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sábado, 5 de diciembre de 2015

Venezuela: El enemigo empollado

El imperialismo estadounidense sabe que, históricamente, el nido de la revolución continental no está en Argentina, ni en Brasil, Bolivia o Ecuador, sino en Venezuela, por eso incuba en nuestro suelo el huevo de la serpiente totalitaria y por ello no podemos optar entre vencer o morir… ¡Necesario es vencer!…

Gregorio J. Pérez Almeida / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

Cada día está más claro, y con la “guerra económica”[1] es más evidente, que en Venezuela tenemos dos sistemas económicos y políticos contrapuestos, uno en ciernes y el otro en decadencia. En ciernes: el participativo y protagónico de tendencia socialista. El decadente: el neoliberal representativo de tendencia totalitaria. Aún más, la finalidad de la guerra económica es agudizar las diferencias entre ambos sistemas para profundizar las contradicciones sociales (raciales, de clase, de género, etc.) que deben resolverse, formalmente, en los comicios electorales e, informalmente, en actos de violencia colectiva.

¿Qué queremos decir con esto? Que la guerra económica, como estrategia política orquestada en Washington, ha servido para que se radicalicen los estilos de vida que cada uno de dichos sistemas genera y reproduce. El sistema participativo y protagónico de orientación socialista que se ha intentado instaurar en Venezuela desde 1998, implica una ruptura con el representativo que existía desde 1958 hasta esa fecha. Chávez reactivó la voluntad política de grandes sectores sociales que habían caído en la que se llamó la “desesperanza aprendida”. Nos repolitizó y eso significa un choque con el estilo de vida que se reproduce en la democracia burguesa representativa que separa y jerarquiza la vida privada (individual y segura) de la vida pública (colectiva e insegura).

Pero no sólo eso, sino que Chávez posicionó a la mujer y al hombre “de a pie” como un actor importante en el destino de la patria. Lo vemos en cada persona que emite su opinión sobre los temas que antes estaban reservados a los “expertos”, como por ejemplo el petrolero o el de la Integración Nuestroamericana. Este posicionamiento tiene sus exigencias que no están presentes en el modelo representativo. Exigencias no sólo teóricas, para emitir una opinión razonada, sino políticas, como la participación en la toma de decisiones en los consejos comunales, las comunas, las mesas técnicas de agua, de energía, etc., y estas exigencias además de una conciencia política crítica, implican formación política, trabajo, esfuerzo y dedicación fuera de las paredes de la casa y más allá de los asuntos –privados- de la familia.

Por eso, la escasez programada y selectiva (núcleo de la guerra económica), busca profundizar la brecha entre la vida privada y la vida pública y es fuerte la presión que ejerce sobre la gente que tiene que “perseguir” los bienes necesarios para la vida y a la vez mantener activa su participación política. A eso apunta la guerra económica, a que una labor rutinaria, como es reponer los bienes necesarios para la vida cotidiana, se convierta en un suplicio interminable como el de Sísifo. Por esto, uno de los efectos políticos de la guerra económica en amplios sectores de la población venezolana, es que consolidó en sus imaginarios, construidos durante la Cuarta República, la convicción de que la participación política es tarea de unos cuantos “políticos profesionales que ni siquiera tienen que hacer mercado” y que la obligación de las y los ciudadanos de a pie es procurarse los ingresos para adquirir los bienes necesarios para vivir bien. Como dicen muchas personas: “mi partido es el Bolívar, porque si no trabajo no como ni come mi familia; de la política que se ocupen los políticos…”

En la tarea de reproducción del imaginario puntofijista, han tenido un papel decisivo los mal llamados medios de comunicación, el sistema escolar y las congregaciones religiosas neoliberales. La escasez programada ha hecho que se reafirme esta convicción en millones de venezolanas y venezolanos que han tenido que sustraer muchas horas semanales de sus rutinas hogareñas en la obtención de los productos alimenticios, de limpieza personal y medicinas, amén de reimpulsar el axioma neoliberal del “sálvese quien pueda” y el mito del “emprendedor exitoso” que sabe aprovechar las oportunidades que le ofrece el mercado y, como lo justifican los sesudos economistas escuálidos, su modelo son las y los “bachaqueros”. 

La guerra económica vino para reinstalar entre las y los venezolanos el sistema representativo que había sido rechazado por las mayorías que eligieron a Chávez y hoy apoyan a Nicolás como continuidad del chavismo.  Dicho sistema tiene como sustento social la apatía política de la población. Una población que se conforma con “lo que le dicen que hacen y harán” los líderes de los partidos de oposición para proteger sus intereses personales. No hay en esa población un concepto de alguna entidad supraindividual que les motive a participar más allá del acto de votar. Al contrario, sus votos son contra quienes amenazan su estilo de vida despolitizado esgrimiendo conceptos “abstractos y vacios”, pero peligrosos, como el de participación, protagonismo, patria, soberanía, socialismo, integración latinoamericana, etc.

Hasta aquí lo que describimos es grave, pero más gravedad adquiere si asociamos el estilo de vida representativo que consolida la guerra económica, con lo que Sheldon Wolin, un teórico de la democracia estadounidense, denomina “Totalitarismo invertido”, que es un sistema político, formalmente democrático, en el que la mayoría de las personas asume un estilo de vida sumiso ante las decisiones del poder central, por lo que se desmoviliza y sólo afirma su voluntad política mediante el acto de votación. El sustento de dicho poder totalitario es la confianza que les genera a esos amplios sectores de la población un gobierno que los protege del peligro que representan las propuestas de participación y protagonismo político que están identificadas con el socialismo y que “sufrieron” intensamente, en el caso venezolano, durante la guerra económica.

Ahora comprendemos mejor por qué la oposición no necesitó movilizar en manifestaciones públicas a sus seguidores, ni invertir enormes recursos económicos y esfuerzos humanos en su campaña electoral para la Asamblea Nacional. No lo hizo porque su estrategia política, con implicaciones electorales, es la guerra económica, que no finalizará con las próximas elecciones aunque lograsen mayoría en la Asamblea Nacional. No finalizará hasta que logren quebrar el nuevo imaginario político, participativo y protagónico, que se ha venido construyendo desde 1998 y que se definió como socialismo del siglo 21.

El imperialismo estadounidense sabe que, históricamente, el nido de la revolución continental no está en Argentina, ni en Brasil, Bolivia o Ecuador, sino en Venezuela, por eso incuba en nuestro suelo el huevo de la serpiente totalitaria y por ello no podemos optar entre vencer o morir… ¡Necesario es vencer!… pero para lograrlo necesitamos una dirigencia creativa e irreverente no sólo en el discurso, sino en la acción y ¡urgente! porque el enemigo está empollado…




[1] Colocamos las comillas no porque dudemos de que sea cierto lo que denuncia el gobierno, sino porque es una nueva estrategia de la derecha continental, liderizada por la estadounidense, que se ha aplicado a la sociedad venezolana y que, a diferencia de la aplicada en Chile contra el gobierno socialista de Allende, no tiene como culminación un golpe de Estado sanguinario dirigido por militares fascistas, sino la derrota política, vía electoral, del proyecto bolivariano, por lo que la estrategia con Allende fue de corto plazo y con nosotros no tiene plazo. A más corto plazo, una vez en el gobierno, sería el desmontaje represivo y con violencia selectiva (mientras sea posible) de la estructura del poder popular chavista.

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