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sábado, 18 de julio de 2015

Panamá: ambiente, territorio, futuros

Para comienzos del siglo XXI, sin embargo, la creciente escasez relativa de tierra y agua en Panamá genera conflictos socioambientales cada vez más generalziados; encarece los costos económicos y políticos de la actividad de tránsito, y genera dificultades crecientes para la operación sostenida del Canal a mediano y largo plazo.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

A lo largo de doce mil años, la gestión del ambiente y el territorio por la especie humana en Panamá ha concedido una importancia de primer orden al tránsito interoceánico como elemento articulador de su desarrollo en el Istmo. Así, en el momento de la Conquista europea el territorio panameño estaba organizado en cacicazgos vinculados a corredores interoceánicos que discurrían a lo largo de grandes cuencas – como las de los ríos Santa María, Coclé, Bayano y el sistema Chucunaque – Tuira. Esos corredores ofrecían tanto el acceso tanto a una multiplicidad de ecosistemas y recursos - desde los manglares de las zonas de grandes mareas del Pacífico, hasta el bosque tropical húmedo y los yacimientos de oro aluvial del Atlántico -, como a rutas de intercambio comercial entre los mundos chibcha y maya, por las que circulaba una abundante riqueza.

Tras la Conquista, en cambio, la Corona española concentró el tránsito en un único corredor, que corría – y aún corre – por los valles de los ríos Chagres, en la vertiente Atlántica, y Grande, en la Pacífica. Ese corredor se vio complementado por otro, de carácter agroganadero, orientado en dirección Este – Oeste sobre las sabanas antrópicas ya existentes entre la ciudad de Panamá y la América Central, a lo largo de la región Sur - central del país. A su vez, el monopolio del tránsito por el valle del Chagres se vio complementado por la clausura de las demás rutas anteriormente en uso, y la creación de una frontera interior que segregó la mayor parte del litoral Atlántico y del Darién del territorio considerado “útil” en el nuevo ordenamiento colonial.

El principal centro de población pasó a estar ubicado en la zona articulada por la ciudad de Panamá y el corredor agraganadero, mientras la población indígena que sobrevivió a la Conquista fue desplazada a tierras marginales, y la fuerza de trabajo fundamental pasó a estar constituida por esclavos africanos y por la población mestiza a partir del siglo XVII. Así, el contraste contemporáneo entre los paisajes del corredor interoceánico y los del interior del país expresa los resultados de la organización territorial de una sociedad integrada por grupos humanos que organizan sus relaciones con la naturaleza en el marco de una estructura de poder contradictoria y conflictiva, sustentada por un crecimiento económico siempre asociado a la degradación ambiental y la inequidad social. 

Para comienzos del siglo XXI, sin embargo, la creciente escasez relativa de tierra y agua en Panamá genera conflictos socioambientales cada vez más generalziados; encarece los costos económicos y políticos de la actividad de tránsito, y genera dificultades crecientes para la operación sostenida del Canal a mediano y largo plazo. Todo esto demanda encarar las dificultades inherentes al hecho de que solo puede ser sostenible una sociedad democrática; que solo puede ser democrática una sociedad culta, y que solo puede llegar a ser plenamente culta y democrática una sociedad que sea a la vez próspera y equitativa.

Hoy, una mirada al país desde el futuro que deseamos para nuestra gente revela ya posibilidades y capacidades para construir una sociedad así mediante el fomento de los recursos humanos y naturales que la sociedad insostenible que tenemos ha  despilfarrado por más de cuatro siglos. La resistencia al cambio, en este plano, hunde sus raíces tanto en las estructuras de relación con la naturaleza gestadas por el transitismo, como en las estructuras de gestión pública asociadas a esa relación. Por eso mismo, llega la hora de empezar a discutir la transformación del Estado panameño, para ponerlo en condiciones de contribuir realmente a la transformación de la sociedad a la que debe servir.

El país que emerja de una transformación semejante será sin duda muy distinto al del transitismo, pero sin duda será también mucho más semejante a sí mismo y mucho más capaz, de conocerse, ejercerse y desplegarse desde sí. El hecho de reconocer y enfrentar esta necesidad representa ya un importante logro cultural y político. Cultural, porque dispondremos de mejores respuestas en la medida en que seamos capaces de producir mejores preguntas. Y político, porque empezamos a entender que la libertad consiste en poder decidir con qué problemas queremos vivir, y con cuáles no estamos dispuestos a hacerlo, y en atenernos a las consecuencias de lo que decidamos al respecto.

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