Paradójicamente, las
puertas que cierra Trump en sus relaciones con la comunidad internacional, y de
manera particular con América Latina, podrían abrir un abanico de oportunidades
inéditas para nuestros pueblos, en el camino mayor de construcción del proyecto
de unidad, integración y emancipación latinoamericana y caribeña.
Andres Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Nadie ha permanecido
indiferente a los decretos de estos primeros días del gobierno de Donald Trump
en los Estados Unidos. En un claro intento por desmarcarse de las ambigüedades de
su antecesor (que, durante 8 años largos años, no fue capaz de cumplir su
promesa de campaña y hacer efectivo el cierre de la cárcel de Guantánamo), y
afirmando su pretendida imagen de hombre de acción –y no de político tradicional-, el nuevo
presidente posicionó su agenda conservadora, proteccionista, xenófoba y
negacionista del cambio climático, más pronto de lo que habían estimado
distintos analistas. Confrontativo y
socarrón, Trump parece decidido a no perder tiempo y a llevar las tensiones al
punto máximo, para probar los límites de su poder.
Más allá del efectismo
político, estas acciones ejecutivas de la administración Trump van configurando
escenarios complejos para América Latina, en tanto auguran una transformación
radical del estado de cosas y de no pocas certidumbres ideológicas sobre las
cuales se había asentado el proyecto neoliberal en las últimas tres décadas y
que, en primera instancia, amenazan con
más fuerza a la región mesoamericana –México y Centroamérica-, donde la
condición de dependencia y subordinación a los Estados Unidos ha llegado más
lejos. Aquí, por ejemplo, cambios en la política migratoria como los anunciados
por la Casa Blanca tendrán profundas implicaciones económicas, sociales,
políticas y, en definitiva, humanas. Y lo mismo ocurre con el golpe de timón en
materia comercial, con la estocada a la política de tratados de libre comercio
–como el TLCAN o el llamado acuerdo TTP-, que desde los días de la
administración de Bill Clinton, a mediados de la década de 1990, las derechas
vernáculas asumieron como dogma de fe y tradujeron en programas de gobierno y
reformas legales, incluso constitucionales, que apuntalaron la dominación
estadounidense sobre la región.
Estamos, pues, ante una
situación que, si bien se barajaba como una posibilidad, se advertía remota y
resultaba difícil de imaginar hace apenas unas semanas, toda vez que representa
un punto de inflexión en el rumbo de la globalización neoliberal, y un cambio
en las posturas de Washington que, junto a la crisis en la que ya navegaba el
gobierno de Barack Obama, acaba por proyectar una imagen de fractura y
debilitamiento de su liderazgo en el mundo. En estas circunstancias, la fuerza
militar y la política de arrinconamiento,
como la que ya sufre México, se vislumbran como el camino a seguir por Trump, y
ahí radica uno de los más graves peligros.
¿Qué podemos hacer
ahora? ¿Cuáles son nuestras alternativas?
Paradójicamente, las
puertas que cierra Trump en sus relaciones con la comunidad internacional, y de
manera particular con América Latina, podrían abrir un abanico de oportunidades
inéditas para nuestros pueblos, en el camino mayor de construcción del proyecto
de unidad, integración y emancipación latinoamericana y caribeña.
Para ello, es necesario
que las izquierdas se rearticulen y forjen nuevos arcos de alianzas sociales, y
que actúen con audacia frente al desconcierto de las derechas, que ven
derrumbarse súbitamente el castillo de naipes del neoliberalismo. En su
decadencia, el imperio levanta muros y se cierra sobre sí mismo, y acaso esto
constituya una bocanada de oxígeno para que las fuerzas antineoliberales,
progresistas y nacional-populares de latinoamericanas reconquisten los espacios
perdidos en la lucha política.
Una vez más, la
historia coloca frente a nuestros ojos verdades evidentes: las respuestas están
en nosotros mismos, en nuestra marcha unida “en cuadro apretado, como la plata
en las raíces de los Andes” –al decir de José Martí-, y en la capacidad de superar prejuicios y
falsos dilemas para forjar un futuro común para nuestra América, a pesar del
“desdén del vecino formidable, que no la conoce”.
La lección es clara:
nuestro norte es el sur. Siempre lo será.
Me parece muy interesante el artículo estimado Andres Mora Ramírez y coincido en permitirnos pensar la amenaza Trump real también en términos de oportunidades para nuestros pueblos en lo que respecta a unirnos, integrarnos, superando prejuicios y falsos dilemas para forjar un futuro común para nuestra América. Seguimos atentas-os y compartimos en nuestras redes hermanas http://educacionyeconomiasocial.ning.com/ y https://curriculumglobaleconomiasolidaria.wordpress.com/ para más acciones colaborativas y colectivas.Saludos cordiales
ResponderEliminarSería muy interesante y positivo ver q las izquierdas se unan realmente, con los objetivos macro claros, dejando de lado purismos y personalismos q le hacen el juego a la derecha. Entonces si, la fuerza latinoamericana será una guía mundial para dar vuelta la tortilla.
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