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sábado, 20 de agosto de 2016

El difícil rescate de la democracia en Brasil

Para rescatar la democracia, la izquierda tiene que hacer una crítica radical de los obstáculos que se encuentran para el desarrollo de una democracia real, amplia y profunda, en Brasil. Necesitarán incorporar, como elemento clave, la democratización del sistema político y del propio aparato estatal como cuestiones indispensables para que el país se vuelva efectivamente democrático.

Emir Sader / Rebelion

La izquierda brasileña había sido acusada, en el pasado, de subestimar la importancia de la democracia. De criticar al capitalismo por sus injusticias, sin darle demasiado valor a la democracia.

El golpe militar y el final de la democracia existente en Brasil antes de 1964 impusieron un duro aprendizaje a la izquierda, que se dio cuenta de que la democracia –como pasó a ser moda a partir de ese momento-, era un valor universal. O, por lo menos, que la construcción de la democracia no es una simple forma o, en palabras de Hegel, la forma es la forma de un contenido, lo que significa que son inseparables forma y contenido, democracia y justicia social.

La acción represiva de la dictadura destruía todo mismo tiempo, de forma indisoluble: democracia y derechos sociales. El recorte de los salarios llegó con el sometimiento de los sindicatos y simultáneamente con la destrucción de todo lo que había de democrático en Brasil en ese momento.

De una u otra forma, la izquierda pasó a a recuperar la dimensión democrática como una cuestión esencial de sus luchas. La redemocratización, incluso llegando de forma sesgada e unilateral trajo un nuevo período histórico, marcado por la democratización política, que no sólo permitió una mayor expresión de las opiniones, si no también unas condiciones más favorables para la conquista de los demás derechos. La izquierda pasó a luchar, no sólo por la democracia social, también y de forma inseparable, por la democracia política.

Fue de ese modo que fue posible la más importante conquista política de la historia democrática de Brasil: la elección de Lula como presidente del país. Era una demostración de cómo la democracia brasileña era capaz de asimilar la victoria de un líder sindical de izquierdas, un inmigrante nordestino[1], líder un Partido de los Trabajadores.

La legitimidad de los gobiernos, que por primera vez, colocaban la cuestión social en el centro de su acción y de la agenda del país, permitió que la democratización política de la salida de la dictadura se complementase con el mayor proceso de democratización social de la historia del país. Lo que llevó a cuatro victorias sucesivas de los gobiernos que lo encarnaron, demostrando que se había formado una mayoría progresista, favorable al modelo de crecimiento económico con redistribución de la riqueza.

No fue sin muchos problemas que se pudo consolidar ese modelo. El poder del dinero en las campañas electorales, fuertemente presente en los parlamentos, el carácter opresivo de la manipulación de los monopolios de los medios de comunicación, son elementos que limitaron, hasta donde pudieron, la expresión libre de la voluntad mayoritaria de la población.

El golpe, montado como un atajo para echar del gobierno al Partido dos Trabalhadores sin ganar elecciones, representa un nuevo y serio golpe a la democracia. En caso de que se consolide, uno de sus peores efectos será la desmoralización de la democracia, uno de los efectos que la derecha busca con su golpe. Que la falta de confianza en la democracia provoque el desencanto y la abstención, facilitando uno de los principales objetivos de la derecha: la imposición de voto opcional, que fomenta la abstención masiva y ayuda a deslegitimar el sistema político, siempre considerado democrático, pero con cada vez menor participación y menos legitimidad. Se instauraría, de hecho, una "democracia relativa" según los cánones neoliberales, esa que sólo cumple las exigencias que el modelo económico neoliberal permite y excluye a la gran mayoría de la población necesitada, que no le interesa al mercado.

La izquierda tiene por delante, aparte de la defensa frente a la brutal ofensiva contra los derechos de los trabajadores, los recursos para las políticas sociales y el patrimonio público, el rescate de la democracia. Comenzando por la democracia en sus formas de acción, considerando el patrimonio público como algo sagrado, actuando con total transparencia y teniendo la ética como un principio fundamental de la acción política y la vida personal.

Sin embargo, para rescatar la democracia, la izquierda tiene que hacer una crítica radical de los obstáculos que se encuentran para el desarrollo de una democracia real, amplia y profunda, en Brasil. Necesitarán incorporar, como elemento clave, la democratización del sistema político y del propio aparato estatal como cuestiones indispensables para que el país se vuelva efectivamente democrático.

Los movimientos populares se han dado cuenta, con la amenaza a la democracia, de que las conquistas sociales sólo habían sido posibles con la democracia y de que su amenaza pone en peligro todos los derechos sociales conquistados. La derecha brasileña, después del ‘susto’ de la victoria de Lula y del éxito de los gobiernos del Partido dos Trabalhadores, está dispuesta a imponer un sistema político antidemocrático, operación de la que forma parte el intento de inviabilización de la candidatura de Lula, en tanto que representante del fortalecimiento de la democracia brasileña, mediante la incorporación de modo irreversible su dimensión social.

La lucha por la democracia estará en el centro de la época contemporánea en Brasil, ya sea como forma de garantía de la imposición de la voluntad de la mayoría, ya sea como espacio indispensable para garantizar los derechos conquistados, consolidarlos y reanudar el proceso de democratización social, económica, cultural y política de Brasil.  

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