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sábado, 27 de febrero de 2016

Evo y la democracia en Bolivia

Hoy al igual que  en Venezuela y Argentina, los gobiernos nacional-populares han mostrado que además de su vocación por la democracia participativa, también saben respetar los resultados de la democracia procedimental. En enero de 2020, Evo se irá a su casa porque así lo ha demandado el mandato popular.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

El referendo del 21 de febrero de 2016 en Bolivia dijo que una estrecha mayoría de Bolivia no quiere la reelección presidencial de Evo Morales en 2020. Finalmente con el voto de las regiones campesinas, el “Sí” a la reelección fue estrechando el margen que le separaba del “No”. Cuando se habían contado el 75% de los votos, la diferencia era de 9% y al final con casi el 100% de los votos computados, tal diferencia fue de 2.62%. Obviamente, el triunfo del “No” no es el fin de la era de Evo en Bolivia. Muchos acontecimientos habrán de suceder cuando el actual presidente entregue en 2020 el mandato  a su sucesor.

En estos diez años los logros de los períodos presidenciales de Evo resultan impresionantes. En 2014 el PNUD destacó en su informe sobre desarrollo humano que Bolivia  con sus 10.5 millones de habitantes, había sido  el país en la región con más éxito en la reducción de la pobreza: 32% entre 2002 y 2012. Durante los años que han transcurrido desde que Evo llegó a la presidencia, 2.6 millones de bolivianos se incorporaron a las clases medias en un contexto en el que el promedio de crecimiento del PIB ha sido de entre 5 y 6%, pasando de 8 mil  a 33 mil millones de dólares. El PIB per cápita pasó de 1,200 a 3, 000 millones de dólares. El país ha gozado de un envidiable superávit fiscal y comercial y las reservas de divisas alcanzan el 50% del PIB,   uno de los porcentajes más altos del mundo.

Acaso estos logros sean igualmente impresionantes a los que se lograron en el ámbito  de la democracia. La derecha  antipopulista vulgar ha expresado que el “populismo” (equívoca denominación) en América latina, ha instaurado dictaduras encabezadas por líderes mesiánicos. La extrema izquierda ha coincidido con esas apreciaciones y en particular en el caso boliviano, considera que la llegada de Evo Morales a la presidencia en enero de 2006, fue una regresión para un movimiento social que visualiza en ascenso en aquel momento. En realidad, en Bolivia se  crearon las condiciones para una democracia participativa no exenta de contradicciones. La correlación de fuerzas entre indígenas y pobres en relación con los sectores oligárquicos cambió totalmente. Hoy al igual que  en Venezuela y Argentina, los gobiernos nacional-populares han mostrado que además de su vocación por la democracia participativa, también saben respetar los resultados de la democracia procedimental. En enero de 2020, Evo se irá a su casa porque así lo ha demandado el mandato popular.

En varias ocasiones y en distintos lugares de América Latina, le he escuchado decir al vicepresidente Álvaro García Linera que la democracia, esta nueva democracia que se ensaya  con los gobiernos progresistas y no la “democracia fosilizada” del primer mundo, es el sustrato indispensable del socialismo del siglo XXI.  La movilización social transformada en movimiento político hizo que a través de las urnas lo nacional popular llegara al gobierno.

Y así sucederá hasta que las urnas digan lo contrario.

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