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sábado, 4 de abril de 2015

Las Américas y aquel ABC de Perón (I parte)

¿Qué esperar de la séptima Cumbre de las mal llamadas “Amé­ricas” (Panamá, 10-11 abril), un aquelarre inventado por el Consenso de Washington y la anacrónica OEA en el decenio de 1990? ¿Un choque entre gobiernos serviles o renuentes a Estados Unidos, o el hipócrita “consenso” que al imperio le facilite ofrecer, bilateralmente, zanahorias para Cuba y garrotes para Venezuela?

José Steinsleger / LA JORNADA

A 10 años del entierro del ALCA (cuarta Cumbre de Mar del Plata), parecería que el “panamericanismo” en versión new age trata de recuperarse de sus crónicas derivas. Es lo que se trasluce de la creciente partición entre el mare nostrum caribeño y mesoamericano, y algunos gobiernos del sur que andan juntos para marchar separados, fortaleciendo desconfianzas, miedos, desunión.

Con la aparición de Hugo Chávez, la revolución bolivariana y la vigorosa irrupción de los movimientos populares en América Latina, muchas cosas empezaron a cambiar. Estos procesos conllevan, en efecto, sentimientos comunes con otros: la “Patria Grande” de Bolívar, la “América nuestra” de Martí.

Pero en el cono sur sus lecturas no admiten fáciles analogías. V. gr.: las maniobras de Inglaterra para que Brasil expandiera su vasto territorio, Chile se convirtiera en un British garden, Argentina levantara un enclave neocolonial similar al de Hong Kong y, en medio, un “algodón entre dos cristales”: Uruguay. Mientras Paraguay, por resistirse a la geopolítica del Foreign Office, fue literalmente reducido a cenizas por sus vecinos.

Para no ir lejos, aterricemos en la segunda etapa del “panamericanismo”, luego de que en la Conferencia de Yalta Washington y Moscú se repartieron el mundo de posguerra (1945). El capitalismo, entonces, descubre nuevos enemigos: los pueblos que luchan contra el colonialismo, intentando su liberación por vía armada.

En América Latina, donde con excepción de Puerto Rico no había lucha anticolonial, Estados Unidos concluye que la “penetración ideológica del comunismo” era una forma de “agresión extracontinental”. Cosa curiosa, pues bien sabía Washington que los partidos comunistas de la época no tenían permiso para pensar.

El de 1953 fue un año de inflexión: muerte de Stalin, empate militar en la guerra de Corea, clímax del macartismo en Estados Unidos, carrusel de ensayos nucleares bajo tierra, en Irán la CIA derroca al gobierno nacionalista de Mossadegh, en España Washington decide apoyar a Franco, y en Indochina Ho Chi Minh lanza una profecía: “Los imperialistas norteamericanos incitan a Francia a intensificar su guerra de reconquista en Vietnam. Lo que quieren es debilitar a los franceses para ocupar su lugar”.

Tal era el clima de la época, con los intelectuales de París decodificando qué quiso decir Samuel Beckett en Esperando a Godot: “Nada ocurre, nadie viene, nadie va, es terrible”. Angustias de la gente intoxicada de “cultura”. Porque en sentido contrario, en julio de aquel año, un joven médico se despedía en Buenos Aires de padres, hermanos y amigos, exclamando “¡Aquí va un soldado de América!”, desde un tren que la locomotora de la historia ponía en marcha. Y días después, en rara sincronía, otro joven inquieto encabezaba el ataque al cuartel Moncada, rompiendo en dos la historia de Cuba y América Latina.

Sin saber qué hacer con el “ecléctico” Juan D. Perón, Moscú y Washington lo calificaron de “nazifascista”. Cargo que los historiadores demoliberales de izquierda o derecha sostendrán, velada o “científicamente” (el funcionalismo positivista mata), hasta nuestros días. Y guay de quien se atreva a dudar de que Perón giraba órdenes a Hitler y la Gestapo desde Argentina.

En tanto, la flamante OEA (1948) retomaba el espíritu monroísta de la vieja “Unión Panamericana” (1891) y Henry Cabot Lodge (embajador del presidente Dwight Eisenhower en la ONU) se ilusionaba con atar “…los lazos que existen entre nosotros y todos nuestros vecinos de la Unión Panamericana”. Pero sólo le creyeron los que asistían a la proyección del filme estelar del año, Cantando bajo la lluvia, dando pasitos de baile o silbando como el inolvidable y antimacartista Gene Kelly.

El 11 de noviembre de 1953, sin dejarse intimidar frente a la dicha “panamericanista”, Perón pronunció una conferencia secreta en la Escuela Nacional de Guerra, cuyos ejes temáticos trascendieron recién en 1967. Tras analizar la situación mundial, continental y local, el führer de los argentinos proponía las líneas y los cursos de acción que Fidel y Chávez retomarían después: la nueva estrategia en la lucha por la liberación nacional de nuestra América.

En la ocasión, Perón habló de un mundo superpoblado y superindustrializado que “…presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido… un panorama en que las luchas serán eminentemente económicas…”

Añadió: “Este proceso planteará, en forma cada vez más acuciante, dos problemas vitales para la humanidad: alimentos y materias primas”. Y para ello, Perón planteó la alianza política y económica con Chile y Brasil. El pacto ABC, que analizaremos en la siguiente entrega.

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