“Los Estados Unidos son potentes y grandes”, escribió Rubén Darío en
su crítico poema a Theodore Roosevelt. Sólo que esa potencia y grandeza ciertas
han dado desde antiguo para tejer leyendas e ilusiones; como que ya Alexis
de Tocqueville, invisibilizando la esclavitud, interpretó que
la ventaja de los americanos es que nacieron iguales y no tuvieron que luchar
por ello.
Carlos María Romero
Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
"El monstruo del monstruo", de Helguera (LA JORNADA). |
Ganó el candidato Donald Trump la presidencia de los Estados Unidos de
América; y si ello fue posible es porque además de su legión de votantes hizo
mucho por el triunfo el “establishment”, al que la cúpula del Partido Demócrata
no es ajena. Sus principales líderes,
por de pronto, impidieron quizá
con malas artes, la postulación del
senador socialista Bernie Sanders que tal vez
hubiera obtenido otro resultado, puestos a ejercitar la historia contrafáctica.
Bien dice el refrán que no se puede escupir al cielo y tanto se atacó
a los llamados “populismos latinoamericanos” desde el Norte, con previsible y
en extremo repetitivo eco en las serviles oligarquías locales, que ahora todos
deberán beber el fruto agrio de otro populismo, de derecha eso sí, para no
sumar aún más intranquilidad a los que mueven las palancas del capitalismo internacional.
Los analistas hablan de un voto de la clase media baja de raza blanca que
habría inclinado la balanza, cosa que genera una suerte de vértigo temporal ante el dato de una no
cancelada realidad racista escapada de “La cabaña del tío Tom”.
Por eso mientras los poderes mundiales, salvo el ex KGB Putin, miran
con recelo a Trump, en verdad habría que preocuparse por sus votantes. Porque
más allá de que el sistema tenga anticuerpos para neutralizar al nuevo
presidente, según la explicación del politólogo
Loris Zanatta, y que en los hechos no pueda llevar a cabo su delirante
programa contra la inmigración,
desarrollar un proteccionismo en grado autista que con prudencia podría ser beneficioso para la
reactivación industrial, dar por tierra con el plan de seguridad social de
Obama o practicar un extremismo belicista, sabemos sí que sus partidarios
sufragaron por todas o algunas de esas consignas y seguramente se sentirán
contrariados en caso de moderarse el nuevo huésped de la Casa Blanca. ¿Derecho a equivocarse de la ciudadanía?
Puede ser, aunque cabe recordar que Hitler había escrito ya “Mi lucha” cuando
fue plebiscitado.
Se comprende la frustración económica de amplios sectores de la
población, se toma nota de la crisis de representatividad de los dos grandes
partidos históricos e incluso de la mala imagen de su contrincante. Más difícil
será pasar por alto desde una perspectiva ética el egoísmo del sálvese quien
pueda y la ausencia de solidaridad demostrada al
votar por un misógino, discriminador, abusador, violento verbal y sin
experiencia en la función pública. Se comprueba aquí que es un mal generalizado
la identificación con los poderosos por parte de aquellos a los que los
poderosos desprecian.
Poco importa la derrota de la señora Clinton: en la democracia se gana
o pierde y lo único lamentable es desentenderse de los valores democráticos y
progresistas en las disputas electorales. En ese sentido los vencidos han sido Kennedy y Carter, el Reverendo Martin Luther
King y Malcom X, las luchadoras de color Claudette Colvin y Rosa Parks, la
activista por los derechos humanos Patricia Derian, el senador Edward Kennedy
enemigo declarado de las dictaduras latinoamericanas, el recientemente
fallecido militante contra la Guerra de Vietnam Tom Hayden, Joan Baez, Bob
Dylan, el lingüista Noam Chomsky y sin duda buena parte de la opinión pública
norteamericana, que hasta hace sentir su repudio en las calles de varias
ciudades, en tanto el Ku Klux Klan –lo
informó La Nación del 12 de noviembre del corriente- preparaba un acto en un lugar a determinar
para celebrar el triunfo.
“Los Estados Unidos son potentes
y grandes”, escribió Rubén Darío en su crítico poema
a Theodore Roosevelt. Sólo que esa potencia y grandeza ciertas han dado desde
antiguo para tejer leyendas e ilusiones; como que ya Alexis de Tocqueville,
invisibilizando la esclavitud, interpretó que la ventaja de los
americanos es que nacieron iguales y no tuvieron que luchar por ello. Y como
que también el tan mentado “sueño americano”,
es cada vez menos conciliado
allá. Por eso y porque difícilmente un energúmeno resuelva nada, suena más que oportuno el SOS lanzado por el ex presidente uruguayo José
Mujica: “!Socorro!
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