Comprobada la crisis de
legitimidad de la OEA y su incapacidad para gestionar los conflictos
continentales, nada garantiza que la derecha cada vez más desesperada anteponga
sus escrúpulos institucionales y las formas democráticas, a su natural
inclinación por las soluciones de fuerza y los artificios seudojurídicos como
mecanismo de solución de las tensiones políticas.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Ilustración de Iván Lira. |
¿Debe sorprender a
alguien el fracaso -al menos temporal- del Secretario General de la Organización de Estados
Americanos (OEA), el uruguayo Luis Almagro, en su intento de aplicar la llamada
Carta Democrática contra el gobierno constitucional de Venezuela? ¿Debe
sorprender a alguien que los imperialistas de
aquí y de allá, criollos y norteamericanos, que son quienes realmente
entretejen los hilos del funcionamiento de este organismo, pusieran al flamante
excanciller Almagro al servicio de intereses espurios, que ocultan las
verdaderas intenciones de los actores nacionales y extranjeros que están detrás
de la crisis política venezolana? ¿Debe sorprendernos, en definitiva, que Almagro
haya sido inmolado en el altar del panamericanismo, para satisfacer los
apetitos de los sectores más radicales de la oposición venezolana y la derecha
continental, que sueña con ver destruida a la Revolución Bolivariana y su
legado?
Este affaire de insólito desenlace, tomando
en cuenta la certeza con la que cantaban anticipada victoria los líderes de la
oposición venezolana y las cajas de resonancia de la derecha en los medios de
comunicación hegemónicos de América Latina, no debiera hacernos perder la
perspectiva de lo que significa realmente el teatro de títeres en el cual se
puso en escena la ahora anecdótica representación.
El desatino de los
impulsores del proceso de aplicación de la Carta Democrática contra Venezuela,
la ingenuidad del propio Almagro –o acaso el simple cumplimiento de los
inconfesables compromisos adquiridos con quienes lo llevaron a ocupar su
cargo- y los errores de cálculo
diplomático de quienes ya demandaban una intervención contra el gobierno de
Nicolás Maduro, tan solo retratan de cuerpo entero, por enésima vez, a un
organismo que ya no puede ocultar más lo que es -el brazo político del
imperialismo- ni tampoco maquillar su crisis terminal.
Sin embargo, este episodio también crea un nuevo escenario de peligros para el futuro de la
Revolución Bolivariana y, en general, para la paz y la estabilidad en toda la
región: comprobada la crisis de legitimidad de la OEA y su incapacidad para
gestionar los conflictos continentales, nada garantiza que la derecha cada vez
más desesperada anteponga sus escrúpulos institucionales y las formas
democráticas, a su natural inclinación por las soluciones de fuerza y los
artificios seudojurídicos como mecanismo de solución de las tensiones
políticas.
Por desgracia, no son
pocos los signos que nos advierten que en Venezuela, pero también en Brasil,
Argentina y otros países de nuestra América, la posibilidad de una interrupción
violenta de los avances democráticos e incluso de un desenlace trágico para la
vida de nuestros pueblos es cada vez más real.
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