Después de
16 años de Revolución Bolivariana, la oligarquía venezolana -a tono con los
imperialismos- ha descartado disputarle la hegemonía en la sociedad civil y,
más bien, ha optado por desestabilizarla desde el montaje de un poder mafioso,
ilegítimo e inviable desde la perspectiva de una salida nacional y democrática
a la crisis.
Erika Sylva Charvet / El Telégrafo (Ecuador)
“Tal vez
nada creó tanto descontento… como la escasez, las molestias cotidianas cuando
no se podía encontrar… harina, o aceite… o papel higiénico… jabón o el
repuesto… para el televisor o el auto”.
No, no es la Venezuela de 2016 a la que se refiere Blum (1995), sino al
Chile de 1973, el de Allende, al que Nixon ordenó “hacer chillar la economía”
cortándole el crédito, las ventas de repuestos para el parque automotor y la
industria, a fin de aplastar otra experiencia que le desafiaba desde su “patrio
trasero”.
La
Venezuela de Chávez y Maduro ha enfrentado la misma estrategia imperialista de
acosamiento en la vida cotidiana vía desabastecimiento, presentada al mundo a
través de una vasta red mediática, como resultado de un “modelo fracasado”, de
un gobierno que no entrega al empresariado las divisas para importar, generando
reducción de la producción, perchas vacías y largas colas. ¡“Hambruna” y
“crisis humanitaria”!, clama una derecha bien alimentada suplicando la
intervención de su amo del Norte.
Sin
embargo, recientes estudios (Curcio, 2015, 2016) demuestran que el
desabastecimiento no está causado por la economía real, que, al contrario del
falaz argumento de la derecha, exhibe entre 2003-2013 un importante aumento
promedio del PIB total (75%), del PIBA (25%), de las importaciones totales
(388,9%), de las de alimentos (571,7%) y farmacéuticas (463%), además del
incremento en la asignación de divisas al sector importador (442%), y de un
aumento del consumo, inferior al de la producción más las importaciones
(83%).
La causa
del desabastecimiento -agudizado en coyunturas de intensificación de la lucha
política- sería el poder mafioso de control de la economía por parte de
oligarquías y transnacionales evidenciado en: disminución de importaciones de
productos y desvío de divisas hacia depósitos en el exterior; acaparamiento de
bienes cuya producción y distribución se concentran en monopolios u oligopolios
(harina de maíz, leche, aceite, café, carnes, huevos, medicamentos, productos
del hogar e higiene personal); contrabando fronterizo: más del 40% de productos
básicos y 100 mil barriles de gasolina van diariamente a Colombia; y
manipulación de la tasa de cambio en el mercado paralelo, estrategias de
desestabilización pero, al mismo tiempo, de exponencial acumulación.
El
terrorismo de esta guerra económica también se asienta en el paramilitarismo colombiano,
que desde 2002 ha ido penetrando en la sociedad y economía venezolanas,
constituyéndose, hoy por hoy, en un aliado clave en el contrabando, el
acaparamiento, el fraude cambiario, el lavado de dinero, la extorsión, el
sicariato, el mercenarismo, y en la brutal violencia armada de las
manifestaciones de oposición contra el Gobierno.
Después de
16 años de Revolución Bolivariana, la oligarquía venezolana -a tono con los
imperialismos- ha descartado disputarle la hegemonía en la sociedad civil y,
más bien, ha optado por desestabilizarla desde el montaje de un poder mafioso,
ilegítimo e inviable desde la perspectiva de una salida nacional y democrática
a la crisis.
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