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sábado, 9 de mayo de 2015

Rumbo de la democracia participativa

En nuestros días la lucha por al democracia de manera abierta es una batalla de ideas. En esa lucha ideológica se enfrentan reiteradamente en la vida cotidiana los amplios sectores del pueblo con los discursos y símbolos del poder neoliberal.

Adalberto Santana* / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de México.

En América Latina y el Caribe el avance de las fuerzas progresistas ha logrado una mayor consolidación política, la cual reviste la particularidad de aglutinar a distintos sectores revolucionarios, progresistas y democráticos. De la misma manera en lo social y en lo económico esas fuerzas han logrado a través de la gestión gubernamental ligada estrechamente a los intereses populares consolidar y hacer avanzar la democracia participativa. Esto sucede en buena medida en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, El Salvador, Cuba, Nicaragua, Uruguay y Venezuela.

En nuestros días por ejemplo, a treinta años del restablecimiento de la democracia en Uruguay, los  gobiernos de Tabaré Vázquez y José Mujica han conquistador una serie de logros que le han brindado a su proyecto una mayor viabilidad y perspectivas de continuar en el poder en los próximos años. Esta situación significa que la política del Frente Amplio (FA) cada vez ha logrado un mayor consenso y aceptación en amplios sectores del electorado. Esto se hace más evidente en las conquistas sociales que el FA ha sabido impulsar a través de su gestión en las esferas gubernamentales.

En tanto en que en otros países donde también se desarrolla la lucha democrático-electoral, pero donde gobiernan poderes ligados a los proyectos de economía de mercado o neoliberales, ahí la hegemonía la detentan círculos ligados al poder financiero, industrial, especulativo ya sea nacional o internacional e incluso regionalmente al crimen organizado y al narcotráfico (como en México). Las realidades de países latinoamericanos como Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay, Colombia y México, muestran las distintas expresiones de diversos nichos de poder  en manos de esos sectores inmersos en lo que Slavoj Zizek en Pedir lo imposible, llama “la descarada irracionalidad del capitalismo global”. El poder de los gobiernos de esos países dependen en gran medida del intereses de su pragmatismo. Gran parte de su control en los procesos electorales  lo  ejercen con brutales, costosas y manipuladoras campañas mediáticas. Los supuestos logros de la  libertad del mercado, del fomento al consumismo desenfrenado de todo tipo de productos (incluyendo el consumismo edonista de las drogas como las sustancias alcohólicas) y el logro y triunfo del individualismo es su “ética” social. Sus triunfos electorales los justifican con los resultados de los logros alcanzados en la macroeconomía cuando llegan a tener determinados resultados positivos (particularmente las inversiones del capital extranjero en la industria minera y energética). Sin embargo, su discurso descansa en no negar el crecimiento de la pobreza. Por el contrario, lo que hacen es apelar a toda la sociedad a  combatirla como si todos los sectores sociales fueran responsables de ella y no sus políticas neoliberales. Esto es, producto del capitalismo salvaje que esos mismos grupos de poder alientan y perversamente fomentan con toda su doble moral. Es decir, reconocen que luchan por el “abatimiento de la desigualdad”, “por una mayor equidad”, pero sus proyectos, planes de gobierno y acción política y social expresa en la realidad todo lo contrario.

De ahí que en nuestros días la lucha por al democracia de manera abierta es una batalla de ideas. En esa lucha ideológica se enfrentan reiteradamente en la vida cotidiana los amplios sectores del pueblo con los discursos y símbolos del poder neoliberal. La memoria social es para los amplios sectores progresistas un herramienta de lucha que deben ejercerla cotidianamente. Su estancamiento produce atrofiamiento ideológico utilizado por los agrupamientos de las derechas. 

Los sectores neoconservadores, también tienen intuición y sensibilidad política y se lanza a expandir el discurso de la disponibilidad de bienes y servicios para cada ciudadano como si todos fueran iguales en una sociedad de clases donde predomina la hegemonía de los partidos y proyectos políticos excluyentes. En tanto que  en nuestros países donde ejercen el poder las fuerzas progresistas y revolucionarias, la memoria histórica es un recurso permanente para la clarificación de las ideas y de los proyectos alternativos así como de los alcances y limitaciones de la democracia electoral.

En resumen, en los gobiernos que han encabezado los presidentes Hugo Chávez y Nicolás Maduro de Venezuela; Evo Morales de Bolivia; Tabaré Vázquez y “Pepe” Mújica de Uruguay; Daniel Ortega de Nicaragua; Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Ruseff de Brasil; Rafael Correa de Ecuador; Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén de El Salvador;  Nestor Kichnner y Cristina Fernández de Kichnner de Argentina, se pone de manifiesto que sus acciones y decisiones políticas han estado orientadas al bienestar social de la mayoría de la población en medio de una cruenta lucha de  ideas contra sus adversarios políticos. Sin duda, los logros de los avances democrático-electorales han tenido que mostrarse en las políticas de una mayor y justa distribución de la riqueza. Demostrar a través del desarrollo de  un nuevo modelo económico como se van  reduciendo las brechas sociales. Mostrar en la vida económica de la mayoría de la población la desestimulación de la concentración de la riqueza en unas cuantas manos. Pero también mostrar fehacientemente en la memoria colectiva el beneficio de amplios sectores sociales a través de la justicia social, el trabajo productivo, la salud, la vivienda, la educación y la cultura.  Esa es la lógica del rumbo de la democracia participativa latinoamericana y caribeña.


* El Dr. Adalberto Santana es director e investigador del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC), UNAM.

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