñor Romero no fue bien visto, en general, por la jerarquía eclesiástica”.

Eso no ha sucedido solamente con el proceso de canonización que dentro un par de meses concluirá positivamente. En vida, la Conferencia Episcopal salvadoreña no solo se opuso sino actuó, en medio de las terribles condiciones de represión que vivía el pueblo salvadoreño, abiertamente en contra suya.

Cuando Romero publicó su tercera carta pastoral sobre “La Iglesia y las organizaciones populares”, los otros cuatro obispos de la Conferencia hicieron público un mensaje oponiéndose, y no asistieron a su entierro después que fuera vilmente asesinado por la ultraderecha salvadoreña.

Años más tarde, ante la visita a El Salvador del papa Juan Pablo II en 1996, cuando este preguntó a los obispos qué pensaban de la canonización de Monseñor, el entonces presidente de la Conferencia Episcopal respondió que Romero había sido responsable de 70,000 muertos.

Como es ya bien conocido, Romero visitó El Vaticano e intentó reunirse con ese mismo papa, pero no solo no logró una audiencia sino que, además, fue rechazado por el pontífice y reconvenido públicamente para que dejara de crear problemas con el gobierno.

¿Qué otra cosa podía esperarse de un papa que, en ese mismo periplo en el que consultó con los obispos salvadoreños, ante el ruego de madres nicaragüenses mientras leía su discurso público en Managua, para que dijera unas palabras por sus hijos muertos en la guerra con la contra, no supo sino regañarlas y llamarlas a la obediencia, tal como unas horas antes había hecho con Ernesto Cardenal, a la sazón ministro de cultura del gobierno sandinista?

Ahora, cuando su beatificación es eminente gracias al desbloqueo de su causa por parte del papa Francisco, el Vaticano ha reconocido que desde algunos sectores se intentó denigrar a monseñor Romero tildándole de “desequilibrado”, “marxista” o “títere de la teología de la liberación”.

El arzobispo italiano Vincenzo Paglia, actual presidente del Consejo Pontificio de la Familia, postulador de la causa de beatificación de Romero reconoció, en febrero pasado, las numerosas trabas que sufrió el proceso, y lo decisivo que fue el desbloqueo del “papa latinoamericano”, sin el cual la próxima beatificación habría sido imposible.

Entre los enemigos de Romero dentro del Vaticano figuran dos influyentes cardenales, los colombianos Alfonso López Trujillo, ya fallecido y conocido por sus posiciones ultraconservadoras, y Darío Castrillón Hoyos, jubilado, los cuales ocupaban en la década del 90 importantes cargos en la curia romana.

Andrea Riccardi, fundador de la comunidad de San Egidio, el movimiento católico que apoyó y financió la causa de Romero, dijo al respecto que “López Trujillo temía que la beatificación de Romero se transformara en la canonización de la Teología de la Liberación”.

La pugna ideológica en el seno de la Iglesia Católica ha sido una constante en América Latina, incluso desde los tiempos de la Colonia (recuérdese la agria disputa entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda). Uno de quienes tanto la sufrió, monseñor Pedro Casaldáliga, quien inmediatamente después del asesinato de Romero escribió para él un poema en el que le llama San Romero de América, supo reconocer el carácter popular del reconocimiento de Romero como un santo católico. El aparato eclesiástico, por su parte, tan reaccionario siempre, tan cercano y cómplice con el poder de los que más se alejan de las prédicas de Jesús, vio y sigue viendo en él un peligro.

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