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sábado, 18 de abril de 2015

Cumbre histórica

No se puede pedir a aquellos pueblos que han sido víctimas del terror de sangrientas dictaduras, armadas, entrenadas, financiadas y apoyadas por la CIA y  el Departamento de Estado, que hagan tabla rasa del pasado.  Quienes se niegan a asumir su responsabilidad por los crímenes del pasado es porque se saben culpables o cómplices.

Arnoldo Mora Rodríguez* / Especial para Con Nuestra América

En días pasados la humanidad  entera fue testigo  de un evento henchido de esperanza en un mundo tan urgido de ella, en  la vecina Panamá. Sus protagonistas fueron los jefes de Estado o sus representantes de nuestro continente, con ocasión de celebrarse la VII Cumbre de América. Este evento se celebra  desde 1994 cuando en Miami  Clinton propuso el ALCA, que fue rechazado  en  Punta de Este a inicios de este siglo. Allí los yanquis comenzaron a percatarse, gracias a la patriótica firmeza de Chaves, Kichner y Lula, de que Nuestra América se negaba ser su dócil patrio trasero y reclamaba un diálogo entre iguales, basado en el respeto al derecho internacional y a un trato justo en el intercambio comercial. La tendencia se hizo incontenible.  La nueva América Latina, liderada ahora por Raúl, Correa, Maduro, Cristina  y Evo,  hizo sentir su voz. El Washington imperial ha debido inclinarse ante la realidad: están aislados. Con  lucidez, Obama no solo lo ha reconocido sino que fue mas lejos al reconocer el carácter irreversible de la Revolución Cubana que sus antecesores habían satanizado, a pesar de los fallidos aunque meritorios intentos de  Kennedy y  de Clinton  con la mediación de García Márquez, aunque en 1996 firmó la infame ley Helms-Burton. Como se ve, no todo es obcecación y estulticia en Washington. Obama tiene el mérito de, no solo de haber aceptado a la Cuba revolucionaria y socialista y  de haber escuchado - aunque se ausentó cuando iba a hablar Maduro -  como si de un ejercicio escolar se tratara, las verdades que allí dijeron los mas calificados líderes de la región, sino de haber palpado una atmósfera que no es la habitual en los pasadizos de su entorno habitual.

Sin embargo, todavía falta mucho camino por recorrer. Las erráticas políticas de Washington provienen de un rasgo estructural que caracteriza a los regímenes  imperiales: carecen de política exterior porque para ellos el exterior no existe. Asumen  que el Universo en su totalidad (suelo, subsuelo y espacio sideral)  les pertenece; por lo que pisotean las normas básicas del derecho internacional cuando consideran, por sí y ante sí, que sus “intereses” se ven lesionados.  No han firmado ningún acuerdo internacional que los obligue a respetar los derechos humanos y se niegan a aceptar la jurisdicción de los tribunales internacionales que sancionan a quienes los infringen. Y sin embargo, no tienen empacho de censurar y descalificar como no “democráticos” a los países que se oponen a sus dictados imperiales, considerándolos  violadores de los derechos humanos y les imponen “castigos”, que van desde invasiones militares hasta embargos económicos.

Pero debemos recordar que la política norteamericana hacia afuera no es mas que el reflejo de su situación interna.   La composición del electorado norteamericano  ha cambiado. Afrodescendientes  y  latinos junto a la juventud han hecho presidente a Obama por dos veces.  En el caso específico de Cuba, 75% de los ciudadanos quieren que se establezcan relaciones normales con la Isla. Incluso cerca del 62% de los jóvenes de origen cubano y que viven en Miami quieren dicha normalización. Poderosos grupos empresariales, especialmente del sector agroexportador y de las trasnacionales de la farmacia, desean esas relaciones porque temen con justificada razón estar perdiendo un mercado que ya están ocupando otras naciones, cercanas como Venezuela y Brasil y lejanas como China y Rusia. ¿Podrá alguien que quiera vivir en la Casa Blanca ignorar esta realidad? Esto explica en buena medida la política de relativa apertura hacia Cuba asumida por algunos sectores políticos norteamericanos, especialmente en las filas del Partido Demócrata.

En consecuencia y siendo realistas, el diálogo con el Sur se impone. Este diálogo implica no solo reconocer el carácter irreversible de las revoluciones antimperialistas que tienen como paradigma  la Cuba de Fidel y el Che, sino asumir la responsabilidad de los errores y crímenes de ayer y de hoy. Solo se puede construir el futuro hacia donde esperamos ir si  se asume el pasado de donde venimos. Ignorar el pasado es para los pueblos como sufrir de Alzheimer para los individuos. No se puede pedir a aquellos pueblos que han sido víctimas del terror de sangrientas dictaduras, armadas, entrenadas, financiadas y apoyadas por la CIA y  el Departamento de Estado, que hagan tabla rasa del pasado.  Quienes se niegan a asumir su responsabilidad por los crímenes del pasado es porque se saben culpables o cómplices.

Las decisiones  en vistas a promover una paz real en el continente  por parte de los organismos que expresan la unidad de nuestros pueblos, como UNASUR y la CELAC,  proclamando que nuestros territorios no albergan  armas nucleares,  pero reclamando, basadas en el derecho y no en la fuerza, que Gran Bretaña devuelva a Argentina las Islas Malvinas, es prueba de la voluntad de paz de los países integrantes de este subcontinente. Dentro de este mismo espíritu, nuestros pueblos  exigen el desmantelamiento de las bases militares de los Estados Unidos en la Patria de Bolívar y Martí; lo mismo que la devolución a Cuba de Guantánamo  y la independencia de Puerto Rico.

Todo lo cual confirma una verdad de Perogrullo: el único camino civilizado de la política es el diálogo franco y sin condiciones. Y ese diálogo ha privado en esta cumbre. Por eso se convierte en un rayo de esperanza no solo para nuestras relaciones intercontinentales, sino como camino a seguir en otras partes del mundo donde el ruido de los cañones acalla los gritos de las víctimas que claman por una paz justa y duradera. Quiera Dios-Jahveh-Alá que el ejemplo de Panamá se extienda a esas regiones.

*Filósofo costarricense, ex Ministro de Cultura y miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.

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