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sábado, 18 de febrero de 2017

Correa, la Revolución Ciudadana y la dignidad latinoamericana

En sus condiciones específicas, y con su horizonte de posibilidades, el pueblo ecuatoriano supo forjar en estos años de Revolución Ciudadana un camino propio para la construcción de su futuro. Sus enemigos le llaman, con mucha ignorancia y mucha más mala fe, “populismo”; para nosotros, se trata de la reivindicación de la dignidad nacional como faro de la praxis política.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

A finales del año 2010 llegó a nuestras manos el libro Ecuador: de Banana Republic a la No República, del presidente Rafael Correa: una obra en la que, a partir, del recuento histórico de las desventuras y desastres del neoliberalismo en el país suramericano, desde el boom petrolero y la crisis de la deuda externa a finales de la década de 1970, hasta los tiempos del aperturismo económico, la dolarización y “el suicidio monetario” de finales de los años 1990 y principios del siglo XXI -que sumieron en la tragedia del exilio económico a 2,5 millones de personas-, el mandatario ecuatoriano exponía algunos aspectos clave de su pensamiento económico y político, en los que era posible advertir los contornos ideológicos, las aspiraciones, matices y también las limitaciones de la Revolución Ciudadana (que hoy se nos presentan vinculadas al debate y las tensiones no resueltas en América Latina entre desarrollo económico, neoextractivismo y las relaciones naturaleza-sociedad).
 

Leer aquella vigorosa crítica al neoliberalismo y sus dogmas de fe desde un país como Costa Rica, pequeña no república neoliberal centroamericana, inmersa en la zona de influencia inmediata de los Estados Unidos –con todo lo que esto ha implicado en nuestra historia reciente, en los órdenes de lo político, lo económico, lo cultural e ideológico-, hizo inevitable la identificación con el proceso ecuatoriano: aquí y allá, la lucha se perfilaba contra los intereses espurios de actores locales y extranjeros enquistados en gobiernos que renunciaron a la defensa del bien común; aquí y allá, el enemigo era el mismo: unas élites antinacionales que viven al pendiente del sueño de la modernidad deforme de la globalización hegemónica. Desde entonces, seguimos con interés y solidaridad nuestroamericana el proyecto político posneoliberal del presidente Correa y Alianza País, entendiendo que este se proponía dejar atrás el tiempo de la no república por medio de la convergencia de amplios sectores sociales, la reconquista de la soberanía nacional en todos los ámbitos, la acción colectiva democratizadora, la integración regional y el progresivo retorno de un Estado que regula la actividad económica y procura el bienestar social. 

Al cabo de una década de gobierno, y a pesar del golpismo y las conspiraciones internas, así como el impacto de la crisis económica global de los últimos años, que ha sido especialmente fuerte para los países latinoamericanos productores de materias primas y recursos energéticos, la Revolución Ciudadana exhibe incuestionables conquistas, en una ruta que siempre podrá ser perfectible: según datos del  Instituto Nacional de Estadística y Censos, entre 2007 y 2015, el porcentaje de personas que vivían en condición de pobreza pasó del 36,7 al 23,7 (lo que corresponde a más de un millón de personas), y en pobreza extrema bajó del 16,5 al 8,5 por ciento. Entre 2007 y 2013 la desigualdad, medida con el coeficiente de Gini, bajó de 0,55 a 0,49, un registro mucho mejor  que el desempeño general de América Latina en ese período, que experimentó una reducción de solo dos puntos (del 0,52 al 0,50). En este decenio, también aumentó la matrícula de niños en educación básica –en particular, de los sectores más pobres de la población-, creció la inversión en educación superior (2% del PIB); la inversión pública alcanzó el 9% del PIB, aumentó el salario mínimo (de $160 a $366 dólares), se amplió sistemáticamente la cobertura de seguridad social y se construyeron 21 nuevos hospitales,  entre otros logros destacados.

En sus condiciones específicas, y con su horizonte de posibilidades, el pueblo ecuatoriano supo forjar en estos años de Revolución Ciudadana un camino propio para la construcción de su futuro. Sus enemigos le llaman, con mucha ignorancia y mucha más mala fe, “populismo”; para nosotros, se trata de la reivindicación de la dignidad nacional como faro de la praxis política. Ese es el legado del liderazgo político de Rafael Correa y la lección que deja para toda nuestra América.

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