No
se puede pedir a aquellos pueblos que han sido víctimas del terror de
sangrientas dictaduras, armadas, entrenadas, financiadas y apoyadas por la CIA
y el Departamento de Estado, que hagan
tabla rasa del pasado. Quienes se niegan
a asumir su responsabilidad por los crímenes del pasado es porque se saben
culpables o cómplices.
Arnoldo Mora Rodríguez* / Especial para
Con Nuestra América
En
días pasados la humanidad entera fue
testigo de un evento henchido de
esperanza en un mundo tan urgido de ella, en
la vecina Panamá. Sus protagonistas fueron los jefes de Estado o sus
representantes de nuestro continente, con ocasión de celebrarse la VII Cumbre
de América. Este evento se celebra desde
1994 cuando en Miami Clinton propuso el
ALCA, que fue rechazado en Punta de Este a inicios de este siglo. Allí
los yanquis comenzaron a percatarse, gracias a la patriótica firmeza de Chaves,
Kichner y Lula, de que Nuestra América se negaba ser su dócil patrio trasero y
reclamaba un diálogo entre iguales, basado en el respeto al derecho
internacional y a un trato justo en el intercambio comercial. La tendencia se
hizo incontenible. La nueva América
Latina, liderada ahora por Raúl, Correa, Maduro, Cristina y Evo,
hizo sentir su voz. El Washington imperial ha debido inclinarse ante la realidad:
están aislados. Con lucidez, Obama no
solo lo ha reconocido sino que fue mas lejos al reconocer el carácter irreversible
de la Revolución Cubana que sus antecesores habían satanizado, a pesar de los
fallidos aunque meritorios intentos de Kennedy
y de Clinton con la mediación de García Márquez, aunque en
1996 firmó la infame ley Helms-Burton. Como se ve, no todo es obcecación y estulticia
en Washington. Obama tiene el mérito de, no solo de haber aceptado a la Cuba
revolucionaria y socialista y de haber
escuchado - aunque se ausentó cuando iba a hablar Maduro - como si de un ejercicio escolar se tratara,
las verdades que allí dijeron los mas calificados líderes de la región, sino de
haber palpado una atmósfera que no es la habitual en los pasadizos de su
entorno habitual.
Sin embargo,
todavía falta mucho camino por recorrer. Las erráticas políticas de Washington
provienen de un rasgo estructural que caracteriza a los regímenes imperiales: carecen de política exterior porque
para ellos el exterior no existe. Asumen que el Universo en su totalidad (suelo,
subsuelo y espacio sideral) les pertenece;
por lo que pisotean las normas básicas del derecho internacional cuando consideran,
por sí y ante sí, que sus “intereses” se ven lesionados. No han firmado ningún acuerdo internacional que
los obligue a respetar los derechos humanos y se niegan a aceptar la
jurisdicción de los tribunales internacionales que sancionan a quienes los
infringen. Y sin embargo, no tienen empacho de censurar y descalificar como no
“democráticos” a los países que se oponen a sus dictados imperiales,
considerándolos violadores de los
derechos humanos y les imponen “castigos”, que van desde invasiones militares hasta
embargos económicos.
Pero
debemos recordar que la política norteamericana hacia afuera no es mas que el reflejo
de su situación interna. La composición
del electorado norteamericano ha
cambiado. Afrodescendientes y latinos junto a la juventud han hecho
presidente a Obama por dos veces. En el
caso específico de Cuba, 75% de los ciudadanos quieren que se establezcan relaciones
normales con la Isla. Incluso cerca del 62% de los jóvenes de origen cubano y
que viven en Miami quieren dicha normalización. Poderosos grupos empresariales,
especialmente del sector agroexportador y de las trasnacionales de la farmacia,
desean esas relaciones porque temen con justificada razón estar perdiendo un
mercado que ya están ocupando otras naciones, cercanas como Venezuela y Brasil
y lejanas como China y Rusia. ¿Podrá alguien que quiera vivir en la Casa Blanca
ignorar esta realidad? Esto explica en buena medida la política de relativa
apertura hacia Cuba asumida por algunos sectores políticos norteamericanos, especialmente
en las filas del Partido Demócrata.
En
consecuencia y siendo realistas, el diálogo con el Sur se impone. Este diálogo implica
no solo reconocer el carácter irreversible de las revoluciones antimperialistas
que tienen como paradigma la Cuba de Fidel
y el Che, sino asumir la responsabilidad de los errores y crímenes de ayer y de
hoy. Solo se puede construir el futuro hacia donde esperamos ir si se asume el pasado de donde venimos. Ignorar
el pasado es para los pueblos como sufrir de Alzheimer para los individuos. No
se puede pedir a aquellos pueblos que han sido víctimas del terror de
sangrientas dictaduras, armadas, entrenadas, financiadas y apoyadas por la CIA
y el Departamento de Estado, que hagan
tabla rasa del pasado. Quienes se niegan
a asumir su responsabilidad por los crímenes del pasado es porque se saben
culpables o cómplices.
Las
decisiones en vistas a promover una paz
real en el continente por parte de los
organismos que expresan la unidad de nuestros pueblos, como UNASUR y la
CELAC, proclamando que nuestros
territorios no albergan armas
nucleares, pero reclamando, basadas en
el derecho y no en la fuerza, que Gran Bretaña devuelva a Argentina las Islas
Malvinas, es prueba de la voluntad de paz de los países integrantes de este
subcontinente. Dentro de este mismo espíritu, nuestros pueblos exigen el desmantelamiento de las bases militares
de los Estados Unidos en la Patria de Bolívar y Martí; lo mismo que la
devolución a Cuba de Guantánamo y la independencia
de Puerto Rico.
Todo
lo cual confirma una verdad de Perogrullo: el único camino civilizado de la
política es el diálogo franco y sin condiciones. Y ese diálogo ha privado en
esta cumbre. Por eso se convierte en un rayo de esperanza no solo para nuestras
relaciones intercontinentales, sino como camino a seguir en otras partes del
mundo donde el ruido de los cañones acalla los gritos de las víctimas que
claman por una paz justa y duradera. Quiera Dios-Jahveh-Alá que el ejemplo de
Panamá se extienda a esas regiones.
*Filósofo costarricense, ex
Ministro de Cultura y miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.
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