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sábado, 21 de mayo de 2016

Proletarios del mundo ¡Uníos! (último llamado)

Así rezaba  el irónico graffiti que apareció en una pared colombiana a comienzo de los años 90 cuando el internacionalismo proletario parecía no significar más que el recuerdo de una ridícula mueca de la historia.

Mariano Ciafardini* / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Casi nadie creía entonces  que en menos de 20 años las cosas iban a volver a cambiar tanto como para  actualizar nuevamente  el sentido de la famosa frase conclusiva del viejo Manifiesto.

Hoy la crisis general del sistema capitalista es más que evidente. Desde hace casi 10 años que no hay solución de continuidad en la persistente inestabilidad económica y financiera mundial, a la que luego se le agregó la recesión y una solapada guerra monetaria. A diferencia de otras crisis económicas mundiales, no se ve ninguna salida en el horizonte capitalista.

EEUU, luego de la emisión más fabulosa de la historia, se debate entre subir o no las tasas de interés, si las sube se profundizaría una recesión que hoy mantiene disfrazada de bajo crecimiento  y engañando estadísticamente  con los datos de empleo y consumo. Si no las sube, sigue alimentando la especulación formadora de burbujas financieras,  porque está claro que la casi totalidad de lo que emite no va a la producción ni al bienestar del pueblo estadounidense. Esto se refleja en las perspectivas electorales en las que los dos candidatos que van quedando por los partidos  “tradicionales” tienen un elevadísimo nivel de imagen negativa.

A la Unión Europea le queda cada vez menos de unión. Se puede ver, ahora claramente, que el modelo de integración que se impuso fue el de una corporación manejada por Alemania, con Francia como socio menor, e Inglaterra con un pie siempre afuera  y mirando a los EEUU.

Hoy la situación de los países del sur europeo es desastrosa,  con la amenaza de una hipercrisis bancaria en Italia  y la reedición de la crisis del 2012 en el resto. Ello llevaría a los bancos franceses al default inmediato. Alemania ha perdido su poder de motorizar la economía en su conjunto y enfrenta una grave crisis interna que en lo político se expresa principalmente en el problema de la inmigración, pero que va mucho más allá de ello.

Japón no puede encontrar el rumbo para salir de una situación deflacionaria que en realidad viene arrastrando desde la crisis de 1989.

En la desesperación, aumenta la intensidad de los enfrentamientos competitivos de los grupos del capital. Aparecen denuncias contra las gigantes automotrices alemanas y japonesas, se interviene la federación internacional de fútbol, se publican listas (parciales) de evasores de impuestos y lavadores de dinero en la banca offshore, se profundiza el espionaje entre países “aliados”, hay sospechosas muertes y caídas de aviones  nunca esclarecidas.

Si se quiere resumir y simplificar  se puede decir  que  la causa de la crisis del “mundo desarrollado” está directamente relacionada con el haber gastado fabulosamente a cuenta durante los 90 y la primera mitad del 2000, sobre todo en suntuarios y gastos militares.

 ¿Debieron haber gastado menos? En términos de supervivencia del sistema capitalista eso era imposible, pues fue precisamente ese esquema de gasto basado en crédito y la emisión lo que le permitió al capital recuperar la tasa de ganancia, subsistir a la caída de los 80 y reciclarse como capitalismo financiero globalizado (ver Globalización tercera –y última- etapa del capitalismo. Ciafardini. 2011).

Pero que pasa entonces en el actual “segundo mundo” si así puede llamársele a las economías china e india. Pues sucede que, precisamente en el esquema ideado por la globalización financiera capitalista,  estos países estaban destinados a ser la “fábrica del mundo” lo que, a su vez, les permitió dar un gran salto de desarrollo industrial, mejorar la situación económica de millones de pobres, incorporar tecnología de punta, desarrollar sus infraestructuras y acumular grandes masas de reservas. Ello los catapultó, sobre todo a China, a transformarse en un factor importante de poder mundial, contraponiéndose al propio poder de sus mentores occidentales, contra los que el “gigante dormido”  armó su propio bloque de poder con Rusia  y otros países de su región, volviéndose  a reeditar, aunque de manera mucho menos intensa, un cierto bipolarismo atenuado con una tendencia a la multipolaridad que complica, cada vez más, los planes de los grandes grupos financieros de regular la economía mundial a su medida.

Pero también  sucede que, en el esquema globalizador,  el desarrollo económico de estos “emergentes  poderosos” nació atado al hiperconsumo,  ficticiamente sostenido, en EEUU y  la UE. Al caer éste  se detiene aquél.

Esto trae consecuencia internas  serias para estos emergentes de primera línea como lo es en primer término el descenso abrupto de las tasa de crecimiento. Pero el “parate” se proyecta a los “emergentes de segunda línea” es decir casi la totalidad del resto del mundo  que vivió un momento de auge económico a partir del aumento de los precios de sus productos primarios, por la gran demanda china –asiática. Hasta la olvidada  África empezaba a sentir  algunos beneficios del derrame del auge económico chino-asiático.   

América Latina y, particularmente América del Sur, no escapa de ninguna manera a esta crisis sistémica. Macri gana en Argentina con un apoyo mediático totalitario y cabalgando sobre problemas internos del proyecto político antineoliberal, pero el escenario de base  que le permiten el vertiginosos ascenso, que lo sorprendió hasta a él mismo,  fueron los problemas económicos y financieros que se agudizaron en los últimos años del gobierno kirchnerista con la crisis de Brasil y la baja del precio de la soja. En Brasil y Venezuela  el impacto de la crisis sistémica sobre sus economías es más que evidente  y amenaza con la interrupción de los proyectos políticos populares  que tuvieron auge a partir del 2000, como si estos proyectos fueran los culpables de la crisis. Hay un intento de restauración conservadora en la región que soslaya que  la crisis también golpea a gobiernos  claramente neoliberales como el mexicano y el colombiano y a todos los demás sin excepciones.

Desde ciertas posiciones de izquierda se les reprocha a algunos de estos gobiernos que encabezaron o encabezan proyectos populares (para la derecha, populistas) no haber transformado las estructuras neoliberales, primaristas y extractivistas,  de los países que gobernaron o gobiernan. El planteo como tal puede haber sido  pertinente, sólo que de nada sirve quedarse ahora en esto.

Tal vez la  verdadera oportunidad para abordar tales cambios profundos sea la que se abre ahora, con este intento de restauración conservadora en la región, que se da, precisamente, en el marco de la agudización de la crisis sistémica a la que antes aludimos.

En efecto, la única forma realista de salir adelante cambiando las estructuras productivo-distributivas   de los países Latinoamericanos,  en la economía globalizada, es mediante un proceso profundo y acelerado de integración regional, que permita pararse frente al resto del mundo con  escalas productivas significantes y un único inmenso mercado interno. Esto implicaría una revolución en las políticas externas de nuestros países que solo encontraría escenario propicio en la agudización de la crisis estructural mundial  que pronosticamos. Pero está claro que todo ello solo se transforma en una oportunidad si los movimientos populares son capaces de reaccionar y enfrentar con todo la estrategia restaurativa y si además  la resistencia se extiende internacionalmente de modo que no le quede a la estrategia del capital ningún territorio seguro donde hacer pie.

Y aquí llegamos al punto de este artículo, preanunciado en el título esotérico que elegimos,  qué es el de  que, afortunadamente los pueblos (proletarios) de todos estos países del mundo  “desarrollados”, “emergentes de primera “ , y/o “emergentes de segunda” parecieran no estar dispuestos ya hoy   a dar ni un paso  más atrás de los niveles de vida alcanzados  ni a aceptar pasivamente  el cuento de que habría que ajustarse y empobrecerse “por un tiempo” para después salir adelante, porque sospechan profundamente, y con razón, de la mentira oculta detrás de ese trillado argumento.

Aun en países donde ganó las elecciones el neoliberalismo puro y duro como en Argentina,  el gobierno no alcanzó a recorrer los seis primeros meses de gestión y ya se enfrenta a una poderosísima resistencia  popular. En Brasil, a pesar de la crisis económica profunda y  de la ofensiva mediática corporativa, destituyente, desembozada, el partido de gobierno no deja de tener un fuerte apoyo de amplios sectores populares  que vaticina una resistencia feroz manteniéndose en la gestión  o desde la oposición. Igual es el caso de Venezuela donde la presión golpista opositora podría desencadenar, incluso, una guerra civil.

En Europa los movimientos ciudadanos,  las centrales sindicales y los partidos de izquierda  se aproximan cada vez más a conformar frentes de resistencia  al ajuste  y se oponen a los inventos expoliadores de última generación (que muestra también el grado de desesperación del capital) como son los tratados secretos (para los pueblos) como el “Transatlántico” que amenaza con destruir a todas las pequeñas y medianas empresas  de Europa del Norte y Central.

También el Partido comunista Chino sabe que los amplios sectores del pueblo chino que accedieron a las ciudades  y a empleos industriales y de servicios,  o que mejoraron sus condiciones de vida en el campo, no pueden volver hacia atrás. Ha dado señas de ello  al emprender una gran reforma desde el perfil exportador hacia el fortalecimiento del mercado interno. Pero a medida que la crisis se profundice deberá avanzar aún mucho más.

Es precisamente esta fuerza subjetiva imparable y creciente la que se está erigiendo en “sepulturera” del sistema  capitalista global  ya que, frente al escenario planteado y descrito  en este artículo, la única salida que va a quedar es la de un gran acuerdo internacional que establezca pautas para la producción y el comercio que permitan sostener los niveles de vida alcanzados  en todo el planeta y avanzar  a los sectores más postergados y es evidente que ello solo podría logarse a partir del “sacrificio” de partes importantes de las pingues ganancias de los grupos financieros globales y de los ricos del mundo. La aceptación, aún a regañadientes, del gobierno norteamericano, de resultados no buscados , como el de la paz en Siria (y con Rusia) o la resignación ante iniciativas chinas como las del Banco Internacional y el aumento de la circulación internacional del yuan, son situaciones que parecieran indicar que la realidad se impone aun al más grande de los poderes.

Es obvio que, si se imponen acuerdos de esta naturaleza,  ello irá implicando más y más  la negación de las dinámicas esenciales del sistema capitalista y que  la planificación (o al menos la articulación) interestatal  mundial, regulatoria de la “libertad” de producción y comercio, en la que prime el objetivo de mantener el consumo cuantitativo más extendido, es decir el consumo popular, no puede ser más que  el  principio del fin del sistema .

Habrá que tener la mirada puesta en la próxima reunión del G 20, en Septiembre, en China y ver entonces la fuerza que hayan alcanzado  las luchas de resistencia popular en el mundo, luchas  que, ahora sí, parecen estar golpeando todas al mismo tiempo.


*Investigador del Instituto Argentino de Estudios Geopolíticos.

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