Así rezaba el irónico graffiti que apareció en una pared
colombiana a comienzo de los años 90 cuando el internacionalismo proletario
parecía no significar más que el recuerdo de una ridícula mueca de la historia.
Mariano Ciafardini* / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires,
Argentina
Casi nadie creía
entonces que en menos de 20 años las
cosas iban a volver a cambiar tanto como para
actualizar nuevamente el sentido
de la famosa frase conclusiva del viejo Manifiesto.
Hoy la crisis general
del sistema capitalista es más que evidente. Desde hace casi 10 años que no hay
solución de continuidad en la persistente inestabilidad económica y financiera
mundial, a la que luego se le agregó la recesión y una solapada guerra
monetaria. A diferencia de otras crisis económicas mundiales, no se ve ninguna
salida en el horizonte capitalista.
EEUU, luego de la
emisión más fabulosa de la historia, se debate entre subir o no las tasas de
interés, si las sube se profundizaría una recesión que hoy mantiene disfrazada
de bajo crecimiento y engañando
estadísticamente con los datos de empleo
y consumo. Si no las sube, sigue alimentando la especulación formadora de
burbujas financieras, porque está claro
que la casi totalidad de lo que emite no va a la producción ni al bienestar del
pueblo estadounidense. Esto se refleja en las perspectivas electorales en las
que los dos candidatos que van quedando por los partidos “tradicionales” tienen un elevadísimo nivel
de imagen negativa.
A la Unión Europea le
queda cada vez menos de unión. Se puede ver, ahora claramente, que el modelo de
integración que se impuso fue el de una corporación manejada por Alemania, con
Francia como socio menor, e Inglaterra con un pie siempre afuera y mirando a los EEUU.
Hoy la situación de los
países del sur europeo es desastrosa,
con la amenaza de una hipercrisis bancaria en Italia y la reedición de la crisis del 2012 en el
resto. Ello llevaría a los bancos franceses al default inmediato. Alemania ha
perdido su poder de motorizar la economía en su conjunto y enfrenta una grave
crisis interna que en lo político se expresa principalmente en el problema de
la inmigración, pero que va mucho más allá de ello.
Japón no puede
encontrar el rumbo para salir de una situación deflacionaria que en realidad
viene arrastrando desde la crisis de 1989.
En la desesperación,
aumenta la intensidad de los enfrentamientos competitivos de los grupos del
capital. Aparecen denuncias contra las gigantes automotrices alemanas y
japonesas, se interviene la federación internacional de fútbol, se publican
listas (parciales) de evasores de impuestos y lavadores de dinero en la banca
offshore, se profundiza el espionaje entre países “aliados”, hay sospechosas muertes
y caídas de aviones nunca esclarecidas.
Si se quiere resumir y
simplificar se puede decir que la
causa de la crisis del “mundo desarrollado” está directamente relacionada con
el haber gastado fabulosamente a cuenta durante los 90 y la primera mitad del
2000, sobre todo en suntuarios y gastos militares.
¿Debieron haber gastado menos? En términos de
supervivencia del sistema capitalista eso era imposible, pues fue precisamente
ese esquema de gasto basado en crédito y la emisión lo que le permitió al
capital recuperar la tasa de ganancia, subsistir a la caída de los 80 y
reciclarse como capitalismo financiero globalizado (ver Globalización tercera –y última- etapa del capitalismo. Ciafardini.
2011).
Pero que pasa entonces
en el actual “segundo mundo” si así puede llamársele a las economías china e
india. Pues sucede que, precisamente en el esquema ideado por la globalización
financiera capitalista, estos países
estaban destinados a ser la “fábrica del mundo” lo que, a su vez, les permitió
dar un gran salto de desarrollo industrial, mejorar la situación económica de
millones de pobres, incorporar tecnología de punta, desarrollar sus
infraestructuras y acumular grandes masas de reservas. Ello los catapultó,
sobre todo a China, a transformarse en un factor importante de poder mundial,
contraponiéndose al propio poder de sus mentores occidentales, contra los que
el “gigante dormido” armó su propio
bloque de poder con Rusia y otros países
de su región, volviéndose a reeditar,
aunque de manera mucho menos intensa, un cierto bipolarismo atenuado con una
tendencia a la multipolaridad que complica, cada vez más, los planes de los
grandes grupos financieros de regular la economía mundial a su medida.
Pero también sucede que, en el esquema globalizador, el desarrollo económico de estos
“emergentes poderosos” nació atado al
hiperconsumo, ficticiamente sostenido,
en EEUU y la UE. Al caer éste se detiene aquél.
Esto trae consecuencia
internas serias para estos emergentes de
primera línea como lo es en primer término el descenso abrupto de las tasa de
crecimiento. Pero el “parate” se proyecta a los “emergentes de segunda línea”
es decir casi la totalidad del resto del mundo
que vivió un momento de auge económico a partir del aumento de los
precios de sus productos primarios, por la gran demanda china –asiática. Hasta
la olvidada África empezaba a
sentir algunos beneficios del derrame
del auge económico chino-asiático.
América Latina y,
particularmente América del Sur, no escapa de ninguna manera a esta crisis
sistémica. Macri gana en Argentina con un apoyo mediático totalitario y
cabalgando sobre problemas internos del proyecto político antineoliberal, pero
el escenario de base que le permiten el
vertiginosos ascenso, que lo sorprendió hasta a él mismo, fueron los problemas económicos y financieros
que se agudizaron en los últimos años del gobierno kirchnerista con la crisis
de Brasil y la baja del precio de la soja. En Brasil y Venezuela el impacto de la crisis sistémica sobre sus
economías es más que evidente y amenaza
con la interrupción de los proyectos políticos populares que tuvieron auge a partir del 2000, como si
estos proyectos fueran los culpables de la crisis. Hay un intento de
restauración conservadora en la región que soslaya que la crisis también golpea a gobiernos claramente neoliberales como el mexicano y el
colombiano y a todos los demás sin excepciones.
Desde ciertas
posiciones de izquierda se les reprocha a algunos de estos gobiernos que
encabezaron o encabezan proyectos populares (para la derecha, populistas) no
haber transformado las estructuras neoliberales, primaristas y
extractivistas, de los países que
gobernaron o gobiernan. El planteo como tal puede haber sido pertinente, sólo que de nada sirve quedarse
ahora en esto.
Tal vez la verdadera oportunidad para abordar tales
cambios profundos sea la que se abre ahora, con este intento de restauración
conservadora en la región, que se da, precisamente, en el marco de la
agudización de la crisis sistémica a la que antes aludimos.
En efecto, la única
forma realista de salir adelante cambiando las estructuras
productivo-distributivas de los países
Latinoamericanos, en la economía
globalizada, es mediante un proceso profundo y acelerado de integración
regional, que permita pararse frente al resto del mundo con escalas productivas significantes y un único
inmenso mercado interno. Esto implicaría una revolución en las políticas
externas de nuestros países que solo encontraría escenario propicio en la
agudización de la crisis estructural mundial
que pronosticamos. Pero está claro que todo ello solo se transforma en
una oportunidad si los movimientos populares son capaces de reaccionar y
enfrentar con todo la estrategia restaurativa y si además la resistencia se extiende internacionalmente
de modo que no le quede a la estrategia del capital ningún territorio seguro
donde hacer pie.
Y aquí llegamos al
punto de este artículo, preanunciado en el título esotérico que elegimos, qué es el de
que, afortunadamente los pueblos (proletarios) de todos estos países del
mundo “desarrollados”, “emergentes de
primera “ , y/o “emergentes de segunda” parecieran no estar dispuestos ya
hoy a dar ni un paso más atrás de los niveles de vida
alcanzados ni a aceptar pasivamente el cuento de que habría que ajustarse y
empobrecerse “por un tiempo” para después salir adelante, porque sospechan
profundamente, y con razón, de la mentira oculta detrás de ese trillado
argumento.
Aun en países donde
ganó las elecciones el neoliberalismo puro y duro como en Argentina, el gobierno no alcanzó a recorrer los seis
primeros meses de gestión y ya se enfrenta a una poderosísima resistencia popular. En Brasil, a pesar de la crisis económica
profunda y de la ofensiva mediática
corporativa, destituyente, desembozada, el partido de gobierno no deja de tener
un fuerte apoyo de amplios sectores populares
que vaticina una resistencia feroz manteniéndose en la gestión o desde la oposición. Igual es el caso de
Venezuela donde la presión golpista opositora podría desencadenar, incluso, una
guerra civil.
En Europa los
movimientos ciudadanos, las centrales
sindicales y los partidos de izquierda
se aproximan cada vez más a conformar frentes de resistencia al ajuste
y se oponen a los inventos expoliadores de última generación (que
muestra también el grado de desesperación del capital) como son los tratados
secretos (para los pueblos) como el “Transatlántico” que amenaza con destruir a
todas las pequeñas y medianas empresas
de Europa del Norte y Central.
También el Partido
comunista Chino sabe que los amplios sectores del pueblo chino que accedieron a
las ciudades y a empleos industriales y
de servicios, o que mejoraron sus
condiciones de vida en el campo, no pueden volver hacia atrás. Ha dado señas de
ello al emprender una gran reforma desde
el perfil exportador hacia el fortalecimiento del mercado interno. Pero a
medida que la crisis se profundice deberá avanzar aún mucho más.
Es precisamente esta
fuerza subjetiva imparable y creciente la que se está erigiendo en
“sepulturera” del sistema capitalista
global ya que, frente al escenario
planteado y descrito en este artículo,
la única salida que va a quedar es la de un gran acuerdo internacional que
establezca pautas para la producción y el comercio que permitan sostener los
niveles de vida alcanzados en todo el
planeta y avanzar a los sectores más
postergados y es evidente que ello solo podría logarse a partir del
“sacrificio” de partes importantes de las pingues ganancias de los grupos
financieros globales y de los ricos del mundo. La aceptación, aún a
regañadientes, del gobierno norteamericano, de resultados no buscados , como el
de la paz en Siria (y con Rusia) o la resignación ante iniciativas chinas como
las del Banco Internacional y el aumento de la circulación internacional del
yuan, son situaciones que parecieran indicar que la realidad se impone aun al
más grande de los poderes.
Es obvio que, si se
imponen acuerdos de esta naturaleza,
ello irá implicando más y más la
negación de las dinámicas esenciales del sistema capitalista y que la planificación (o al menos la articulación)
interestatal mundial, regulatoria de la
“libertad” de producción y comercio, en la que prime el objetivo de mantener el
consumo cuantitativo más extendido, es decir el consumo popular, no puede ser
más que el principio del fin del sistema .
Habrá que tener la
mirada puesta en la próxima reunión del G 20, en Septiembre, en China y ver
entonces la fuerza que hayan alcanzado
las luchas de resistencia popular en el mundo, luchas que, ahora sí, parecen estar golpeando todas
al mismo tiempo.
*Investigador del
Instituto Argentino de Estudios Geopolíticos.
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