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sábado, 17 de diciembre de 2016

Decencia e ideología

La corrupción ha estado presente en los gobiernos de izquierda que han surgido en los últimos años. Esto sucede porque es un mal sin preferencias políticas ni ideológicas. Y hoy cuando se debate la existencia de un fin de ciclo de los gobiernos progresistas, uno de los temas que habrá que evaluar es el papel de la corrupción en el desgaste político que han estado sufriendo.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

A mediados de agosto de 1867, el general Severo del Castillo se preparaba para entrar a la eternidad. Un Consejo de Guerra lo había condenado a muerte por haber  sido un activo militar a favor de Maximiliano de Habsburgo en la intervención francesa en México. Dos meses atrás el propio Maximiliano y los generales Tomás Mejía y Miguel Miramón, habían sido fusilados pese a solicitudes de clemencia a Benito Juárez provenientes de todos lados. Juárez fue inflexible. Había que castigar de manera ejemplar el baño de sangre que los conservadores habían propiciado al desatar la guerra civil trayendo a un emperador europeo para frenar a los liberales.

Cuenta el periodista e historiador de derecha, Armando Fuentes Aguirre “Catón”, que el general del Castillo le pidió al coronel liberal Carlos Fuero, un cura y un abogado para confesión y testamento. El coronel Fuero le respondió al general que saliera de la cárcel, arreglara sus asuntos y regresara a cumplir su pena de muerte. Asombrado el general conservador le preguntó al coronel liberal: “¿qué garantía tienes de que regresaré para enfrentarme al pelotón de fusilamiento?”. Y el coronel respondió: “Su palabra de honor”. El coronel Fuero se quedaría en la celda esperando el regreso del condenado a muerte. A la mañana siguiente, el general Severo del Castillo regresó y salvó la vida del coronel que por su gesto hubiese sido fusilado en lugar del general.  Dice “Catón” que conmovido por la historia de decencia, Juárez terminó indultando al general.

La anécdota de ser cierta, tiene un enorme valor ético en estos tiempos en que la política ha llegado a los extremos más aberrantes. En México y en otros lugares, la corrupción se ha convertido en un cáncer letal. En la clase política un chiste común  es que en “política, moral es un árbol que da moras”. En Guatemala, la corrupción hizo aflorar la política de la “antipolítica” y el pueblo hastiado de la venalidad de los políticos,  terminó eligiendo a un político disfrazado de ciudadano. La corrupción no es  exclusiva del Estado como parece pregonar el neoliberalismo, olvidando que en las cúspides empresariales  dicha corrupción también existe de manera rampante. Maquiavelo pregonó que ética y política transitaban  por carriles distintos y en todo caso me queda claro que la moral privada y la moral pública obedecen a lógicas distintas.

La corrupción ha estado presente en los gobiernos de izquierda que han surgido en los últimos años. Esto sucede porque es un mal sin preferencias políticas ni ideológicas. Y hoy cuando se debate la existencia de un fin de ciclo de los gobiernos progresistas, uno de los temas que habrá que evaluar es el papel de la corrupción en el desgaste político que han estado sufriendo. La sensibilidad ciudadana ante  la corrupción es tan grande, que la derecha y el imperio han sabido usarla para desestabilizar a dichos gobiernos. Al extremo de que en Brasil,  una derecha corrupta logró derrocar a una presidenta que no lo era.

Indudablemente, la honestidad se ha vuelto una poderosa arma política.


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