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sábado, 25 de junio de 2016

Del malestar al malhumor

Las señales de un descontento generalizado en el mundo actual son inequívocas. La época que nos ha tocado vivir  revela una humanidad en estado de parto; pero la criatura que está por venir no sabemos lo que será...ni siquiera sabemos si será.

Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América

El malestar que agobia a la humanidad se ha convertido en malhumor. La razón de esta actitud se debe al altísimo grado de incertidumbre en que vivimos en estas primeras décadas del nuevo milenio. Si el ser humano está condenado a hacer política es porque es la única especie viviente para la cual el futuro no le es dado en un gene, sino que debe forjarlo a partir de sus propias decisiones. Lo que ahora está en juego es el concepto mismo de POLITICA. Somos políticos desde que tenemos uso de razón y no dejaremos de serlo sino con la muerte. Lo cual implica un altísimo grado de responsabilidad que  pocos están dispuestos a asumir. Pero esa responsabilidad  es ineludible, porque es inherente a nuestra condición de ciudadanos libres. La lucha por la democracia es para hacerla directa y participativa. La responsabilidad histórica de las actuales generaciones es construir una democracia popular. La participación en los grupos organizados de base constituye el punto de partida de esa revolución democrática.

Sin embargo, por desgracia todo parece indicar  que no se hará sin que la humanidad corra graves riesgos que comprometen su propia sobrevivencia. Los signos de malestar en el mundo actual se han convertido en  inequívocos rictus de enojo. El malestar generalizado denota un creciente malhumor. Repasemos algunos casos. La campaña electoral en los Estados Unidos es atípica, pues ha puesto de manifiesto, tanto desde la derecha delirante (Trump), como desde la creciente y esperanzadora tendencia hacia un socialismo democrático (Sanders), que el bipartidismo está en crisis, ya que ambas tendencias revelan un crispado rechazo al establishment. En España y en el Reino Unido las cosas han llegado hasta el punto de poner en jaque la vigencia del Estado nacional. En otras latitudes, la desesperación y la ira de los ciudadanos en contra del status quo ha llegado al extremo  de inducirlos a optar mayoritariamente por un partido liderado por un payaso (Italia) o, incluso, dándole la presidencia a un ridículo sujeto (Guatemala). Francia podría sucumbir ante la fascinación del paroxismo xenofóbico. La Unión Europea se tambalea. Polonia, Hungría y Austria coquetean con la extrema derecha, que en Europa evoca los fantasmas del fascismo. Brasil, por culpa de una oligarquía que añora los no tan lejanos días de la dictadura, sufre un colapso en su frágil y joven democracia. En México y Honduras, sus cuestionados gobiernos optan sin escrúpulos por imponer el terrorismo de Estado ante el creciente y  más que justificado malestar del pueblo. En el Medio Oriente, una guerra que se prolonga y profundiza cada día más, amenaza con pasar a la historia como el preludio de un conflicto planetario, que cambie para siempre la geopolítica mundial.

Lo más grave de toda esta  angustiante situación es que la capacidad de autodestrucción de la humanidad, debido al arsenal nuclear de un número nada desdeñable de países,  podría evocar el Apocalipsis. Es por todo eso que suelo insistir en  que el concepto mismo de ”política” ha cambiado. Ya no significa el arte de conquistar el poder (Maquiavelo) sino de saberlo administrar. Y eso no lo da la ciencia sino la sabiduría.

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