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sábado, 24 de septiembre de 2016

En camino, con István

El sistema en su conjunto ha llegado a un estado de deterioro social y degradación ambiental que impide un mero relevo de centros para seguir avanzando por el mismo camino.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

“Lo que queremos, dicen, es resolver nuestros problemas con remedios nuestros. Cada pueblo se cura conforme a su naturaleza, que pide diversos grados de medicina, según falte este u otro factor en el mal, o medicina diferente. Ni Saint Simon, ni Karl Marx, ni Marlo, ni Bakunin. Las reformas que nos vengan del cuerpo. Asimilarse lo útil es tan juicioso, como insensato imitar a ciegas.”
José Martí[1]

Compartir: tal es el primer impulso que nos deja la lectura del ensayo Socialismo o barbarie. La alternativa al orden social del capital, de István Mészáros.[2] Este húngaro, que fuera en su juventud discípulo y asistente de György Lukács, y en su senectud preserva desde Sussex, Inglaterra, la gran tradición del pensamiento revolucionario europeo a través del diálogo con realidades distintas a las de su origen, nos entrega aquí elementos de gran relevancia para el examen del curso de las transformaciones que vienen ocurriendo en nuestra América, en busca de las vías y los medios más adecuados para encarar y superar a la raíz misma de los problemas que aquejan a nuestros pueblos.

En lo más breve, el núcleo del análisis que hace Mészaros se encuentra en una periodización del desarrollo del imperialismo – justamente como fase superior en el desarrollo histórico del capital – en tres fases distintas que finalmente conducen a su incapacidad estructural de renovación y expansión, generando la crisis de descomposición – no ya de transición, como las anteriores – en la que nos encontramos actualmente. Mészáros, en efecto, califica a la crisis actual como la del orden del capital, diferentes a las anteriores, que describe como crisis del capitalismo en su desarrollo. Las fases de la historia del imperialismo a que se refiere son las siguientes:

1. El primer imperialismo colonial moderno constructor de imperios, creado por la expansión de algunos países europeos en algunas partes fácilmente penetrables del mundo;
2. El imperialismo “redistributivo” antagónicamente contestado por las principales potencias a favor de empresas casi – monopolistas, llamado por Lenin “estadío superior del capitalismo”, que involucraba un número pequeño de poseedores, y algunos pequeños sobrevivientes del pasado, agarrados a los restos de la antigua riqueza que llegó a su fin poco después del final de la Segunda Guerra Mundial; y
3.  El imperialismo global hegemónico, en el que Estados Unidos es la fuerza dominante, previamente anunciado por la versión de Roosevelt de la “Política de Puerta Abierta”, con su fingida igualdad democrática, que se tornó mucho más pronunciada con la eclosión de la crisis estructural del sistema del capital – a pesar de haberse consolidado poco después del final de la Segunda Guerra Mundial – que trajo el imperativo de constituir una estructura de comando abarcadora del capital bajo un “gobierno global” presidido por el país globalmente dominante.”[3]

Este tema es especialmente relevante para nuestra América, que desempeñó y desempeña  un papel de primer orden en ese proceso, como  proveedora de materias primas, alimentos y fuerza de trabajo barata para las economías centrales en el mercado mundial.[4] Hoy sabemos que la crisis de esas economías hace parte de un proceso más amplio de desplazamiento del centro de ese mercado desde la región del Atlántico Norte hacia de la Asia – Pacífico. Pero intuimos, además, que ese desplazamiento afecta nuestra posición relativa dentro de ese mercado y del sistema mundial que lo expresa, de manera positiva – si se traduce en una ampliación de las posibilidades para establecer nuestro propio rumbo de desarrollo -, o negativa, si se traduce en una restricción de ese desarrollo a las necesidades de lucha defensiva que libra actualmente el mundo Noratlántico, o a las de un mero cambio en el destino de nuestras exportaciones.

Lo más importante, en todo caso, es saber también que el sistema en su conjunto ha llegado a un estado de deterioro social y degradación ambiental que impide un mero relevo de centros para seguir avanzando por el mismo camino. En esta circunstancia histórica, dice Mészáros, la posibilidad de establecer una ruta diferente está íntimamente asociada a la capacidad de apoyar la construcción de movimientos sociales distintos a los que, en el pasado, desembocaron en aquel callejón sin salida que Leonidas Brezhnev, en su calidad de Primer Ministro y Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, llamó una vez “el socialismo realmente existente”.

Al respecto, Mészáros señala cuatro elementos de la situación contemporánea que permiten plantearse un objetivo como ése:

“La posibilidad de que un movimiento socialista radicalmente re-articulado enfrente [la necesidad de establecer un orden alternativo del metabolismo social] es indicada por cuatro importantes consideraciones:
[1] “las contradicciones constantemente agravadas del orden existente […] acentúan la vacuidad de las proyecciones apologéticas de su permanencia absoluta, pues la destructividad puede prolongarse por mucho tiempo […] en virtud de nuestras condiciones en proceso de constante deterioro, pero no eternamente.[…]
[2] [Existe] “la posibilidad – y apenas la posibilidad – de una evolución positiva de los acontecimientos. Sin embargo, esa posibilidad es muy real por ser no-simétrica la relación entre capital y trabajo [puesto que] mientras el capital depende absolutamente del trabajo – dado que el capital nada es sin el trabajo, y de su explotación permanente -, la dependencia del trabajo en relación con el capital es relativa, históricamente creada e históricamente superable.[…]
[3] “por primera vez en la historia, se hace totalmente inviable la manutención de la falsa laguna entre metas inmediatas y objetivos estratégicos globales – que hizo dominante en el movimiento obrero la ruta que condujo al callejón sin salida del reformismo. El resultado es que la cuestión del control real de un orden alternativo del metabolismo social surgió en la agenda histórica, por más desfavorables que fuesen sus condiciones de realización a corto plazo.[…]
[4] [y como corolario de lo anterior, ha surgido la cuestión de] la igualdad sustantiva, por oposición tanto a la igualdad formal y a la pronunciada desigualdad jerárquica sustantiva del proceso de toma de decisión del capital, como la forma a través de la cual ella fue reflejada en la fracasada experiencia histórica post-capitalista, pues el modo socialista alternativo de control de un orden del metabolismo social no-antagónico y genuinamente planificable – una necesidad absoluta en el futuro – es totalmente inconcebible si no tiene la igualdad sustantiva como principio estructurador y regulador.”[5]

Quienes nos hicimos adultos en la década de 1970 somos parte de las últimas generaciones en nuestra América que fueron formadas en la gran tradición liberal que venía de la dicotomía civilización/barbarie a la de desarrollo/subdesarrollo, pasando por la de progreso/atraso. Esa formación estaba asociada a una visión lineal y eurocentrista del devenir histórico, que admitía la posibilidad de atajos o de coyunturas de aceleración del curso de los hechos, pero no admitía en el fondo una crítica del propio liberalismo que fuera más allá de su incapacidad patente para alcanzar los fines que proclamaba como fundamento de su legitimidad  -crecimiento económico con bienestar social y vida en democracia. Así, nunca llegamos a captar en toda su complejidad y toda su riqueza el hecho de que el desarrollo no era un proceso general, abstracto, sino uno específico, histórico y sobre todo concreto: el del desarrollo del capitalismo en las condiciones de una región periférica, por la vía reaccionaria, no por la revolucionaria.
           
Enfrentamos hoy, así, aquella situación de los alemanes a fines del XIX que, al decir de Federico Engels, eran víctimas a un tiempo de los males del capitalismo, agravados por los de su falta de desarrollo. Hemos conocido ya diversos intentos de salir de esta situación subvirtiendo lo que para muchos ha sido – y es – el orden natural de las cosas.

Uno fue el intento de Martí, de subvertir el liberalismo ya oligarquizado de su tiempo mediante la organización de una revolución democrática de liberación nacional. Otro fue el caso de José Carlos Mariátegui, empeñado en la creación de un socialismo indoamericano, que no fuera ni calco ni copia de otro alguno. Y otro más ha sido el de la revolución socialista de liberación nacional proclamada en Cuba hace 55 años ya, en las víspera de la batalla de Playa Girón.

Todo confirma, entre nosotros, que hacer es la mejor manera de decir. Llega una vez más la hora de reconocer los límites de nuestro tiempo, para encarar la tarea de trascenderlos de un modo que garantice que permanezcan fecundos los espacios abiertos por la intelectualidad nuestra, que se ha empeñado en avanzar por el camino que lleva a la raíz de las cosas que nos preocupan. En eso andamos, desde 1891 al menos. Y avanzamos.

NOTAS:

[1] “Desde el Hudson”. La Nación, Buenos Aires, 23 de enero de 1890. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XII, 378.
[2] Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005.
[3] Mészáros, 2005: 45 – 46.
[4] Al respecto, por ejemplo, Moore, Jason: “La Naturaleza y la Transición del Feudalismo al Capitalismo”.Traducido de “Nature and the Transition from Feudalism to Capitalism,” Review, XXVI, 2, 2003, 97-172 . Traducción de Daniel Piedra Herrera. Copyright 2011 Daniel Piedra Herrera and Jason W. Moore. El autor plantea allí la necesidad del capital de contar para su desarrollo con los subsidios derivados de un “abaratamiento de la naturaleza”, creado mediante la constante expansión de sus “fronteras de mercantilización”, que abren paso a la transformación del patrimonio natural en capital natural. Este proceso – de tan ricas expresiones en la literatura clásica hispanoamericana desde fines del XIX, en obras como El Mundo es Ancho y Ajeno, de Ciro Alegría, y Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas, alcanza lo que bien podría ser su paroxismo final a comienzos del siglo XXI, en todas las regiones interiores de nuestra América.

[5] Mészáros, 2005: 71 – 72.

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