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sábado, 19 de noviembre de 2016

Las elecciones en Estados Unidos

“Los Estados Unidos son potentes y grandes”, escribió Rubén Darío en su crítico poema a Theodore Roosevelt. Sólo que esa potencia y grandeza ciertas han dado desde antiguo para tejer leyendas e ilusiones; como que ya Alexis de  Tocqueville,  invisibilizando la esclavitud, interpretó que la ventaja de los americanos es que nacieron iguales y no tuvieron que luchar por ello.

Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

"El monstruo del monstruo",
de Helguera (LA JORNADA).
Ganó el candidato Donald Trump la presidencia de los Estados Unidos de América; y si ello fue posible es porque además de su legión de votantes hizo mucho por el triunfo el “establishment”, al que la cúpula del Partido Demócrata no es ajena. Sus principales líderes,  por de pronto,  impidieron quizá con malas artes,  la postulación del senador socialista Bernie Sanders que tal vez  hubiera obtenido otro resultado, puestos a ejercitar  la historia contrafáctica.

Bien dice el refrán que no se puede escupir al cielo y tanto se atacó a los llamados “populismos latinoamericanos” desde el Norte, con previsible y en extremo repetitivo eco en las serviles oligarquías locales, que ahora todos deberán beber el fruto agrio de otro populismo, de derecha eso sí, para no sumar aún más intranquilidad a los que mueven las palancas del capitalismo internacional. Los analistas hablan de un voto de la clase media baja de raza blanca que habría inclinado la balanza, cosa que genera una suerte de  vértigo temporal ante el dato de una no cancelada realidad racista escapada de “La cabaña del tío Tom”.

Por eso mientras los poderes mundiales, salvo el ex KGB Putin, miran con recelo a Trump, en verdad habría que preocuparse por sus votantes. Porque más allá de que el sistema tenga anticuerpos para neutralizar al nuevo presidente, según la explicación del politólogo  Loris Zanatta, y que en los hechos no pueda llevar a cabo su delirante programa  contra la inmigración, desarrollar un proteccionismo en grado autista que con  prudencia podría ser beneficioso para la reactivación industrial, dar por tierra con el plan de seguridad social de Obama o practicar un extremismo belicista, sabemos sí que sus partidarios sufragaron por todas o algunas de esas consignas y seguramente se sentirán contrariados en caso de moderarse el nuevo huésped de la Casa Blanca.  ¿Derecho a equivocarse de la ciudadanía? Puede ser, aunque cabe recordar que Hitler había escrito ya “Mi lucha” cuando fue plebiscitado.

Se comprende la frustración económica de amplios sectores de la población, se toma nota de la crisis de representatividad de los dos grandes partidos históricos e incluso de la mala imagen de su contrincante. Más difícil será pasar por alto desde una perspectiva ética el egoísmo del sálvese quien pueda y  la ausencia de solidaridad  demostrada al  votar por un misógino, discriminador, abusador, violento verbal y sin experiencia en la función pública. Se comprueba aquí que es un mal generalizado la identificación con los poderosos por parte de aquellos a los que los poderosos desprecian.

Poco importa la derrota de la señora Clinton: en la democracia se gana o pierde y lo único lamentable es desentenderse de los valores democráticos y progresistas en las disputas electorales. En ese sentido  los vencidos han sido  Kennedy y Carter, el Reverendo Martin Luther King y Malcom X, las luchadoras de color Claudette Colvin y Rosa Parks, la activista por los derechos humanos Patricia Derian, el senador Edward Kennedy enemigo declarado de las dictaduras latinoamericanas, el recientemente fallecido militante contra la Guerra de Vietnam Tom Hayden, Joan Baez, Bob Dylan, el lingüista Noam Chomsky y sin duda buena parte de la opinión pública norteamericana, que hasta hace sentir su repudio en las calles de varias ciudades, en tanto  el Ku Klux Klan –lo informó  La Nación del 12 de noviembre del corriente-  preparaba un acto en un lugar a determinar para celebrar el triunfo.

“Los Estados Unidos son potentes y grandes”, escribió Rubén Darío en su crítico poema a Theodore Roosevelt. Sólo que esa potencia y grandeza ciertas han dado desde antiguo para tejer leyendas e ilusiones; como que ya Alexis de  Tocqueville,  invisibilizando la esclavitud, interpretó que la ventaja de los americanos es que nacieron iguales y no tuvieron que luchar por ello. Y como que también el tan mentado “sueño americano”,  es  cada vez menos conciliado allá. Por eso y porque difícilmente un energúmeno resuelva nada, suena  más que oportuno el SOS  lanzado por el ex presidente uruguayo José Mujica: “!Socorro!

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