Hoy al igual que en Venezuela y Argentina, los gobiernos
nacional-populares han mostrado que además de su vocación por la democracia
participativa, también saben respetar los resultados de la democracia
procedimental. En enero de 2020, Evo se irá a su casa porque así lo ha
demandado el mandato popular.
Carlos Figueroa Ibarra /
Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El referendo del 21 de
febrero de 2016 en Bolivia dijo que una estrecha mayoría de Bolivia no quiere
la reelección presidencial de Evo Morales en 2020. Finalmente con el voto de
las regiones campesinas, el “Sí” a la reelección fue estrechando el margen que
le separaba del “No”. Cuando se habían contado el 75% de los votos, la
diferencia era de 9% y al final con casi el 100% de los votos computados, tal
diferencia fue de 2.62%. Obviamente, el triunfo del “No” no es el fin de la era
de Evo en Bolivia. Muchos acontecimientos habrán de suceder cuando el actual
presidente entregue en 2020 el mandato a
su sucesor.
En estos diez años los
logros de los períodos presidenciales de Evo resultan impresionantes. En 2014
el PNUD destacó en su informe sobre desarrollo humano que Bolivia con sus 10.5 millones de habitantes, había
sido el país en la región con más éxito
en la reducción de la pobreza: 32% entre 2002 y 2012. Durante los años que han
transcurrido desde que Evo llegó a la presidencia, 2.6 millones de bolivianos
se incorporaron a las clases medias en un contexto en el que el promedio de
crecimiento del PIB ha sido de entre 5 y 6%, pasando de 8 mil a 33 mil millones de dólares. El PIB per
cápita pasó de 1,200 a 3, 000 millones de dólares. El país ha gozado de un
envidiable superávit fiscal y comercial y las reservas de divisas alcanzan el
50% del PIB, uno de los porcentajes más
altos del mundo.
Acaso estos logros sean
igualmente impresionantes a los que se lograron en el ámbito de la democracia. La derecha antipopulista vulgar ha expresado que el
“populismo” (equívoca denominación) en América latina, ha instaurado dictaduras
encabezadas por líderes mesiánicos. La extrema izquierda ha coincidido con esas
apreciaciones y en particular en el caso boliviano, considera que la llegada de
Evo Morales a la presidencia en enero de 2006, fue una regresión para un
movimiento social que visualiza en ascenso en aquel momento. En realidad, en
Bolivia se crearon las condiciones para
una democracia participativa no exenta de contradicciones. La correlación de
fuerzas entre indígenas y pobres en relación con los sectores oligárquicos
cambió totalmente. Hoy al igual que en
Venezuela y Argentina, los gobiernos nacional-populares han mostrado que además
de su vocación por la democracia participativa, también saben respetar los
resultados de la democracia procedimental. En enero de 2020, Evo se irá a su
casa porque así lo ha demandado el mandato popular.
En varias ocasiones y en
distintos lugares de América Latina, le he escuchado decir al vicepresidente
Álvaro García Linera que la democracia, esta nueva democracia que se
ensaya con los gobiernos progresistas y
no la “democracia fosilizada” del primer mundo, es el sustrato indispensable
del socialismo del siglo XXI. La
movilización social transformada en movimiento político hizo que a través de
las urnas lo nacional popular llegara al gobierno.
Y así sucederá hasta
que las urnas digan lo contrario.
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