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sábado, 11 de junio de 2016

La OEA, Almagro y el peligro de la derecha desesperada

Comprobada la crisis de legitimidad de la OEA y su incapacidad para gestionar los conflictos continentales, nada garantiza que la derecha cada vez más desesperada anteponga sus escrúpulos institucionales y las formas democráticas, a su natural inclinación por las soluciones de fuerza y los artificios seudojurídicos como mecanismo de solución de las tensiones políticas.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Ilustración de Iván Lira.
¿Debe sorprender a alguien el fracaso -al menos temporal- del Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), el uruguayo Luis Almagro, en su intento de aplicar la llamada Carta Democrática contra el gobierno constitucional de Venezuela? ¿Debe sorprender a alguien que los imperialistas de aquí y de allá, criollos y norteamericanos, que son quienes realmente entretejen los hilos del funcionamiento de este organismo, pusieran al flamante excanciller Almagro al servicio de intereses espurios, que ocultan las verdaderas intenciones de los actores nacionales y extranjeros que están detrás de la crisis política venezolana? ¿Debe sorprendernos, en definitiva, que Almagro haya sido inmolado en el altar del panamericanismo, para satisfacer los apetitos de los sectores más radicales de la oposición venezolana y la derecha continental, que sueña con ver destruida a la Revolución Bolivariana y su legado?

Este affaire de insólito desenlace, tomando en cuenta la certeza con la que cantaban anticipada victoria los líderes de la oposición venezolana y las cajas de resonancia de la derecha en los medios de comunicación hegemónicos de América Latina, no debiera hacernos perder la perspectiva de lo que significa realmente el teatro de títeres en el cual se puso en escena la ahora anecdótica representación.

El desatino de los impulsores del proceso de aplicación de la Carta Democrática contra Venezuela, la ingenuidad del propio Almagro –o acaso el simple cumplimiento de los inconfesables compromisos adquiridos con quienes lo llevaron a ocupar su cargo-  y los errores de cálculo diplomático de quienes ya demandaban una intervención contra el gobierno de Nicolás Maduro, tan solo retratan de cuerpo entero, por enésima vez, a un organismo que ya no puede ocultar más lo que es -el brazo político del imperialismo- ni tampoco maquillar su crisis terminal.

Sin embargo, este episodio también crea un nuevo escenario de peligros para el futuro de la Revolución Bolivariana y, en general, para la paz y la estabilidad en toda la región: comprobada la crisis de legitimidad de la OEA y su incapacidad para gestionar los conflictos continentales, nada garantiza que la derecha cada vez más desesperada anteponga sus escrúpulos institucionales y las formas democráticas, a su natural inclinación por las soluciones de fuerza y los artificios seudojurídicos como mecanismo de solución de las tensiones políticas.

Por desgracia, no son pocos los signos que nos advierten que en Venezuela, pero también en Brasil, Argentina y otros países de nuestra América, la posibilidad de una interrupción violenta de los avances democráticos e incluso de un desenlace trágico para la vida de nuestros pueblos es cada vez más real.

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