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sábado, 23 de julio de 2016

La guerra económica en Venezuela

Después de 16 años de Revolución Bolivariana, la oligarquía venezolana -a tono con los imperialismos- ha descartado disputarle la hegemonía en la sociedad civil y, más bien, ha optado por desestabilizarla desde el montaje de un poder mafioso, ilegítimo e inviable desde la perspectiva de una salida nacional y democrática a la crisis.

Erika Sylva Charvet / El Telégrafo (Ecuador)

“Tal vez nada creó tanto descontento… como la escasez, las molestias cotidianas cuando no se podía encontrar… harina, o aceite… o papel higiénico… jabón o el repuesto… para el televisor o el auto”.  No, no es la Venezuela de 2016 a la que se refiere Blum (1995), sino al Chile de 1973, el de Allende, al que Nixon ordenó “hacer chillar la economía” cortándole el crédito, las ventas de repuestos para el parque automotor y la industria, a fin de aplastar otra experiencia que le desafiaba desde su “patrio trasero”.

La Venezuela de Chávez y Maduro ha enfrentado la misma estrategia imperialista de acosamiento en la vida cotidiana vía desabastecimiento, presentada al mundo a través de una vasta red mediática, como resultado de un “modelo fracasado”, de un gobierno que no entrega al empresariado las divisas para importar, generando reducción de la producción, perchas vacías y largas colas. ¡“Hambruna” y “crisis humanitaria”!, clama una derecha bien alimentada suplicando la intervención de su amo del Norte.

Sin embargo, recientes estudios (Curcio, 2015, 2016) demuestran que el desabastecimiento no está causado por la economía real, que, al contrario del falaz argumento de la derecha, exhibe entre 2003-2013 un importante aumento promedio del PIB total (75%), del PIBA (25%), de las importaciones totales (388,9%), de las de alimentos (571,7%) y farmacéuticas (463%), además del incremento en la asignación de divisas al sector importador (442%), y de un aumento del consumo, inferior al de la producción más las importaciones (83%).  

La causa del desabastecimiento -agudizado en coyunturas de intensificación de la lucha política- sería el poder mafioso de control de la economía por parte de oligarquías y transnacionales evidenciado en: disminución de importaciones de productos y desvío de divisas hacia depósitos en el exterior; acaparamiento de bienes cuya producción y distribución se concentran en monopolios u oligopolios (harina de maíz, leche, aceite, café, carnes, huevos, medicamentos, productos del hogar e higiene personal); contrabando fronterizo: más del 40% de productos básicos y 100 mil barriles de gasolina van diariamente a Colombia; y manipulación de la tasa de cambio en el mercado paralelo, estrategias de desestabilización pero, al mismo tiempo, de exponencial acumulación.

El terrorismo de esta guerra económica también se asienta en el paramilitarismo colombiano, que desde 2002 ha ido penetrando en la sociedad y economía venezolanas, constituyéndose, hoy por hoy, en un aliado clave en el contrabando, el acaparamiento, el fraude cambiario, el lavado de dinero, la extorsión, el sicariato, el mercenarismo, y en la brutal violencia armada de las manifestaciones de oposición contra el Gobierno.

Después de 16 años de Revolución Bolivariana, la oligarquía venezolana -a tono con los imperialismos- ha descartado disputarle la hegemonía en la sociedad civil y, más bien, ha optado por desestabilizarla desde el montaje de un poder mafioso, ilegítimo e inviable desde la perspectiva de una salida nacional y democrática a la crisis.

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