El imperialismo estadounidense sabe que, históricamente,
el nido de la revolución continental no está en Argentina, ni en Brasil,
Bolivia o Ecuador, sino en Venezuela, por eso incuba en nuestro suelo el huevo
de la serpiente totalitaria y por ello no podemos optar entre vencer o morir…
¡Necesario es vencer!…
Gregorio
J. Pérez Almeida / Especial para Con Nuestra América
Cada día está más claro, y con la “guerra económica”[1]
es más evidente, que en Venezuela tenemos dos sistemas económicos y políticos
contrapuestos, uno en ciernes y el otro en decadencia. En ciernes: el
participativo y protagónico de tendencia socialista. El decadente: el
neoliberal representativo de tendencia totalitaria. Aún más, la finalidad de la
guerra económica es agudizar las diferencias entre ambos sistemas para
profundizar las contradicciones sociales (raciales, de clase, de género, etc.)
que deben resolverse, formalmente, en los comicios electorales e,
informalmente, en actos de violencia colectiva.
¿Qué queremos decir con esto? Que la guerra económica,
como estrategia política orquestada en Washington, ha servido para que se
radicalicen los estilos de vida que cada uno de dichos sistemas genera y
reproduce. El sistema participativo y protagónico de orientación socialista que
se ha intentado instaurar en Venezuela desde 1998, implica una ruptura con el
representativo que existía desde 1958 hasta esa fecha. Chávez reactivó la
voluntad política de grandes sectores sociales que habían caído en la que se
llamó la “desesperanza aprendida”. Nos repolitizó y eso significa un choque con
el estilo de vida que se reproduce en la democracia burguesa representativa que
separa y jerarquiza la vida privada (individual y segura) de la vida pública
(colectiva e insegura).
Pero no sólo eso, sino que Chávez posicionó a la mujer y
al hombre “de a pie” como un actor importante en el destino de la patria. Lo
vemos en cada persona que emite su opinión sobre los temas que antes estaban
reservados a los “expertos”, como por ejemplo el petrolero o el de la Integración
Nuestroamericana. Este posicionamiento tiene sus exigencias que no están
presentes en el modelo representativo. Exigencias no sólo teóricas, para emitir
una opinión razonada, sino políticas, como la participación en la toma de
decisiones en los consejos comunales, las comunas, las mesas técnicas de agua,
de energía, etc., y estas exigencias además de una conciencia política crítica,
implican formación política, trabajo, esfuerzo y dedicación fuera de las
paredes de la casa y más allá de los asuntos –privados- de la familia.
Por eso, la escasez programada y selectiva (núcleo de la
guerra económica), busca profundizar la brecha entre la vida privada y la vida
pública y es fuerte la presión que ejerce sobre la gente que tiene que
“perseguir” los bienes necesarios para la vida y a la vez mantener activa su
participación política. A eso apunta la guerra económica, a que una labor
rutinaria, como es reponer los bienes necesarios para la vida cotidiana, se
convierta en un suplicio interminable como el de Sísifo. Por esto, uno de los
efectos políticos de la guerra económica en amplios sectores de la población
venezolana, es que consolidó en sus imaginarios, construidos durante la Cuarta
República, la convicción de que la participación política es tarea de unos
cuantos “políticos profesionales que ni siquiera tienen que hacer mercado” y
que la obligación de las y los ciudadanos de a pie es procurarse los ingresos
para adquirir los bienes necesarios para vivir bien. Como dicen muchas
personas: “mi partido es el Bolívar, porque si no trabajo no como ni come mi
familia; de la política que se ocupen los políticos…”
En la tarea de reproducción del imaginario puntofijista,
han tenido un papel decisivo los mal llamados medios de comunicación, el
sistema escolar y las congregaciones religiosas neoliberales. La escasez
programada ha hecho que se reafirme esta convicción en millones de venezolanas
y venezolanos que han tenido que sustraer muchas horas semanales de sus rutinas
hogareñas en la obtención de los productos alimenticios, de limpieza personal y
medicinas, amén de reimpulsar el axioma neoliberal del “sálvese quien pueda” y
el mito del “emprendedor exitoso” que sabe aprovechar las oportunidades que le
ofrece el mercado y, como lo justifican los sesudos economistas escuálidos, su
modelo son las y los “bachaqueros”.
La guerra económica vino para reinstalar entre las y los
venezolanos el sistema representativo que había sido rechazado por las mayorías
que eligieron a Chávez y hoy apoyan a Nicolás como continuidad del
chavismo. Dicho sistema tiene como
sustento social la apatía política de la población. Una población que se
conforma con “lo que le dicen que hacen y harán” los líderes de los partidos de
oposición para proteger sus intereses personales. No hay en esa población un
concepto de alguna entidad supraindividual que les motive a participar más allá
del acto de votar. Al contrario, sus votos son contra quienes amenazan su
estilo de vida despolitizado esgrimiendo conceptos “abstractos y vacios”, pero
peligrosos, como el de participación, protagonismo, patria, soberanía,
socialismo, integración latinoamericana, etc.
Hasta aquí lo que describimos es grave, pero más gravedad
adquiere si asociamos el estilo de vida representativo que consolida la guerra
económica, con lo que Sheldon Wolin, un teórico de la democracia
estadounidense, denomina “Totalitarismo invertido”, que es un sistema político,
formalmente democrático, en el que la mayoría de las personas asume un estilo
de vida sumiso ante las decisiones del poder central, por lo que se desmoviliza
y sólo afirma su voluntad política mediante el acto de votación. El sustento de
dicho poder totalitario es la confianza que les genera a esos amplios sectores
de la población un gobierno que los protege del peligro que representan las
propuestas de participación y protagonismo político que están identificadas con
el socialismo y que “sufrieron” intensamente, en el caso venezolano, durante la
guerra económica.
Ahora comprendemos mejor por qué la oposición no necesitó
movilizar en manifestaciones públicas a sus seguidores, ni invertir enormes
recursos económicos y esfuerzos humanos en su campaña electoral para la
Asamblea Nacional. No lo hizo porque su estrategia política, con implicaciones
electorales, es la guerra económica, que no finalizará con las próximas
elecciones aunque lograsen mayoría en la Asamblea Nacional. No finalizará hasta
que logren quebrar el nuevo imaginario político, participativo y protagónico,
que se ha venido construyendo desde 1998 y que se definió como socialismo del
siglo 21.
El imperialismo estadounidense sabe que, históricamente,
el nido de la revolución continental no está en Argentina, ni en Brasil,
Bolivia o Ecuador, sino en Venezuela, por eso incuba en nuestro suelo el huevo
de la serpiente totalitaria y por ello no podemos optar entre vencer o morir…
¡Necesario es vencer!… pero para lograrlo necesitamos una dirigencia creativa e
irreverente no sólo en el discurso, sino en la acción y ¡urgente! porque el enemigo está empollado…
[1] Colocamos las
comillas no porque dudemos de que sea cierto lo que denuncia el gobierno, sino
porque es una nueva estrategia de la derecha continental, liderizada por la
estadounidense, que se ha aplicado a la sociedad venezolana y que, a diferencia
de la aplicada en Chile contra el gobierno socialista de Allende, no tiene como
culminación un golpe de Estado sanguinario dirigido por militares fascistas,
sino la derrota política, vía electoral, del proyecto bolivariano, por lo que la
estrategia con Allende fue de corto plazo y con nosotros no tiene plazo. A más
corto plazo, una vez en el gobierno, sería el desmontaje represivo y con
violencia selectiva (mientras sea posible) de la estructura del poder popular
chavista.
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