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sábado, 25 de abril de 2015

El Papa que va a Cuba

La Iglesia católica, en decadencia continua durante los últimos cincuenta años, ha renacido bajo su mandato e influjo. Con muchos hechos y cierto toque de demagogia y manejo mediático, Francisco sacude al mundo con gestos casi diarios.

Roberto Follari / El Telégrafo (Ecuador)

El Papa Francisco
Francisco irá a Cuba antes de llegar en viaje a EE.UU., se informa. Antes, ya medió para que las relaciones entre ambos países se hayan descongelado. Es el mismo Papa que ha abogado por un trato respetuoso para los homosexuales -sin llegar a admitir el matrimonio igualitario-, y el que acaba de destituir a un obispo por proteger a un sacerdote abusador de niños.

Es extraordinario que un Papa tome estas decisiones; más aún, que inste a los católicos jóvenes a “hacer lío”, como si fuera el eco de Mao cuando este decía que “hay un gran desorden bajo el cielo; hace muy buen tiempo”. El estilo campechano, inconfundiblemente ‘porteño’ (de Buenos Aires) que muestra el Papa, lo pone muy lejos y por delante de los pontífices conservadores que lo antecedieron en el sillón de San Pedro.

La astucia de Bergoglio está al servicio de su estrategia; en Argentina, antes de ser Papa, pasaba él también por conservador. Se oponía al Gobierno por ser este de una moderada pero clara izquierda, y se reunía con conspicuas dirigentes de la oposición de derecha, tal el caso de Carrió y de Michetti. Pero al llegar al Vaticano Bergoglio mutó en Francisco, y desde su nuevo lugar inició un proceso de relegitimación de la Iglesia que decidió posarse en el lado progresista del espectro ideológico mundial.

La historia peronista de Bergoglio lo ayudó en este sentido, pues se lo liga a lo que fue ‘Guardia de Hierro’, una organización con trabajo de base, si bien ubicada en un lugar lejano a las izquierdas. Lo cierto es que el peronismo es pueblo y es clase obrera en Argentina, y todo ello se evidencia en la sensibilidad que el Papa decidió encarnar en su propia piel.

Sin dudas que ha mejorado en mucho las conductas de la Iglesia (la crítica a Francia cuando lo de Charlie Hebdo, los llamados a usar de otro modo los dineros privados y públicos son también ejemplos); sin dudas también que otras posiciones no quiere cambiarlas, y que algunas quiere, pero no lo han de dejar; la curia vaticana disputa por sus propios criterios.

Lo cierto es que la Iglesia católica, en decadencia continua durante los últimos cincuenta años, ha renacido bajo su mandato e influjo. Con muchos hechos y cierto toque de demagogia y manejo mediático, Francisco sacude al mundo con gestos casi diarios.

Claro que ese renacer de la Iglesia es ambivalente en sus efectos. Es verdad que la religión es algo más que la Iglesia, y que “el porvenir de esa ilusión” (Freud) se muestra mucho más fuerte de lo que se pensó a comienzos del siglo XX. Es cierto que la religión obra como “opio de los pueblos” (Marx) todavía hoy, pero que también ha prohijado a obispos mártires como Romero y Angelelli, o populares como Arns, Proaño y Helder Cámara. En todo caso, lo que queda claro es que no tenía razón Althusser cuando pretendía a la Iglesia como “aparato ideológico del Estado”, pues desaparecen los Estados y la Iglesia siempre continúa, de modo que legados como el de Francisco resultan decisivos para sostener esa perpetuación histórica.

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