El sistema en su conjunto ha
llegado a un estado de deterioro social y degradación ambiental que impide un
mero relevo de centros para seguir avanzando por el mismo camino.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad
Panamá
“Lo que queremos, dicen, es resolver nuestros problemas
con remedios nuestros. Cada pueblo se cura conforme a su naturaleza, que pide
diversos grados de medicina, según falte este u otro factor en el mal, o
medicina diferente. Ni Saint Simon, ni Karl Marx, ni Marlo, ni Bakunin. Las
reformas que nos vengan del cuerpo. Asimilarse lo útil es tan juicioso, como
insensato imitar a ciegas.”
José Martí[1]
Compartir: tal es el primer impulso que nos deja la
lectura del ensayo Socialismo o barbarie. La alternativa al orden social del
capital, de István Mészáros.[2] Este húngaro,
que fuera en su juventud discípulo y asistente de György Lukács, y en su
senectud preserva desde Sussex, Inglaterra, la gran tradición del pensamiento
revolucionario europeo a través del diálogo con realidades distintas a las de
su origen, nos entrega aquí elementos de gran relevancia para el examen del
curso de las transformaciones que vienen ocurriendo en nuestra América, en
busca de las vías y los medios más adecuados para encarar y superar a la raíz
misma de los problemas que aquejan a nuestros pueblos.
En lo más breve, el núcleo del análisis que hace
Mészaros se encuentra en una periodización del desarrollo del imperialismo –
justamente como fase superior en el desarrollo histórico del capital – en tres
fases distintas que finalmente conducen a su incapacidad estructural de
renovación y expansión, generando la crisis de descomposición – no ya de
transición, como las anteriores – en la que nos encontramos actualmente.
Mészáros, en efecto, califica a la crisis actual como la del orden del capital,
diferentes a las anteriores, que describe como crisis del capitalismo en su
desarrollo. Las fases de la historia del imperialismo a que se refiere son las
siguientes:
1. El primer imperialismo colonial moderno constructor de
imperios, creado por la expansión de algunos países europeos en algunas
partes fácilmente penetrables del mundo;
2. El imperialismo “redistributivo” antagónicamente contestado por
las principales potencias a favor de empresas casi – monopolistas, llamado por Lenin “estadío superior del capitalismo”,
que involucraba un número pequeño de poseedores, y algunos pequeños
sobrevivientes del pasado, agarrados a los restos de la antigua riqueza que
llegó a su fin poco después del final de la Segunda Guerra Mundial; y
3. El imperialismo global hegemónico, en el que Estados
Unidos es la fuerza dominante, previamente anunciado por la versión de
Roosevelt de la “Política de Puerta Abierta”, con su fingida igualdad
democrática, que se tornó mucho más pronunciada con la eclosión de la crisis
estructural del sistema del capital – a pesar de haberse consolidado poco después
del final de la Segunda Guerra Mundial – que trajo el imperativo de constituir
una estructura de comando abarcadora del capital bajo un “gobierno global”
presidido por el país globalmente dominante.”[3]
Este tema es especialmente relevante para nuestra
América, que desempeñó y desempeña un papel de primer orden en ese
proceso, como proveedora de materias primas, alimentos y fuerza de
trabajo barata para las economías centrales en el mercado mundial.[4] Hoy sabemos que la crisis de esas economías hace parte
de un proceso más amplio de desplazamiento del centro de ese mercado desde la
región del Atlántico Norte hacia de la Asia – Pacífico. Pero intuimos, además,
que ese desplazamiento afecta nuestra posición relativa dentro de ese mercado y
del sistema mundial que lo expresa, de manera positiva – si se traduce en una
ampliación de las posibilidades para establecer nuestro propio rumbo de
desarrollo -, o negativa, si se traduce en una restricción de ese desarrollo a
las necesidades de lucha defensiva que libra actualmente el mundo Noratlántico,
o a las de un mero cambio en el destino de nuestras exportaciones.
Lo más importante, en todo caso, es saber también que
el sistema en su conjunto ha llegado a un estado de deterioro social y
degradación ambiental que impide un mero relevo de centros para seguir
avanzando por el mismo camino. En esta circunstancia histórica, dice Mészáros,
la posibilidad de establecer una ruta diferente está íntimamente asociada a la
capacidad de apoyar la construcción de movimientos sociales distintos a los
que, en el pasado, desembocaron en aquel callejón sin salida que Leonidas
Brezhnev, en su calidad de Primer Ministro y Secretario General del Partido
Comunista de la Unión Soviética, llamó una vez “el socialismo realmente existente”.
Al respecto, Mészáros señala cuatro elementos de la
situación contemporánea que permiten plantearse un objetivo como ése:
“La posibilidad de que un movimiento socialista
radicalmente re-articulado enfrente [la necesidad de establecer un orden alternativo
del metabolismo social] es indicada por cuatro importantes consideraciones:
[1] “las contradicciones constantemente agravadas del
orden existente […] acentúan la vacuidad de las proyecciones apologéticas de su
permanencia absoluta, pues la destructividad puede prolongarse por mucho tiempo
[…] en virtud de nuestras condiciones en proceso de constante deterioro, pero
no eternamente.[…]
[2] [Existe] “la posibilidad – y apenas la posibilidad
– de una evolución positiva de los acontecimientos. Sin embargo, esa
posibilidad es muy real por ser no-simétrica la relación entre capital y
trabajo [puesto que] mientras el capital depende absolutamente del trabajo –
dado que el capital nada es sin el trabajo, y de su explotación permanente -,
la dependencia del trabajo en relación con el capital es relativa,
históricamente creada e históricamente superable.[…]
[3] “por primera vez en la historia, se hace totalmente
inviable la manutención de la falsa laguna entre metas inmediatas y
objetivos estratégicos globales – que hizo dominante en el movimiento
obrero la ruta que condujo al callejón sin salida del reformismo. El resultado
es que la cuestión del control real de un orden alternativo del metabolismo
social surgió en la agenda histórica, por más desfavorables que fuesen sus
condiciones de realización a corto plazo.[…]
[4] [y como corolario de lo anterior, ha surgido la
cuestión de] la igualdad sustantiva, por oposición tanto a la igualdad formal
y a la pronunciada desigualdad jerárquica sustantiva del proceso de toma
de decisión del capital, como la forma a través de la cual ella fue reflejada
en la fracasada experiencia histórica post-capitalista, pues el modo socialista
alternativo de control de un orden del metabolismo social no-antagónico y
genuinamente planificable – una necesidad absoluta en el futuro – es totalmente
inconcebible si no tiene la igualdad sustantiva como principio estructurador y
regulador.”[5]
Quienes nos hicimos adultos en la década de 1970 somos
parte de las últimas generaciones en nuestra América que fueron formadas en la
gran tradición liberal que venía de la dicotomía civilización/barbarie a la de
desarrollo/subdesarrollo, pasando por la de progreso/atraso. Esa formación
estaba asociada a una visión lineal y eurocentrista del devenir histórico, que
admitía la posibilidad de atajos o de coyunturas de aceleración del curso de
los hechos, pero no admitía en el fondo una crítica del propio liberalismo que
fuera más allá de su incapacidad patente para alcanzar los fines que proclamaba
como fundamento de su legitimidad -crecimiento
económico con bienestar social y vida en democracia. Así, nunca llegamos a
captar en toda su complejidad y toda su riqueza el hecho de que el desarrollo
no era un proceso general, abstracto, sino uno específico, histórico y sobre
todo concreto: el del desarrollo del capitalismo en las condiciones de una
región periférica, por la vía reaccionaria, no por la revolucionaria.
Enfrentamos hoy, así, aquella situación de los alemanes
a fines del XIX que, al decir de Federico Engels, eran víctimas a un tiempo de
los males del capitalismo, agravados por los de su falta de desarrollo. Hemos
conocido ya diversos intentos de salir de esta situación subvirtiendo lo que
para muchos ha sido – y es – el orden natural de las cosas.
Uno fue el intento de Martí, de subvertir el
liberalismo ya oligarquizado de su tiempo mediante la organización de una
revolución democrática de liberación nacional. Otro fue el caso de José Carlos
Mariátegui, empeñado en la creación de un socialismo indoamericano, que no
fuera ni calco ni copia de otro alguno. Y otro más ha sido el de la revolución
socialista de liberación nacional proclamada en Cuba hace 55 años ya, en las
víspera de la batalla de Playa Girón.
Todo confirma, entre nosotros, que hacer es la mejor
manera de decir. Llega una vez más la hora de reconocer los límites de nuestro
tiempo, para encarar la tarea de trascenderlos de un modo que garantice que
permanezcan fecundos los espacios abiertos por la intelectualidad nuestra, que
se ha empeñado en avanzar por el camino que lleva a la raíz de las cosas que
nos preocupan. En eso andamos, desde 1891 al menos. Y avanzamos.
NOTAS:
[1] “Desde el Hudson”. La Nación, Buenos Aires, 23
de enero de 1890. Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1975. XII, 378.
[2] Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005.
[3] Mészáros, 2005: 45 – 46.
[4] Al respecto, por ejemplo, Moore, Jason: “La Naturaleza
y la Transición del Feudalismo al Capitalismo”.Traducido de “Nature and the
Transition from Feudalism to Capitalism,” Review, XXVI, 2, 2003, 97-172
. Traducción de Daniel Piedra
Herrera. Copyright 2011 Daniel Piedra Herrera and Jason W. Moore. El autor
plantea allí la necesidad del capital de contar para su desarrollo con los
subsidios derivados de un “abaratamiento de la naturaleza”, creado mediante la
constante expansión de sus “fronteras de mercantilización”, que abren paso a la
transformación del patrimonio natural en capital natural. Este proceso – de tan
ricas expresiones en la literatura clásica hispanoamericana desde fines del
XIX, en obras como El Mundo es Ancho y Ajeno, de Ciro Alegría, y Mamita
Yunai, de Carlos Luis Fallas, alcanza lo que bien podría ser su paroxismo
final a comienzos del siglo XXI, en todas las regiones interiores de nuestra
América.
[5] Mészáros, 2005: 71 – 72.
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