En Argentina, la
democracia real sólo pudo manifestarse en el viejo peronismo y el nuevo de “los
Kirchner”. Dato duro de la realidad que, infructuosamente, los “demócratas” con
o sin adjetivos han puesto en cuestión desde 1945. Los unos, porque el
peronismo siempre distribuía el ingreso en favor de las mayorías. Y los otros,
porque sueñan con liquidar por decreto a los que se comen el pastel enterito.
Anticipadas por las
encuestas y consultores serios, las elecciones primarias, abiertas, simultáneas
y obligatorias (PASO) dieron su veredicto: con lista única, Daniel Scioli,
candidato del Frente para la Victoria (FPV), obtuvo 38.5 por ciento de los
votos.
Por su lado, el antikirchnerismo
duro y light, que encabezan Mauricio Macri (Cambiemos, tres candidatos)
y Sergio Massa (Nueva Alternativa, dos), sumó poco más de 50 por ciento. Y los
cinco partidos restantes juntaron cerca de 11 por ciento de los sufragios.
Scioli aventajó a los
nombrados con más de ocho y 18 puntos de diferencia. Mientras en la provincia
de Buenos Aires (bastión determinante del electorado nacional, donde mal
conviven vastos sectores carenciados, núcleos oligárquicos y clase media de
altos ingresos), el FPV, liderado por Aníbal Ibarra (jefe de gabinete), obtuvo
40.5 con dos listas, superando con 10 puntos al candidato de Macri.
Queda así despejado el
camino hacia los comicios presidenciales del 25 de octubre próximo. Si Macri y
Massa consiguen unirse, es posible que haya segunda vuelta. De lo contrario,
Scioli será el próximo presidente de los argentinos. Resta identificar,
entonces, a los que aspiran a continuar (o desviar) el proyecto político que
Néstor y Cristina Fernández de Kirchner plantearon hace 12 años (2003). Pero
antes, algunas cargas de profundidad.
Desde, digamos, 1789,
todos los políticos occidentales han tratado de seducir a una de las señoras
más esquivas y conflictivas del mundo: la señora democracia, que mal haríamos
en apuntar con mayúsculas, pues una y mil veces ella ha dicho que la traten con
discreción, respeto y sin esos tangos ideológicos que suelen entonar los
ayatolas del marxismo “ideológicamente correcto”.
Como fuere, la señora
democracia continúa siendo ideal, fantasmagórica, lejana… ¿utópica? Quienes
eventualmente creyeron en algún momento poseerla, más temprano que tarde
advirtieron cómo se diluía en sus brazos. Sin embargo, y a diferencia de otras
épocas (algo es algo), ningún político del mundo aspira hoy a ganar
antidemocráticamente una elección.
Luego ya se verá qué
hacen los ganadores con tan díscola señora: si la violan, engañan o maltratan
(práctica común de los conservadores), o la niegan y relativizan, como hacen
los liberales de distinto pelaje que custodian su virginidad. Tarea difícil,
pues la democracia nunca fue virgen.
¿Hermafrodita, quizás? Y
es que para ser tal, la democracia requiere de ideas claras y adjetivos
fuertes, y totalmente distintos de los que junto con la “libertad” (su prima
hermana) la esencializan despojándola de sustancia y representación real.
En Argentina, la
democracia real sólo pudo manifestarse en el viejo peronismo y el nuevo de “los
Kirchner”. Dato duro de la realidad que, infructuosamente, los “demócratas” con
o sin adjetivos han puesto en cuestión desde 1945. Los unos, porque el
peronismo siempre distribuía el ingreso en favor de las mayorías. Y los otros,
porque sueñan con liquidar por decreto a los que se comen el pastel enterito.
¿“Izquierda”, “centro” o
“derecha”? En realidad, todas estas variables de los siglos XIX y XX se han
dado cita en el peronismo, movimiento que enarbola banderas de justicia social,
independencia económica, soberanía política. Por lo que, históricamente (y
dependiendo de circunstancias puntuales), el peronismo expresa una identidad
“nacional popular” que en mucho depende de la correlación de fuerzas, o de la
voluntad política de los dirigentes para alcanzar sus ideales.
Digámoslo con claridad:
en favor o en contra, Argentina ha sido ingobernable sin el peronismo. Apotegma
que si bien puede ser calificado de “opinión”, se entiende mejor cuando hasta
Macri (de quien nadie sospecharía afinidades peronistas) cambió su discurso en
las últimas semanas.
Hoy, Macri defiende la
estatización de los fondos de pensión, de YPF y Aerolíneas Argentinas, la
asignación universal por hijo, el “fútbol para todos”. Y es que su asesor
principal (un aventurero inescrupuloso de Ecuador, pero que conoce del derecho
y el revés el perfil del porteño promedio) le ha dicho que ir contra las leyes
sociales de “los K” le restaría votos.
Como jefe de la ciudad
autónoma de Buenos Aires (CABA), urbe macrocefálica que, así como la de Nueva
York, difícil sería imaginar proclive al socialismo, Macri representa a la
perfección las fobias, prejuicios y racismo de un vasto conglomerado de las
clases medias y altas ilustradas de Argentina. Padecimientos antropológicos
que, en menor medida, reproducen otras ciudades prósperas del país.
Por su lado, el ex jefe
de gabinete de Cristina, Massa, cuenta con capas de la sociedad similares a las
que aglutina Macri. Sólo que de filiación peronista, aunque crítica de “los K”.
De ahí la improbabilidad de que ambas fuerzas puedan unirse “por abajo”, aunque
consigan entenderse “por arriba”.
Las PASO volvieron a
convalidar que en Argentina la “lucha de clases” pasa por el “hecho maldito del
país burgués”: el peronismo. Y fuera de él, las “izquierdas” y “derechas” no
peronistas o antiperonistas juegan (a Dios gracias) un rol democráticamente
simbólico y decorativo.
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