Para rescatar la
democracia, la izquierda tiene que hacer una crítica radical de los obstáculos
que se encuentran para el desarrollo de una democracia real, amplia y profunda,
en Brasil. Necesitarán incorporar, como elemento clave, la democratización del
sistema político y del propio aparato estatal como cuestiones indispensables
para que el país se vuelva efectivamente democrático.
Emir Sader / Rebelion
La izquierda brasileña
había sido acusada, en el pasado, de subestimar la importancia de la
democracia. De criticar al capitalismo por sus injusticias, sin darle demasiado
valor a la democracia.
El golpe militar y el
final de la democracia existente en Brasil antes de 1964 impusieron un duro
aprendizaje a la izquierda, que se dio cuenta de que la democracia –como pasó a
ser moda a partir de ese momento-, era un valor universal. O, por lo menos, que
la construcción de la democracia no es una simple forma o, en palabras de
Hegel, la forma es la forma de un contenido, lo que significa que son
inseparables forma y contenido, democracia y justicia social.
La acción represiva de
la dictadura destruía todo mismo tiempo, de forma indisoluble: democracia y derechos
sociales. El recorte de los salarios llegó con el sometimiento de los
sindicatos y simultáneamente con la destrucción de todo lo que había de
democrático en Brasil en ese momento.
De una u otra forma, la
izquierda pasó a a recuperar la dimensión democrática como una cuestión
esencial de sus luchas. La redemocratización, incluso llegando de forma sesgada
e unilateral trajo un nuevo período histórico, marcado por la democratización
política, que no sólo permitió una mayor expresión de las opiniones, si no
también unas condiciones más favorables para la conquista de los demás
derechos. La izquierda pasó a luchar, no sólo por la democracia social, también
y de forma inseparable, por la democracia política.
Fue de ese modo que fue
posible la más importante conquista política de la historia democrática de
Brasil: la elección de Lula como presidente del país. Era una demostración de
cómo la democracia brasileña era capaz de asimilar la victoria de un líder
sindical de izquierdas, un inmigrante nordestino[1], líder un Partido de los
Trabajadores.
La legitimidad de los
gobiernos, que por primera vez, colocaban la cuestión social en el centro de su
acción y de la agenda del país, permitió que la democratización política de la
salida de la dictadura se complementase con el mayor proceso de democratización
social de la historia del país. Lo que llevó a cuatro victorias sucesivas de
los gobiernos que lo encarnaron, demostrando que se había formado una mayoría
progresista, favorable al modelo de crecimiento económico con redistribución de
la riqueza.
No fue sin muchos
problemas que se pudo consolidar ese modelo. El poder del dinero en las
campañas electorales, fuertemente presente en los parlamentos, el carácter
opresivo de la manipulación de los monopolios de los medios de comunicación,
son elementos que limitaron, hasta donde pudieron, la expresión libre de la
voluntad mayoritaria de la población.
El golpe, montado como
un atajo para echar del gobierno al Partido dos Trabalhadores sin ganar
elecciones, representa un nuevo y serio golpe a la democracia. En caso de que
se consolide, uno de sus peores efectos será la desmoralización de la
democracia, uno de los efectos que la derecha busca con su golpe. Que la falta
de confianza en la democracia provoque el desencanto y la abstención,
facilitando uno de los principales objetivos de la derecha: la imposición de
voto opcional, que fomenta la abstención masiva y ayuda a deslegitimar el
sistema político, siempre considerado democrático, pero con cada vez menor
participación y menos legitimidad. Se instauraría, de hecho, una
"democracia relativa" según los cánones neoliberales, esa que sólo
cumple las exigencias que el modelo económico neoliberal permite y excluye a la
gran mayoría de la población necesitada, que no le interesa al mercado.
La izquierda tiene por
delante, aparte de la defensa frente a la brutal ofensiva contra los derechos
de los trabajadores, los recursos para las políticas sociales y el patrimonio
público, el rescate de la democracia. Comenzando por la democracia en sus
formas de acción, considerando el patrimonio público como algo sagrado,
actuando con total transparencia y teniendo la ética como un principio
fundamental de la acción política y la vida personal.
Sin embargo, para
rescatar la democracia, la izquierda tiene que hacer una crítica radical de los
obstáculos que se encuentran para el desarrollo de una democracia real, amplia
y profunda, en Brasil. Necesitarán incorporar, como elemento clave, la
democratización del sistema político y del propio aparato estatal como
cuestiones indispensables para que el país se vuelva efectivamente democrático.
Los movimientos
populares se han dado cuenta, con la amenaza a la democracia, de que las
conquistas sociales sólo habían sido posibles con la democracia y de que su
amenaza pone en peligro todos los derechos sociales conquistados. La derecha
brasileña, después del ‘susto’ de la victoria de Lula y del éxito de los
gobiernos del Partido dos Trabalhadores, está dispuesta a imponer un sistema
político antidemocrático, operación de la que forma parte el intento de
inviabilización de la candidatura de Lula, en tanto que representante del
fortalecimiento de la democracia brasileña, mediante la incorporación de modo
irreversible su dimensión social.
La lucha por la democracia
estará en el centro de la época contemporánea en Brasil, ya sea como forma de
garantía de la imposición de la voluntad de la mayoría, ya sea como espacio
indispensable para garantizar los derechos conquistados, consolidarlos y
reanudar el proceso de democratización social, económica, cultural y política
de Brasil.
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