Desde que lo oí por
primera vez a principios de los años
setenta y más aun cuando lo ví en la televisión, siempre me he preguntado cómo
un hombre de delicadas maneras femeninas y que tenía todos los atributos del
estereotipo de un gay, podía ejercer tanta fascinación y cariño en un país
repleto de machistas y homófonos.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Cuando escribo estas
líneas, México esta conmocionado. Olvidando por unos momentos penas cotidianas que lo atribulan, buena
parte del pueblo mexicano sigue con atención la cobertura mediática acerca de
la muerte de Alberto Aguilera Vidal, mejor conocido como Juan Gabriel. Acaso
sea una cortina de humo de las que
frecuentemente se observan en un país sumido en la descomposición. Y he recordado en estos días, aquellos lejanos
15 y 16 de abril de 1957, cuando México quedó conmocionado con las primeras
noticias de la trágica muerte de Pedro Infante. Fue tan importante el suceso
que quedó grabado en mi memoria para siempre. Vivía entonces en la que era la
amable capital federal y recuerdo muy bien a pesar de que era un niño, la tristeza de la gente, los titulares en los
periódicos y los comentarios en la radio.
El país ha vivido
momentos similares con la muerte de
Jorge Negrete, Javier Solís y José Alfredo Jiménez. Acaso habria que agregar a
Mario Moreno Cantinflas y a la excelsamente bella María Félix. La muerte de
Juan Gabriel ha ocasionado un impacto
similar. En Ciudad Juárez (donde el ídolo nació), Parácuaro (el poblado de
Michoacan donde nació), y en el Palacio de Bellas Artes, hay multitudes
congregadas que lloran y cantan sus canciones. El afecto al “Divo de Juarez” es
y será inmenso, un verdadero fenómeno de masas. Desde que lo oí por primera
vez a principios de los años setenta y
más aun cuando lo ví en la televisión, siempre me he preguntado cómo un hombre
de delicadas maneras femeninas y que tenía todos los atributos del estereotipo
de un gay, podía ejercer tanta fascinación y cariño en un país repleto de
machistas y homófobos.
Aparte de sus icónicas
canciones, acaso sea ésta una de las grandes contribuciones de Juan Gabriel al
imaginario popular mexicano. Buena parte de la fascinación que ha ejercido se
debió a su voz atiplada y su extremo amaneramiento. Los miles de cantantes que
se ganan la vida imitándolo en los más diversos escenarios, procuran repetir
ese amaneramiento y parte del show es hacer coquetos acercamientos al publico
masculino que presencia el espectáculo. Esto último por supuesto nunca lo hizo
el eximio cantante, quien siempre tuvo una vida discreta y prudente.
Hoy le decimos adiós a
Juan Gabriel. Algunas de sus canciones figuran entre mis favoritas, “Querida”
por ejemplo. Le perdono su eventual oficialismo, se lo he perdonado a
Consuelito Velazquez, autora de “Bésame mucho”. Le perdono su fallida promoción
en 2000 del candidato priísta Labastida,
en un concierto que terminó en abucheos provocados por el estribillo “Ni Témoc (Cárdenas), ni Chente
(Fox), Francisco va a a ser el presidente”. Independientemente de eso, Juan
Gabriel, enseñó a millones de personas que alguien puede ser diferente y tener la orientación sexual con
la que haya nacido o la que escoja, y al mismo tiempo tener un talento
desbordante, crear música y letras con la que millones se sienten representados,
y con su obra generar un amor profundo que lo hará vivir por siempre.
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