Las señales de un
descontento generalizado en el mundo actual son inequívocas. La época que nos
ha tocado vivir revela una humanidad en
estado de parto; pero la criatura que está por venir no sabemos lo que
será...ni siquiera sabemos si será.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
El malestar que agobia
a la humanidad se ha convertido en malhumor. La razón de esta actitud se debe
al altísimo grado de incertidumbre en que vivimos en estas primeras décadas del
nuevo milenio. Si el ser humano está condenado a hacer política es porque es la
única especie viviente para la cual el futuro no le es dado en un gene, sino
que debe forjarlo a partir de sus propias decisiones. Lo que ahora está en
juego es el concepto mismo de POLITICA. Somos políticos desde que tenemos uso
de razón y no dejaremos de serlo sino con la muerte. Lo cual implica un
altísimo grado de responsabilidad que
pocos están dispuestos a asumir. Pero esa responsabilidad es ineludible, porque es inherente a nuestra
condición de ciudadanos libres. La lucha por la democracia es para hacerla
directa y participativa. La responsabilidad histórica de las actuales
generaciones es construir una democracia popular. La participación en los
grupos organizados de base constituye el punto de partida de esa revolución
democrática.
Sin embargo, por
desgracia todo parece indicar que no se
hará sin que la humanidad corra graves riesgos que comprometen su propia
sobrevivencia. Los signos de malestar en el mundo actual se han convertido
en inequívocos rictus de enojo. El
malestar generalizado denota un creciente malhumor. Repasemos algunos casos. La
campaña electoral en los Estados Unidos es atípica, pues ha puesto de
manifiesto, tanto desde la derecha delirante (Trump), como desde la creciente y
esperanzadora tendencia hacia un socialismo democrático (Sanders), que el
bipartidismo está en crisis, ya que ambas tendencias revelan un crispado
rechazo al establishment. En España y en el Reino Unido las cosas han llegado
hasta el punto de poner en jaque la vigencia del Estado nacional. En otras
latitudes, la desesperación y la ira de los ciudadanos en contra del status quo
ha llegado al extremo de inducirlos a
optar mayoritariamente por un partido liderado por un payaso (Italia) o,
incluso, dándole la presidencia a un ridículo sujeto (Guatemala). Francia
podría sucumbir ante la fascinación del paroxismo xenofóbico. La Unión Europea
se tambalea. Polonia, Hungría y Austria coquetean con la extrema derecha, que
en Europa evoca los fantasmas del fascismo. Brasil, por culpa de una oligarquía
que añora los no tan lejanos días de la dictadura, sufre un colapso en su
frágil y joven democracia. En México y Honduras, sus cuestionados gobiernos
optan sin escrúpulos por imponer el terrorismo de Estado ante el creciente
y más que justificado malestar del
pueblo. En el Medio Oriente, una guerra que se prolonga y profundiza cada día
más, amenaza con pasar a la historia como el preludio de un conflicto
planetario, que cambie para siempre la geopolítica mundial.
Lo más grave de toda esta angustiante situación es que la capacidad de autodestrucción de la humanidad, debido al arsenal nuclear de un número nada desdeñable de países, podría evocar el Apocalipsis. Es por todo eso que suelo insistir en que el concepto mismo de ”política” ha cambiado. Ya no significa el arte de conquistar el poder (Maquiavelo) sino de saberlo administrar. Y eso no lo da la ciencia sino la sabiduría.
Lo más grave de toda esta angustiante situación es que la capacidad de autodestrucción de la humanidad, debido al arsenal nuclear de un número nada desdeñable de países, podría evocar el Apocalipsis. Es por todo eso que suelo insistir en que el concepto mismo de ”política” ha cambiado. Ya no significa el arte de conquistar el poder (Maquiavelo) sino de saberlo administrar. Y eso no lo da la ciencia sino la sabiduría.
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