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sábado, 15 de agosto de 2015

Argentina, en la recta final

En Argentina, la democracia real sólo pudo manifestarse en el viejo peronismo y el nuevo de “los Kirchner”. Dato duro de la realidad que, infructuosamente, los “demócratas” con o sin adjetivos han puesto en cuestión desde 1945. Los unos, porque el peronismo siempre distribuía el ingreso en favor de las mayorías. Y los otros, porque sueñan con liquidar por decreto a los que se comen el pastel enterito.

José Steinsleger / LA JORNADA

Anticipadas por las encuestas y consultores serios, las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) dieron su veredicto: con lista única, Daniel Scioli, candidato del Frente para la Victoria (FPV), obtuvo 38.5 por ciento de los votos.

Por su lado, el antikirchnerismo duro y light, que encabezan Mauricio Macri (Cambiemos, tres candidatos) y Sergio Massa (Nueva Alternativa, dos), sumó poco más de 50 por ciento. Y los cinco partidos restantes juntaron cerca de 11 por ciento de los ­sufragios.

Scioli aventajó a los nombrados con más de ocho y 18 puntos de diferencia. Mientras en la provincia de Buenos Aires (bastión determinante del electorado nacional, donde mal conviven vastos sectores carenciados, núcleos oligárquicos y clase media de altos ingresos), el FPV, liderado por Aníbal Ibarra (jefe de gabinete), obtuvo 40.5 con dos listas, superando con 10 puntos al candidato de Macri.

Queda así despejado el camino hacia los comicios presidenciales del 25 de octubre próximo. Si Macri y Massa consiguen unirse, es posible que haya segunda vuelta. De lo contrario, Scioli será el próximo presidente de los argentinos. Resta identificar, entonces, a los que aspiran a continuar (o desviar) el proyecto político que Néstor y Cristina Fernández de Kirchner plantearon hace 12 años (2003). Pero antes, algunas cargas de profundidad.

Desde, digamos, 1789, todos los políticos occidentales han tratado de seducir a una de las señoras más esquivas y conflictivas del mundo: la señora democracia, que mal haríamos en apuntar con mayúsculas, pues una y mil veces ella ha dicho que la traten con discreción, respeto y sin esos tangos ideológicos que suelen entonar los ayatolas del marxismo “ideológicamente correcto”.

Como fuere, la señora democracia continúa siendo ideal, fantasmagórica, lejana… ¿utópica? Quienes eventualmente creyeron en algún momento poseerla, más temprano que tarde advirtieron cómo se diluía en sus brazos. Sin embargo, y a diferencia de otras épocas (algo es algo), ningún político del mundo aspira hoy a ganar antidemocráticamente una elección.

Luego ya se verá qué hacen los ganadores con tan díscola señora: si la violan, engañan o maltratan (práctica común de los conservadores), o la niegan y relativizan, como hacen los liberales de distinto pelaje que custodian su virginidad. Tarea difícil, pues la democracia nunca fue virgen.

¿Hermafrodita, quizás? Y es que para ser tal, la democracia requiere de ideas claras y adjetivos fuertes, y totalmente distintos de los que junto con la “libertad” (su prima hermana) la esencializan despojándola de sustancia y representación real.

En Argentina, la democracia real sólo pudo manifestarse en el viejo peronismo y el nuevo de “los Kirchner”. Dato duro de la realidad que, infructuosamente, los “demócratas” con o sin adjetivos han puesto en cuestión desde 1945. Los unos, porque el peronismo siempre distribuía el ingreso en favor de las mayorías. Y los otros, porque sueñan con liquidar por decreto a los que se comen el pastel enterito.

¿“Izquierda”, “centro” o “derecha”? En realidad, todas estas variables de los siglos XIX y XX se han dado cita en el peronismo, movimiento que enarbola banderas de justicia social, independencia económica, soberanía política. Por lo que, históricamente (y dependiendo de circunstancias puntuales), el peronismo expresa una identidad “nacional popular” que en mucho depende de la correlación de fuerzas, o de la voluntad política de los dirigentes para alcanzar sus ideales.

Digámoslo con claridad: en favor o en contra, Argentina ha sido ingobernable sin el peronismo. Apotegma que si bien puede ser calificado de “opinión”, se entiende mejor cuando hasta Macri (de quien nadie sospecharía afinidades peronistas) cambió su discurso en las últimas semanas.

Hoy, Macri defiende la estatización de los fondos de pensión, de YPF y Aerolíneas Argentinas, la asignación universal por hijo, el “fútbol para todos”. Y es que su asesor principal (un aventurero inescrupuloso de Ecuador, pero que conoce del derecho y el revés el perfil del porteño promedio) le ha dicho que ir contra las leyes sociales de “los K” le restaría votos.

Como jefe de la ciudad autónoma de Buenos Aires (CABA), urbe macrocefálica que, así como la de Nueva York, difícil sería imaginar proclive al socialismo, Macri representa a la perfección las fobias, prejuicios y racismo de un vasto conglomerado de las clases medias y altas ilustradas de Argentina. Padecimientos antropológicos que, en menor medida, reproducen otras ciudades prósperas del país.

Por su lado, el ex jefe de gabinete de Cristina, Massa, cuenta con capas de la sociedad similares a las que aglutina Macri. Sólo que de filiación peronista, aunque crítica de “los K”. De ahí la improbabilidad de que ambas fuerzas puedan unirse “por abajo”, aunque consigan entenderse “por arriba”.

Las PASO volvieron a convalidar que en Argentina la “lucha de clases” pasa por el “hecho maldito del país burgués”: el peronismo. Y fuera de él, las “izquierdas” y “derechas” no peronistas o antiperonistas juegan (a Dios gracias) un rol democráticamente simbólico y decorativo.

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