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sábado, 3 de septiembre de 2016

Juan Gabriel

Desde que lo oí por primera vez  a principios de los años setenta y más aun cuando lo ví en la televisión, siempre me he preguntado cómo un hombre de delicadas maneras femeninas y que tenía todos los atributos del estereotipo de un gay, podía ejercer tanta fascinación y cariño en un país repleto de machistas y homófonos.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

Cuando escribo estas líneas, México esta conmocionado. Olvidando por unos momentos  penas cotidianas que lo atribulan, buena parte del pueblo mexicano sigue con atención la cobertura mediática acerca de la muerte de Alberto Aguilera Vidal, mejor conocido como Juan Gabriel. Acaso sea una cortina de humo de las que  frecuentemente se observan en un país sumido en la descomposición. Y  he recordado en estos días, aquellos lejanos 15 y 16 de abril de 1957, cuando México quedó conmocionado con las primeras noticias de la trágica muerte de Pedro Infante. Fue tan importante el suceso que quedó grabado en mi memoria para siempre. Vivía entonces en la que era la amable capital federal y recuerdo muy bien a pesar de que era un niño,  la tristeza de la gente, los titulares en los periódicos y los comentarios en la radio.

El país ha vivido momentos similares  con la muerte de Jorge Negrete, Javier Solís y José Alfredo Jiménez. Acaso habria que agregar a Mario Moreno Cantinflas y a la excelsamente bella María Félix. La muerte de Juan Gabriel  ha ocasionado un impacto similar. En Ciudad Juárez (donde el ídolo nació), Parácuaro (el poblado de Michoacan donde nació), y en el Palacio de Bellas Artes, hay multitudes congregadas que lloran y cantan sus canciones. El afecto al “Divo de Juarez” es y será inmenso, un verdadero fenómeno de masas. Desde que lo oí por primera vez  a principios de los años setenta y más aun cuando lo ví en la televisión, siempre me he preguntado cómo un hombre de delicadas maneras femeninas y que tenía todos los atributos del estereotipo de un gay, podía ejercer tanta fascinación y cariño en un país repleto de machistas y homófobos.

Aparte de sus icónicas canciones, acaso sea ésta una de las grandes contribuciones de Juan Gabriel al imaginario popular mexicano. Buena parte de la fascinación que ha ejercido se debió a su voz atiplada y su extremo amaneramiento. Los miles de cantantes que se ganan la vida imitándolo en los más diversos escenarios, procuran repetir ese amaneramiento y parte del show es hacer coquetos acercamientos al publico masculino que presencia el espectáculo. Esto último por supuesto nunca lo hizo el eximio cantante, quien siempre tuvo una vida discreta y prudente.

Hoy le decimos adiós a Juan Gabriel. Algunas de sus canciones figuran entre mis favoritas, “Querida” por ejemplo. Le perdono su eventual oficialismo, se lo he perdonado a Consuelito Velazquez, autora de “Bésame mucho”. Le perdono su fallida promoción en 2000 del candidato priísta Labastida,  en un concierto que terminó en abucheos provocados por  el estribillo “Ni Témoc (Cárdenas), ni Chente (Fox), Francisco va a a ser el presidente”. Independientemente de eso, Juan Gabriel, enseñó a millones de personas que alguien puede ser  diferente y tener la orientación sexual con la que haya nacido o la que escoja, y al mismo tiempo tener un talento desbordante, crear música y letras con la que millones se sienten representados, y con su obra generar un amor profundo que lo hará vivir por siempre.

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