No podemos entender la
ola de violencia que azota el área mesoamericana si no tomamos en cuenta el
contexto de la región como un todo, no solo porque nunca ha disfrutado de un
período histórico significativo de paz real, sino porque acabamos de terminar
un siglo de guerras y guerrillas. Sobre
montañas de cadáveres se firmaron esperanzadores acuerdos de paz. Soñamos con una paz
permanente. Pero este sueño hoy se ha convertido en pesadilla.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
La guerra no ha cesado,
solamente ha cambiado de rostro. El triángulo del Norte (Guatemala, Honduras y
El Salvador) posee el triste récord de ser la región mas violenta del mundo y
la frontera entre Estados Unidos y México la mas sangrienta. El periodismo
informativo se ha convertido en la profesión mas peligrosa.
Las causas de esta
infernal situación son complejas, por lo que podemos dividirla en dos: las mas
profundas y que son de tipo estructural y las mas mencionadas y que llenan los
espacios de los medios, que suele ver en
los omnipotentes y omnipresentes carteles del narcotráfico su causa inmediata
principal.
En cuanto a las primeras, la
violencia que hoy vive la región es parte componente de la descomposición del
régimen político imperial, cuyo epicentro se encuentra en nuestro inmediato vecindario, por lo que el
Tío Sam siempre ha considerado esta región como su traspatio geopolítico. Los
Estados Unidos incuba la sociedad mas violenta de mundo en la actualidad, sus
prisiones están abarrotadas, la violencia ensangrienta las calles, los
colegios, los hogares; no respeta edad ni condición social. El componente racista
y xenófobo se muestra en el hecho de que por seis condenados a la pena capital
de origen latino o afrodescendientes, solo hay uno que sea white-anglosaxon. El
aspirante a la presidencia por el partido mas conservador, el Republicano,
Mister Trump, es un émulo de Hitler… ¡y no lo disimula! Lo mas grave es que en
las encuestas sube como la espuma; algo similar a lo que se dio en
Alemania con los nazis luego de la crisis de la bolsa de valores en Octubre de 1929. El paralelismo es impactante y preocupante.
En el caso de las
organizaciones mafiosas en la región mesoamericana, su poder
es tal que amenazan la existencia misma de los estados nacionales. El
caso de México es patético, dado que les
es estratégico por la cercanía con el mas importante mercado de drogas del
mundo como son los Estados Unidos (30% del consumo mundial). Estos carteles recorren
en furgones con su nefasta mercancía las carreteras, se ocultan en
maletas en los aeropuertos y aduanas fronterizas, navegan por las aguas de ambos océanos como
antaño lo hicieran los piratas. El poder de estas mafias es tal que han
penetrado profundamente amplios estratos de la sociedad civil y del Estado en
México, Guatemala y Honduras. Por momentos uno tiene la impresión de que allí
se incuba una insurrección generalizada, dados los ominosos signos de
ingobernabilidad que muestran.
Allí radica una de las principales causas de la
corrupción cuya pestilencia se ha hecho insoportable para una sociedad que solo
aspira a vivir en una paz basada en el progreso social y material. La corrupción es
la manifestación mas decadente de la sociedad actual. Expresa la depravación misma de la cultura. En
Guatemala ha llegado a convertirse en la práctica en una especie de política de
Estado, hasta el punto de que el gobierno actual se ha vuelto un obstáculo para
el funcionamiento mínimamente normal de la sociedad civil; lo cual ha llegado a
un extremo tal que, incluso en una sociedad tan polarizada, los sectores
populares y las cámaras patronales se
han unido para exigir la dimisión y el enjuiciamiento en los tribunales de los
jerarcas del Ejecutivo. En Honduras la violencia se ha hecho incontrolable. En
estos países, las multitudinarias protestas callejeras se multiplican en cada
rincón de su geografía. Esperamos que en El Salvador, ante la firme posición
del gobierno, el país se vea liberado pronto del terror causado por las maras.
En Costa Rica, dichosamente no se ha llegado a esta espeluznante situación,
pero los crímenes y los actos delictivos
se han multiplicado.
Para reconquistar de
nuevo la paz y poner las bases de un sistema político auténticamente
democrático, participativo, respetuoso
de la diversidad étnica y cultural, sustentado en un Estado social de derecho,
es imperativo no solo reprimir al crimen organizado, sino igualmente castigar
toda forma de corrupción, tanto en el ámbito público como en el privado. Pero
esto no basta. Solo organizando a las comunidades e implementado serias políticas que busquen mejorar las condiciones económico-sociales de los sectores populares
y medios, estaremos a salvo de este abominable flagelo.
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