Es necesario que transformemos radicalmente nuestras formas de
producir, prescribir, regular y utilizar los antibióticos, tanto los de uso
humano como de aplicación veterinaria. También es imprescindible la información
y educación de la población, el apoyo creciente a la investigación de nuevos
fármacos y la colaboración decidida de los profesionales de los sectores
relacionados.
Pedro Rivera Ramos* /
Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Uno de los problemas sanitarios más importantes que en la actualidad
amenaza seriamente a la humanidad y a la medicina tal como hoy la conocemos, es
el crecimiento peligroso de la resistencia de los microorganismos a un número
significativo de fármacos, principalmente a los antibióticos modernos y de
última generación y amplio espectro. Este problema ha alcanzado niveles tan
alarmantes, que no se circunscribe a una región, continente, país o grupo de
personas, sino que sus efectos ya pueden ser observados en todo el planeta. El
tema formó parte fundamental de las preocupaciones de la Organización Mundial
de la Salud (OMS), durante su más reciente Asamblea Mundial realizada en
Ginebra en mayo de este año.
Allí, en el Informe sobre los progresos del Plan de Acción Mundial
sobre la resistencia a los antimicrobianos, aprobado en el 2015, se pasó
revista a la situación de los planes nacionales según región y se ofreció
información actualizada sobre los avances alcanzados, en los cincos grandes
objetivos que contempla este Plan: mejorar el conocimiento, educación,
formación y concienciación; mayor vigilancia e investigación; optimizar el uso
de los medicamentos; reducir infecciones con saneamiento, higiene y prevención;
aumentar la inversión en los nuevos medicamentos, medios de diagnóstico,
vacunas y otras intervenciones.
Precisamente estas preocupaciones adquirieron un mayor nivel
intimidatorio, cuando semanas antes que tuviera lugar la Asamblea Mundial,
investigadores chinos revelaban el descubrimiento del gen MCR-1, capaz de
desarrollar resistencia a la colistina, un potente antibiótico polimixina que
se usa como último recurso, para el
tratamiento de infecciones agudas o crónicas, cuando otros procedimientos han
resultado ineficaces. Hoy sabemos que este gen, que se transmite con facilidad
entre bacterias comunes, ha sido detectado en muestras examinadas en países de
casi todos los continentes.
Si a esto se le suma que ya desde el 2009 se había identificado el gen
NDM-1, responsable de conferir resistencia a bacterias ante un número
significativo de poderosos antibióticos y que igualmente al MCR-1 puede, no
solo por mutaciones cromosómicas, sino por el proceso de transferencia
horizontal de genes, aparecer combinados o solos en una variedad de diferentes
poblaciones de bacterias; se comprenderá entonces mejor, la grave crisis de
salud pública mundial a la que toda la humanidad se enfrenta y que ha llevado a
temer a muchos expertos de salud, entre ellos a la directora de la OMS,
Margaret Chan, la posibilidad real de que el mundo se encamine a una era sin antibióticos y a una proliferación de
cepas resistentes entre microorganismos y principalmente bacterias, que harán
casi imposible el tratamiento satisfactorio desde lesiones menores, hasta
trasplante de órganos.
Ciertamente los patógenos, al igual que el resto de los seres vivos,
tienen la facultad de desarrollar naturalmente algún grado de resistencia,
cuando se exponen de forma reiterada, entre otros factores, a agentes
infecciosos, sustancias químicas toxicas o distintos condicionantes
ambientales. Sin embargo, aun cuando el creciente aumento de cepas resistentes
a una gran variedad de fármacos, especialmente antibióticos y que son además,
perjudiciales para los seres humanos, es una realidad compleja y donde
concurren muchas causas interrelacionadas, reducir por tanto --como algunos a
veces pretenden-- a explicar este fenómeno únicamente como consecuencia de
procesos naturales y comprensibles o por abusos en la prescripción y uso que de
los mismos hacen las personas, es querer ignorar o subestimar deliberadamente,
la gran responsabilidad que le cabe a la poderosa industria alimentaria, que
motivada primordialmente por su afán de lucro, hace un uso excesivo de
antibióticos, hormonas, esteroides y hasta tranquilizantes, en la cría de
animales para el consumo humano.
En efecto, en la producción industrial de ganado y aves, muy a menudo
y de forma rutinaria, una amplia gama de productores y empresas dedicadas a
este negocio, les suministran continuamente fármacos a sus animales, entre
ellos, antibióticos de gran importancia para los humanos, aun cuando estos
están completamente sanos. De allí que muchos estemos completamente seguros,
que está gran amenaza a la salud pública mundial que es la expansión alarmante
de la farmacorresistencia y sus serias implicaciones económicas, sanitarias y
humanas, tiene, en el uso prolongado e
intensivo de antibióticos en los animales, a uno de sus principales
responsables.
Hoy se estima que el 80% de los antibióticos que se venden en suelo
estadounidense, van a parar directamente a las granjas industriales de animales
para consumo. Por ello, desde hace ya algunos años, la Agencia de Alimentos y
Medicamentos (FDA) de ese país, ha solicitado a la industria ganadera y de
aves, restringir significativamente el uso de los mismos en la alimentación y
tratamiento de los animales. Mientras que en China, principal país productor de
antibióticos en el mundo, se sospecha que un volumen superior al 50% de estos
fármacos, se siguen destinando a la producción de ganado. En ese país que
alberga a la quinta parte de la población mundial, existe una verdadera
adicción a los antibióticos, que hace que la situación se asemeje a un
auténtico caos.
Allí, además del abuso descontrolado de los fármacos en toda la
agricultura industrial china, sus habitantes tienen el récord poco envidiable,
de consumir diez veces más, el nivel medio anual per cápita de antibióticos de
los Estados Unidos. Estas realidades han hecho que muchos países tomen
conciencia de esta emergencia sanitaria y estén adoptando algunas medidas para
contrarrestarla. Corea del Sur en el 2008, por ejemplo, prohibió la utilización
de siete antibióticos en la alimentación del ganado, y tres años más tarde, la
Unión Europea decidió prohibir el uso no terapéutico de antibióticos en la
crianza de animales.
No obstante, además de estas y otras iniciativas de los países y de
las que se derivan del Plan de Acción Mundial sobre la resistencia a los
antimicrobianos, la lucha contra la
farmacorresistencia tampoco será suficiente, tratando de encontrar antibióticos
en la sangre de cocodrilos, en la piel de ranas, en la industria enológica, en
la nariz humana; o desarrollando campañas como el “Día Europeo del Uso Prudente
de los Antibióticos” o “La Semana
Mundial de Concienciación sobre el Uso de los Antibióticos”. Es necesario y
urgente que a todas estas acciones se sume, reconociendo su inocultable
responsabilidad en esta emergencia de salud, el sistema alimentario industrial;
el mismo que se afana a través de profesionales y organizaciones muy bien
patrocinadas, a sostener que las preocupaciones sobre la resistencia a los
antibióticos son exageradas y que las restricciones sobre ellos, no afectará
únicamente la salud de los animales, sino la misma producción eficiente y
económica de las lucrativas granjas industriales.
En definitiva, es necesario que transformemos radicalmente nuestras
formas de producir, prescribir, regular y utilizar los antibióticos, tanto los
de uso humano como de aplicación veterinaria. También es imprescindible la
información y educación de la población, el apoyo creciente a la investigación
de nuevos fármacos y la colaboración decidida de los profesionales de los
sectores relacionados. Pero el éxito no será posible, si la agricultura
industrial no renuncia cuanto antes, al consumo abusivo de más de la mitad de
los antibióticos producidos en el mundo y la codicia y los mezquinos intereses
corporativos no cedan, por solo una vez, ante la oportunidad que debe disfrutar
la vida y la humanidad, de renovarse, florecer y perdurar.
*Ingeniero agrónomo, Universidad de Panamá.
Aunque esto último, que hasta hace poco se consideraba un logro incuestionable, en los últimos años está sometido a una corriente crítica que aboga por una especie de “vuelta a los orígenes”, a consumir y producir en local. Así se ahorrarían miles de toneladas de emisiones de gases a la atmósfera por el transporte y sería un modelo más saludable y sostenible. Pero no nos engañemos, tenemos que apostar por los productos locales y por el medio ambiente, pero no podemos renunciar a las ventajas que la modernización y la globalización han traído a la máquinas industriales porque sería imposible afrontar el reto de alimentar a 7000 millones de personas de una forma económica.
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