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sábado, 25 de abril de 2015

¿Por qué no ser machistas?

Si el poder masculinizante dio como resultado en el mundo esta catástrofe que tenemos actualmente, con sus interminables “conquistas” y violencia generalizada llevándose todo por delante, es hora de empezar a pensar en una crítica radical de ese paradigma machista y patriarcal que está a su base.

Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala

El título del presente texto es ya provocador. O problemático. Presentado explícitamente sin otras consideraciones, da a entender que sí, efectivamente, hay machismo. Ello, por supuesto, es muy fácilmente constatable. Basta mirar un poco a nuestro alrededor para encontrarlo por todos lados: la cultura dominante, más allá de algunos cambios que se están operando en el mundo, sigue siendo profundamente machista.

Ahora bien: como en toda relación interhumana, la ideología dominante parte de la base (errónea por cierto) de una situación “natural”, que interesadamente podría tomarse por “normal”. Pero sucede que en la dimensión humana no hay precisamente “buenos” y “malos”, ángeles y demonios, una normalidad dada de antemano, genética. Menos aún, una pretendida normalidad determinada por los dioses (dicho sea de paso: ¿cuáles?, visto que existen tantos). Hay, en todo caso, conflictos (“La violencia es la partera de la historia”). El paraíso es un mito, está perdido.

Abrir una crítica contra el machismo dominante –que, por lo visto, atraviesa la historia humana y está presente en todas las latitudes– es imprescindible. Pero, ¿por qué? Podría comenzarse diciendo que por una cuestión de equidad mínima, por justicia universal y respeto por parte de los varones (dominadores hasta ahora) hacia las mujeres (las dominadas). Sin dudas si alguien sale perjudicado en esta asimétrica relación, es el género femenino. “Gracias dios mío por no haberme hecho mujer”, reza una oración hebrea. Abundar con ejemplos acerca de esta injusta situación no es el objetivo de este breve texto, pero partimos de saber que los mismos se cuentan por cantidades industriales.

Por razones de la más elemental ecuanimidad debería corregirse de una vez por todas esta aberración del patriarcado. ¿Con qué derecho un varón tendría más cuota de poder que una mujer? ¿Por qué lo que a uno de los géneros se le prohíbe (“canas al aire”, por ejemplo) en otros se aplaude? ¿Por qué la irracional, absurda y malintencionada visión de las mujeres como malas conductoras de automóviles si estadísticamente está más que demostrado que tienen menos accidentes que los varones? (porque no son tan irresponsables, cuidan más su vida y la de los otros, cumplen más fielmente los reglamentos de tránsito). ¿Por qué los golpes lo siguen recibiendo siempre ellas y no ellos?

Por supuesto que no hay ningún “derecho natural”, ninguna presunta determinación biológica que lo “justifique”. Es una pura construcción histórica, una ideología del poder masculino que se ha impuesto, una nefasta injusticia –una más de tantas– que pueblan la vida humana. No se trata, entonces, de hacer un mea culpa por parte de los varones “salvaje, malos y abusivos” para tornarse más “piadosos”, más “buenos”. Definitivamente, no va por allí la cuestión.

Por cierto, un cambio en la construcción de las relaciones humanas daría como resultado una equiparación en derechos y deberes por parte de ambos géneros. De eso se trata, y no de un “abuenamiento” de los machos violentos.

Pero queremos poner el acento en otra vertiente. ¿Por qué no ser machistas? No sólo porque los varones no tienen ningún derecho sobre las mujeres (¡que no son su propiedad!) sino –y quizá esto puede ser fundamental– porque el modelo de sociedades patriarcales que se ha venido construyendo desde que tenemos noticias, propiedad privada de por medio, ha estado centrado en la supremacía varonil. El poder, hasta ahora, se ha venido concibiendo como un hecho “masculino”. ¿Por qué la representación del poder es siempre un símbolo fálico? (bastón de mando, cetro, báculo pastoral… ¿Hasta los prelados católicos, que hicieron voto de castidad, representan su mandato con una evocación de aquello que no usan como órgano sexual y se une con lo fálico?).

Las sociedades que se han tejido en torno a este resguardo de la propiedad privada han sido tremendamente masculinizadas, entendiendo por “masculino” todo lo que se liga con los atributos de un “macho”: fuerza, poderío, resistencia, supremacía. El aguante femenino ante el dolor de un parto, por ejemplo, ni siquiera se considera. Lo “importante” es lo varonil (el parto de un niño varón en cualquier aldea de Latinoamérica atendido por una comadrona empírica, por ejemplo, es más caro que el de una niña mujer. ¿Por qué razón?)

Si ese ha sido el molde con el que se edificaron las sociedades –machistas, basadas en la supremacía del más fuerte, llevándose todo por delante, destruyendo al otro que termina siendo siempre adversario a vencer– los resultados están a la vista. Más allá de pomposas declaraciones de igualdad, justicia, paz y entendimiento (que nadie cree), la historia se sigue definiendo por quien detenta el garrote más grande (hoy día podría decirse: mayor cantidad de misiles nucleares intercontinentales).

La “conquista” –que es siempre agresiva– sigue siendo lo dominante. Se “conquistan” mujeres, territorios, incluso el espacio sideral. Si esa es la matriz que nos constituye (¿machista, patriarcal, centrada en el garrote más grande como definición última de nuestra dinámica?), el resultado habla por sí solo. Ese es el mundo que tenemos: se gasta más en armas que en satisfacer las necesidades básicas de la Humanidad. Y aunque se habla de paz y desarrollo equitativo, deciden los destinos del mundo los que tienen poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, los que tienen el garrote más grande (¿el tamaño sí importa?).

Si el mundo que, propiedad privada de los medios de producción mediante, hemos construido se basa en esa sed de “conquista” (machista), evidentemente ser machistas no nos depara lo mejor. Es hora de reemplazar esos patrones entonces. Quizá no pensando en una nueva masculinidad sino, siendo más amplios, en nuevas relaciones humanas. Ello no sólo porque los varones deben ser “bondadosos” y no maltratar a las mujeres (aunque suene cínico o absurdo dicho así). Se trata de construir una nueva sociedad que replantee la idea de poder. ¿O habrá que pensar que estamos condenados al bastón de mando masculino?

Si el poder masculinizante dio como resultado en el mundo esta catástrofe que tenemos actualmente, con sus interminables “conquistas” y violencia generalizada llevándose todo por delante, es hora de empezar a pensar en una crítica radical de ese paradigma machista y patriarcal que está a su base. De continuar por ese lado, tenemos la destrucción de la especie asegurada, y seguramente también del planeta.

¡No debemos ser machistas por una elemental necesidad de preservar la vida!..., aunque para los varones aparentemente resulte un beneficio ser servidos. El modelo violento, arrasador, conquistador a que da lugar ese esquema “viril”, si bien pueda deparar presuntos beneficios para el macho atendido servilmente por “sus” mujeres, en definitiva es el preámbulo de otras formas de violencia, es decir: de nuestro actual mundo basado en la injusticia, la impunidad, la corrupción, el chantaje y, cuando sea necesario, la eliminación del otro.

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