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sábado, 1 de octubre de 2016

El neoliberalismo atroz y subalterno de nuestros días

Donde la derecha gobierna reinstala un neoliberalismo salvaje y agresivo para intentar demostrar que su círculo cero no quedó desbalanceado por los gobiernos progresistas y tienen incluso más fuerza que antes, lo cual es una falacia, pues aunque parezca contraproducente, el retorno neoliberal en esas condiciones es una muestra de debilidad.

Luis Manuel Arce / Prensa Latina

Parece que quedan pocas dudas de que en Argentina, Brasil, Paraguay y Honduras la política económica neoliberal radicalizada por ajustes severos, está devolviendo al hambre y la miseria a los que fueron sacados de ellas, como diría el teólogo Leonardo Boff.

Las calles ya empiezan a vibrar, particularmente en Argentina y Brasil, donde la gente sale en manifestaciones cada vez más multitudinarias para protestar contra las medidas neoliberales de Macri y Temer.

No hace falta que pase más tiempo para constatar la apremiante necesidad de cortar el paso a la distopía y levantar un nuevo muro sobre los cimientos de aquella utopía forjada por Hugo Chávez, Kirchner y Lula, seguida y mantenida por Correa y Evo Morales.

Lo importante está en tomar en cuenta los errores cometidos para no caer de nuevo en ellos y comprender que la conciliación de clases es un espejismo creado por el capitalismo neoliberal en esta fase de exagerada concentración de la riqueza.  La realidad cruda es que la lucha entre ellas es permanente aun cuando la burguesía se proletarice o el proletariado se aburguese.

Ascensos al poder como los de Macri y Temer jamás deben ser considerados el fin de la historia, sino acicate para continuarla, buscar la unidad y corregir el tiro pues las fuerzas progresistas tienen muy poco margen para los fracasos. La batalla planteada por la derecha es de vida o muerte, como se ha visto en Brasil con el golpe parlamentario a Dilma y la cacería a Lula, y así hay que asumirla.

Donde la derecha gobierna reinstala un neoliberalismo salvaje y agresivo para intentar demostrar que su círculo cero no quedó desbalanceado por los gobiernos progresistas y tienen incluso más fuerza que antes, lo cual es una falacia, pues aunque parezca contraproducente, el retorno neoliberal en esas condiciones es una muestra de debilidad.

A pesar de todo, la izquierda no está derrotada ni replegada como se demuestra en Venezuela donde la derecha no ha logrado imponer la violencia y el chavismo se recupera en medio de una enconada lucha de clases y un proceso ideológico para rescatar la originalidad y la fuerza de su cultura y de su historia.

Los Macri, o los Temer, y algunos más, han dado a luz un sistema de antihéroes, probablemente el más cabal de nuestra época, y ese es un eje central de la crisis del espíritu que se vive en especial en Brasil y Argentina.

Un sistema antihéroe con una brújula moral de falsos valores emocionales opuestos a aquellos reconocidos por la sociedad, y sus cabecillas viven como tuercas locas sin importarles ni el orden ni el caos que generan, haciendo lo que en cada momento piensan según sus reglas y ambiciones, como monarcas de una sociedad contaminada por sí mismos, en la que la dignidad humana es una categoría de quinta para ellos.

Los antihéroes tienen un grave problema, y es que a lo largo de sus vidas no logran entender que carecen de esencia, que son como un saco vacío, estrujado, sin forma ni contenido, porque no son héroes, ni pensadores, no tienen existencia histórica, y en el flujo y reflujo de ese agotador trabajo de ser visibles, hacen barbaridades porque para ellos todo se vale, y sin aparente cargo de conciencia.

Sus propias reglas éticas las rompen cuando les viene en ganas y se abalanzan a una vida vulgar, genérica, mediocre ante lances difíciles como las evidencias de corrupción con los papeles de Panamá o Bahamas, o escándalos como Lava Jato que los involucra.

Aún con ese lastre tan negativo armaron bochornosos montajes como el juicio parlamentario a Dilma Rousseff o la campaña de descrédito y amenazas a Cristina Fernández, o lo que hacen ahora en Ecuador contra Rafael Correa, en Bolivia contra Evo o en El Salvador a los líderes del Frente Farabundo Martí.

Esa crisis del espíritu no es general, sino atinente únicamente a la autocracia de pacotilla que reina como aquellos saurios que no saben andar sin hacer bulla.

Estos señores, con su apetencia de grandeza y su incultura, buscan destruir la utopía y construir una distopía para erigir sobre los escombros de los sueños de la gente un monumento a la petulancia, la malversación y la macrocorrupción.


Mientras tratan de agrandar sus figuras con modos chabacanos, intentan enterrar el culto a próceres de la Independencia –como Henry Ramos Allup en Venezuela con Bolívar y Chávez- cada vez más alejados de las generaciones contemporáneas, y más invisibles a los jóvenes que tratan de deformar en las escuelas con nuevos y engañosos curriculum, y en las calles con una cultura de hojalata y consumista al servicio de un neoliberalismo atroz, devastador y subalterno.

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