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sábado, 21 de mayo de 2016

El golpe al sueño bolivariano del siglo XXI

El viejo enfrentamiento entre bolivarianismo y monroísmo, entre la América Latina una y solidaria, que aspira a levantarse y caminar sobre sus propios pies, y el dictum imperial de la América para los (norte)americanos, una vez más es el telón de fondo de las luchas políticas que sacuden a Venezuela, Brasil y Argentina.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Kirchner, Lula y Chávez: la confluencia en torno
al proyecto de integración bolivariano.
En diciembre de 1994, un teniente coronel de paracaidistas del ejército venezolano, llamado Hugo Chávez Fríos, de visita en Cuba, recibió la invitación de Fidel Castro para impartir una conferencia en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. En su disertación, aquel joven líder recién indultado, perfiló el programa ideológico de lo que, años después, se convirtió en la Revolución Bolivariana; y además, anunció el proyecto de integración continental que sentó las bases de la actual CELAC: “un proyecto estratégico continental de largo plazo”, que en un horizonte de 20 a 40 años, permitiera el desarrollo de un modelo económico y político alternativo, soberano y complementario para la región. “Una asociación de Estados latinoamericanos (…) que fue el sueño original de nuestros libertadores (…). Un congreso o una liga permanente donde discutiríamos los latinoamericanos sobre nuestra tragedia y sobre nuestro destino”; que hiciera del siglo XXI “el siglo de la esperanza y de la resurrección del sueño bolivariano, del sueño de Martí”.

Una década más tarde, ahora como presidente de Venezuela e impulsor de la Revolución Bolivariana, Chávez retomó la idea del proyecto continental y lanzó a la palestra la propuesta de construcción del eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires como punto neurálgico, estructurante de la nueva América del Sur –a la que visualizaba como potencia mundial-.  “Hay un eje que se está formando, el eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires, el eje en torno al cual se está desarrollando una nueva visión geopolítica, económica, de integración. ¡Con Brasil nos unen tantas cosas!”, había dicho Chávez en 2004.

En la suma de cada proceso nacional-popular y progresista que fue emergiendo en nuestra América, y en su articulación estratégica, Chávez supo atisbar el camino hacia la construcción del sueño bolivariano en el siglo XXI. Allí, el eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires estaba llamado a cumplir un papel fundamental en la configuración de una nueva arquitectura de la integración regional, en un nuevo equilibrio de poder en las relaciones interamericanas y en el diseño de un proyecto nuestroamericano de superación del neoliberalismo. Tarea en la que Chávez ofrendó su propia vida.

La magnitud de este sueño y las posibilidades reales de articulación de los tres países en ambiciosas iniciativas, como quedó demostrado en la confluencia de liderazgos de Chávez, Lula da Silva y Néstor Kirchner, rápidamente encendió las alarmas del imperialismo. De ahí la importancia que, en el diseño de la política exterior de Washington, especialmente en los últimos dos a tres años, han tenido la guerra económica y geopolítica orquestada contra Venezuela, el golpe parlamentario en proceso de consumación en Brasil y la dolorosa restauración neoliberal que sufre el pueblo argentino. No solo se trata de abortar experiencias que, con mayor o menor radicalidad, y con mayor o menor éxito, plantaron cara –en el marco de sus especificidades- al imperialismo y al neoliberalismo: se trata, sobre todo, de destruir política y culturalmente el ideal bolivariano que en estos años ha vivido un renacimiento, animando búsquedas y utopías en toda la región. En definitiva, el objetivo es aleccionar a los pueblos mediante el sacrificio de la esperanza emancipadora en el altar de la dominación.

El viejo enfrentamiento entre bolivarianismo y monroísmo, entre la América Latina una y solidaria, que aspira a levantarse y caminar sobre sus propios pies, y el dictum imperial de la América para los (norte)americanos, una vez más es el telón de fondo de las luchas políticas que sacuden a Venezuela, Brasil y Argentina –con reverberaciones en el resto del continente-, con el oscuro protagonismo de unas derecha que optado por llevar hasta sus últimas consecuencias  el guión de la tragedia.

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