La situación política en Guatemala es de
pronóstico reservado, sobre todo por la coyuntura electoral en la que se
desenvuelve. Después de tantos de años de muerte, dolor, autoritarismo, abuso y
prepotencia, el país se merece un respiro.
Rafael
Cuevas Molina/ Presidente AUNA- Costa Rica
Los guatemaltecos reclamaron en las calles la renuncia del presidente Otto Pérez Molina. |
No solo en Guatemala la lucha contra la
corrupción ha movilizado a la sociedad en Centroamérica. En Honduras, el
movimiento ciudadano de indignados exige la conformación de una entidad similar
a la CICIG, que funciona en Guatemala, y da plazos perentorios al presidente de
la República para que realice las gestiones correspondientes. En El Salvador,
Francisco Flores, ex presidente de ese país, está siendo juzgado por actos
ilícitos durante su gestión.
Es el hartazgo de la población contra
una capa de políticos corruptos que parece querer renovar la caracterización de
esos países como Banana Republics, en
donde prevalece la venalidad, el compadrazgo y la impunidad.
La corrupción contemporánea, contra la
que ahora se rebela la población tiene, sin embargo, larga historia. Esta que
indigna y moviliza hoy, nació sobre tierra fértil, abonada por dictaduras,
mandamases y caporales que usufructuaron el poder durante toda la historia
republicana.
Inversiones de ingleses, norteamericanos
o alemanes se valieron de las dádivas bajo la mesa, desde el siglo XIX, para
hacer posibles sus inversiones en ferrocarriles; energía eléctrica; apropiación
de grandes extensiones de tierra que pusieron las bases de los grandes
latifundios que sigue dominando el mundo rural; puertos; carreteras, y un largo
etcétera largo de enumerar.
Los gobernantes venales, que hicieron de
extender la mano para recibir sobornos una práctica usual y natural, fueron la
norma en nuestros países, y cuando alguna vez surgió alguien honrado, que no se
aprovechó de su puesto de poder, fue visto como cosa rara, y no faltaron los
que lo catalogaran de tonto.
En esta oportunidad no se trata solamente
de un par de individuos, la ex vicepresidenta y el presidente de Guatemala,
sino de todo un sector de la sociedad, nada despreciable cuantitativamente, que
se aprovechó de las condiciones excepcionales en las que dominó a la sociedad
por la fuerza, para organizarse y colocarse estratégicamente con el fin de
enriquecerse. Se trata, en otras palabras, de capas importantes del Ejército y
sus adláteres, que aprovechándose de la guerra que se vivió por más de treinta
años, se transformaron en estructuras mafiosas que hicieron del aparato de
Estado su principal vehículo para lucrar.
En este contexto, estos sectores se
aprovecharon también del aparato mismo del Ejército, para lograr no solamente
objetivos políticos sino también, a veces en primer lugar, objetivos que le
redituaran económicamente. La política de Tierra Arrasada, por ejemplo, que
llevó a la desaparición de más de 600 aldeas, al desplazamiento hacia México de
más de 250,000 personas, la movilización de más de 1 millón en el interior del
país, de más de 40,000 desaparecidos y 250,000 muertos, tuvo entre sus miras
apropiarse de extensos territorios ricos en minerales y posiblemente en
petróleo. Es decir, la guerra como instrumento de acumulación por desposesión,
forma de acumulación capitalista propia de los tiempos neoliberales que nos
toca vivir.
El movimiento cívico guatemalteco que se
levanta indignado contra el actual presidente Otto Pérez Molina (activo
ejecutor de la política de esa estrategia de Tierra Arrasada en los años 80), y
su ex vicepresidenta, Roxana Baldetti, no necesariamente avizora toda la extensión
de los tentáculos que están detrás de estos dos delincuentes. Pero el solo
hecho que la corrupción genere indignación en un país en donde ha sido la
norma, es una muestra de que las cosas están cambiando.
Quién sabe si todos los que ahora se
movilizan masivamente en las calles de Guatemala estén dispuestos, más
adelante, a ir más allá; es decir, a presionar para que se modifique la
estructura misma del Estado que es, a la vez, generador y producto de esta
situación. Empezando por las cámaras empresariales, a quienes Pérez Molina ha
dejado de serles funcional y presionan para que se vaya.
La situación política en Guatemala es de
pronóstico reservado, sobre todo por la coyuntura electoral en la que se
desenvuelve. Después de tantos de años de muerte, dolor, autoritarismo, abuso y
prepotencia, el país se merece un respiro.
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