Obama es la cara benevolente de un
aparato descarnado y hambriento al que viene abriéndole camino y del que es
embajador de lujo.
Rafael
Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica
La noticia de la semana en América
Latina ha sido el periplo de Barak Obama por Cuba y Argentina. Encantador el
muchacho con su paso de gacela, su sonrisa seductora, sus dotes de bailarín de
tango y consumada contraparte del cómico Pánfilo en Cuba. No hay quien quede a
salvo de su seducción; es exactamente lo que necesitaban los Estados Unidos de
América en esta coyuntura precisa, cuando las opciones nacional-progresistas de
América Latina no atraviesan su mejor momento.
Después de varios años de lamentos
de la derecha latinoamericana por fin tenemos la atención que tanto pedían, y
ahí está Obama encabezando la ofensiva soft
en la que se ha revelado todo un experto. Viéndolo, uno se pregunta cómo tiene
tiempo el presidente de la principal potencia del mundo contemporáneo, mientras
Bashar al Ásad está a punto de reconquistar Palmira y hay atentados en Bélgica,
para aprender a decir “¡qué bomba!”, y hacer como que aprende a jugar dominó en
un plató de televisión mientras comenta lo que le gustaron los patacones del
paladar que visitó en La Habana.