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sábado, 25 de abril de 2015

El Salvador: de la guerra revolucionaria a la guerra contra las maras

La violencia está desbordada en el Triángulo Norte centroamericano. En El Salvador, la tregua entre las maras y el gobierno, lograda durante la administración de Mauricio Funes, se ha evaporado, y la respuesta gubernamental es tan parecida a la que le daba la derecha a la guerrilla en los años ochenta que da miedo: es la de nunca acabar, la de la serpiente que se muerde la cola, la del circulo vicioso que solo lleva a más violencia.

Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica

Batallones policiales de El Salvador
Durante el pacto logrado por Funes, los asesinatos decrecieron vertiginosamente y pareció abrirse una luz de esperanza. Pero ahora, con 60,000 pandilleros en las calles y 10,000 en las cárceles, se da una nueva vuelta de tuerca y el gobierno decide crear batallones especializados de la policía y el ejército para combatirlos. Violencia contra violencia.

Y, en el colmo de la paradoja, los que ayer impulsaron las políticas bélicas llaman a la cordura, y utilizan los mismos argumentos que ayer utilizó la izquierda guerrillera: a la violencia no se le combate con más violencia, sino eliminando las condiciones económicas y sociales que la hacen posible. Es decir, lo que antes era negro ahora es blanco, y lo que era blanco ahora es negro.

Ante esta inversión de papeles, lo único cierto es que la violencia sigue y alcanza niveles paroxísticos. En esta hecatombe, ya no se sabe si el otro gran fenómeno de la sociedad salvadoreña, la migración, es producto de la violencia, o si la violencia es producto de los desgarres que producen en la sociedad la migración.

Lo cierto es que pareciera que nadie sabe qué hacer. Los gobiernos de derechas de Guatemala y Honduras recetan la misma fórmula que el de izquierdas de El Salvador, mano dura, represión, y la sociedad lo aprueba. Los Estados Unidos, metidos en el tinglado ante la avalancha de jovencitos que arribó a su frontera sur el año pasado, propone una Alianza para la Prosperidad que, como siempre, no es más que otra estrategia para llevar agua a su molino tratando de crearle condiciones a las compañías transnacionales para que lleguen a gozar de las “ventajas comparativas” (bajos salarios) al lugar mismo de donde es originaria y no tengan que utilizarla, más cara, en los mismos Estados Unidos.

Incapacidad, intereses creados, corrupción, tráfico de drogas, pobreza crónica y cercanía con los estados Unidos se amalgaman en un cóctel sicodélico que mata y que nadie sabe por qué punta agarrar para intentar desactivarlo.

De ese cóctel revuelto saca ganancias más de uno, y no delincuentes marginados sociales que huyen por los tejados de la ciudad como terminó Pablo Escobar en Colombia, sino ejecutivos gubernamentales de cuello blanco o uniformes camuflados que heredaron un andamiaje mafioso de los tiempos de la guerra (la primera, la que enfrentaba a las guerrillas con el gobierno) y al que le han sabido sacar buen recaudo.

Pongan los vecinos de estos a quienes les arden las barbas a remojar las suyas. En Costa Rica, que ha erigido su identidad nacional en torno al mito del pacifismo, la escalada de asesinatos no da tregua en los primeros meses del 2015. “Es la violencia entre los grupos de narcotraficantes” dicen aún algunos, mientras cada vez muere más gente baleada en plena vía pública y a cualquier hora del día, y la clase media se esconde atemorizada de ser objeto de lo que en los países vecinos es ya pan de cada día, los secuestros, los asaltos a viviendas, los “bajonazos” de los carro de lujo.

Son sociedades en descomposición que caen a pique en un pozo oscuro que da miedo a todo el mundo pero del que no se sabe cómo salir. Nadie parece ver la relación entre el modelo de desarrollo y las consecuencias que ahora se sufren. Los mismos que abogan por medidas que solo llevarán a la profundización de los males sociales que producen la violencia, son los que se mesan los cabellos y se encierran aterrorizados tras las rejas de sus casas.

¿Hasta qué punto llegaremos? ¿Cómo serán en estas circunstancias las sociedades centroamericanas del futuro? Es una incógnita que, por ahora, nadie sabe despejar.

  

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