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sábado, 1 de agosto de 2015

América Latina y la tragedia griega

La zona euro se ha convertido así en guardiana del capital financiero transnacional y del neoliberalismo. Y a Grecia le tocará reproducir el camino que ya transitó América Latina de la mano del FMI a partir de la década de los ochenta, y que tan graves consecuencias sociales (desempleo, subempleo, emigración, flexibilidad y precarización laborales), económicas, políticas y gubernamentales trajo a los países de la región.

Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo (Ecuador)

En Europa he podido palpar directamente las reacciones sobre el problema económico en Grecia, un tema central en todo noticiero de televisión y en los periódicos.

El riesgo de que Grecia salga de la zona euro y con ello crezca el ‘mal ejemplo’ ha sido combatido a diario. Alexis Tsipras, primer ministro griego y líder de la Coalición de la Izquierda Radical (Syriza), sistemáticamente ha sido atacado como ‘populista’ y no han faltado quienes lo asimilen a los gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana, comparándolo con Evo Morales, Nicolás Maduro y hasta Rafael Correa.

Tampoco importó el referéndum griego en el que triunfó el No (61,31%) a las condiciones de la ‘troika’ (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional), aunque finalmente Tsipras decidió someterse a los acreedores, con una sui géneris declaración: “No creemos en el acuerdo, pero estamos obligados a aceptarlo”.

El Parlamento griego lo ratificó en medio de fuertes debates. Como bien lo ha señalado Atilio Borón, no solo se ha buscado la derrota de Syriza, “sino también asegurar que el oprobio y la ignominia bañen con rasgos indelebles a los revoltosos griegos, para que nadie más vuelva a incurrir en la osadía de desoír los mandatos de los banqueros y los políticos que gobiernan en su nombre”.

El resultado: a cambio de hasta 86.000 millones de euros, Grecia deberá ajustar pensiones, elevar el IVA, revisar su sistema laboral, recortar el gasto público, liberar la economía y asegurar privatizaciones.

Es un ‘genocidio social’, sostuvo la presidenta del Parlamento, Zoe Constantopoulou, una de las opositoras al acuerdo, como también lo fuera el exministro Yanis Varoufakis.

La zona euro se ha convertido así en guardiana del capital financiero transnacional y del neoliberalismo. Y a Grecia le tocará reproducir el camino que ya transitó América Latina de la mano del FMI a partir de la década de los ochenta, y que tan graves consecuencias sociales (desempleo, subempleo, emigración, flexibilidad y precarización laborales), económicas, políticas y gubernamentales trajo a los países de la región.

Si algo han hecho de bueno los gobiernos de nueva izquierda en América Latina es expulsar al FMI y a sus medidas económicas que, como se ve, siguen en pie y ahora ajustan en el Viejo Continente, donde al menos el modelo de economía social de mercado, implantado después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), había permitido un capitalismo social que mejoró sustancialmente las condiciones de vida y de trabajo, pero que los propios europeos experimentan que comienza a resquebrajarse en varios países.

La tragedia griega va en camino opuesto a lo que sucede en América Latina, donde la construcción de un tipo de capitalismo social, de la mano de los gobiernos de nueva izquierda, y que resulta una fase hasta cierto punto inevitable para el avance social, no solo genera incomprensiones de todo tipo, sino, sobre todo, la virulenta reacción de los sectores económicos y políticos que antes hegemonizaron el Estado bajo el tutelaje del FMI.

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