La pregunta que considero
central es: ¿Por qué desde las izquierdas latinoamericanas se levantan voces en
apoyo de Putin.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Cuando la visibilidad es
mínima porque poderosas tormentas nublan la percepción de la realidad, puede
ser conveniente levantar la mirada, trepar laderas para buscar puntos de
observación más amplios, para discernir el contexto en que nos movemos. En
estos momentos, cuando el mundo está atravesado por múltiples contradicciones e
intereses, es urgente aguzar los sentidos para mirar lejos y adentro.
Tiempos de confusión en
los que naufraga la ética, desaparecen los puntos de referencia elementales y
se instala algo así como un “vale todo”, que permite apoyar cualquier causa
siempre que vaya contra el enemigo mayor, más allá de toda consideración de
principios y valores. Atajos que conducen a callejones sin salida, como
emparejar a Putin con Lenin, por poner un ejemplo casi de moda.
La intervención rusa en
Siria es un acto neocolonial, que coloca a Rusia en el mismo lado de la
historia que Estados Unidos, Francia e Inglaterra. No existen colonialismos
buenos, emancipadores. Por más que la intervención rusa se justifique con el
argumento de frenar al Estado Islámico y la ofensiva imperial en la región, no
es más que una acción simétrica a la que se condena usando idénticos métodos y
similares argumentos.
La pregunta que considero
central es: ¿Por qué desde las izquierdas latinoamericanas se levantan voces en
apoyo de Putin? Es evidente que muchos han colocado sus esperanzas en un mundo
mejor, en la intervención de grandes potencias como China y Rusia, con la
esperanza de que frenen o derroten a las potencias aún hegemónicas. Es
comprensible, en vista de las fechorías que Washington comete en nuestra
región. Pero es un error estratégico y un desvío ético.
Quisiera iluminar esta
coyuntura, especialmente crítica, apelando a un documento histórico: la carta a
Maurice Thorez (secretario general del Partido Comunista Francés), escrita en
octubre de 1956 por Aimé Césaire. El texto nació en uno de los recodos de la
historia, poco después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión
Soviética, donde se denunciaron los crímenes del estalinismo; el mismo mes del
levantamiento del pueblo húngaro contra el régimen burocrático pro-ruso (con un
saldo de miles de muertos) y de la agresión colonial contra Egipto por la
nacionalización del canal de Suez.
Césaire renunciaba al
partido luego de un bochornoso congreso en el que la dirección fue incapaz de
la menor autocrítica ante la revelación de crímenes que, en los hechos, estaba
apoyando. Nació en Martinica, al igual que Frantz Fanon, del que fue maestro en
la secundaria. Fue poeta y fundador del movimiento de la negritud en la década
de 1930. En 1950 escribió Discurso sobre el colonialismo, de gran
impacto en las comunidades negras. Su carta a Thorez fue, en palabras de
Immanuel Wallerstein, “el documento que mejor explicó y expresó el
distanciamiento entre el movimiento comunista mundial y los diversos
movimientos de liberación nacional” (en Discurso sobre el colonialismo,
Akal, p. 8).
Encuentro tres cuestiones
en su carta que iluminan la crisis de los valores de izquierda por la que
atravesamos.
La primera es la falta de
voluntad para romper con el estalinismo. Césaire se revuelve contra el
relativismo ético que pretende conjurar los crímenes del estalinismo con “alguna
frase mecánica”. Como ese latiguillo que se repite una y otra vez, diciendo que
Stalin “cometió errores”. Asesinar millones no es un error, aunque se mate en
nombre de una supuesta causa justa.
La mayor parte de las
izquierdas no hicieron un balance serio, autocrítico, del estalinismo que, como
se ha escrito en estas páginas, va mucho más allá de la figura de Stalin. Lo
que dio vida al estalinismo es un modelo de sociedad centrado en el Estado y en
el poder de una burocracia que deviene burguesía de Estado, que controla los
medios de producción. Se sigue apostando a un socialismo que repite aquel viejo
y caduco modelo de centralización de los medios de producción.
La segunda es que las
luchas de los oprimidos no pueden ser tratadas, dice Césaire, “como parte de un
conjunto más importante”, porque existe una “singularidad de nuestros problemas
que no se reducen a ningún otro problema”. La lucha contra el racismo, dice, es
“de una naturaleza muy distinta a la lucha del obrero francés contra el
capitalismo francés”, y no puede considerarse “un fragmento de esta lucha”.
En este punto, las luchas
anticolonial y antipatriarcal tocan las mismas fibras. “Estas fuerzas se
marchitarían en organizaciones que no les sean propias, hechas para ellos,
hechas por ellos y adaptadas a objetivos que sólo ellos pueden determinar”. Aún
hoy hay quienes no comprenden que las mujeres necesitan sus propios espacios,
como todos los pueblos oprimidos.
Se trata, afirma Césaire,
de “no confundir alianza y subordinación”, algo muy frecuente cuando los
partidos de izquierda pretenden “asimilar” las demandas de los diversos abajos
a una causa única, mediante la sacrosanta unidad que no hace más que
homogeneizar las diferencias, instalando nuevas opresiones.
La tercera cuestión que
ilumina la carta de Césaire, de rabiosa actualidad, se relaciona con el
universalismo. O sea, con la construcción de universales no eurocéntricos, en
los cuales la totalidad no se imponga sobre las diversidades. “Hay dos maneras
de perderse: por segregación amurallada en lo particular o por disolución en lo
‘universal’”.
Aún estamos lejos de
construir “un universal depositario de todo lo particular”, que suponga la
“profundización y coexistencia de todos los particulares”, como escribió
Césaire seis décadas atrás.
Quienes apuestan por
poderes simétricos a los existentes, excluyentes y hegemónicos, pero de
izquierda; quienes oponen a las bombas malas de los yanquis las bombas buenas
de los rusos, siguen el camino trazado por el estalinismo de hacer tabla rasa
con el pasado y con las diferencias, en vez de trabajar por algo diferente, por
“un mundo donde quepan muchos mundos”.
Bla bla bla. A este señor ya le he leido varios artículos supuestamente "progresistas" o de "izquierda" que en el fondo terminan haciéndole el juego al único imperio real, el de USA. ¿Rusia imperio? ¿Donde están sus base militares a lo largo y ancho del mundo? ¿Y todos sus gobiernos títeres a su servicio, a lo largo y ancho del mundo? ¿China imperio? Las mismas preguntas anteriores. Actualmente hay un solo imperio, señor Zibecky. Me imagino a Obama restregándose las manos leyendo su artículo(aunque no creo que lo lea, por supuesto).
ResponderEliminar¡En seria hay una base, casualmente! Parece que Mr. Unknown anda de viaje perdido...
ResponderEliminarEn "seria" hay una base... ¿en dónde más? Contra 761 bases militares distribuidas por los 5 continentes. Le recomiendo al Sr. Rodrigo Soto ver el video del discurso del Premio Nobel Harold Pinter para informarse un poco más sobre el tema https://www.youtube.com/watch?v=Tq3sQpSCvmo
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