En sus condiciones
específicas, y con su horizonte de posibilidades, el pueblo ecuatoriano supo
forjar en estos años de Revolución Ciudadana un camino propio para la
construcción de su futuro. Sus enemigos le llaman, con mucha ignorancia y mucha
más mala fe, “populismo”; para nosotros, se trata de la reivindicación de la
dignidad nacional como faro de la praxis política.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
A finales del año 2010
llegó a nuestras manos el libro Ecuador:
de Banana Republic a la No República, del presidente Rafael Correa: una
obra en la que, a partir, del recuento histórico de las desventuras y desastres
del neoliberalismo en el país suramericano, desde el boom petrolero y la crisis
de la deuda externa a finales de la década de 1970, hasta los tiempos del
aperturismo económico, la dolarización y “el suicidio monetario” de finales de
los años 1990 y principios del siglo XXI -que sumieron en la tragedia del
exilio económico a 2,5 millones de personas-, el mandatario ecuatoriano exponía
algunos aspectos clave de su pensamiento económico y político, en los que era
posible advertir los contornos ideológicos, las aspiraciones, matices y también
las limitaciones de la Revolución Ciudadana (que hoy se nos presentan
vinculadas al debate y las tensiones no resueltas en América Latina entre
desarrollo económico, neoextractivismo y las relaciones naturaleza-sociedad).
Leer aquella vigorosa
crítica al neoliberalismo y sus dogmas de fe desde un país como Costa Rica, pequeña no república neoliberal
centroamericana, inmersa en la zona de influencia inmediata de los Estados
Unidos –con todo lo que esto ha implicado en nuestra historia reciente, en los
órdenes de lo político, lo económico, lo cultural e ideológico-, hizo
inevitable la identificación con el proceso ecuatoriano: aquí y allá, la lucha
se perfilaba contra los intereses espurios de actores locales y extranjeros
enquistados en gobiernos que renunciaron a la defensa del bien común; aquí y
allá, el enemigo era el mismo: unas élites antinacionales que viven al
pendiente del sueño de la modernidad deforme de la globalización hegemónica.
Desde entonces, seguimos con interés y solidaridad nuestroamericana el proyecto
político posneoliberal del presidente Correa y Alianza País, entendiendo que este
se proponía dejar atrás el tiempo de la no
república por medio de la convergencia de amplios sectores sociales, la
reconquista de la soberanía nacional en todos los ámbitos, la acción colectiva
democratizadora, la integración regional y el progresivo retorno de un Estado
que regula la actividad económica y procura el bienestar social.
Al cabo de una década
de gobierno, y a pesar del golpismo y las conspiraciones internas, así como el
impacto de la crisis económica global de los últimos años, que ha sido
especialmente fuerte para los países latinoamericanos productores de materias
primas y recursos energéticos, la Revolución Ciudadana exhibe incuestionables
conquistas, en una ruta que siempre podrá ser perfectible: según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos,
entre 2007 y 2015, el porcentaje de personas que vivían en condición de pobreza
pasó del 36,7 al 23,7 (lo que corresponde a más de un millón de personas), y en
pobreza extrema bajó del 16,5 al 8,5 por ciento. Entre 2007 y 2013 la
desigualdad, medida con el coeficiente de Gini, bajó de 0,55 a 0,49, un
registro mucho mejor que el desempeño
general de América Latina en ese período, que experimentó una reducción de solo
dos puntos (del 0,52 al 0,50). En este decenio, también aumentó la matrícula de
niños en educación básica –en particular, de los sectores más pobres de la
población-, creció la inversión en educación superior (2% del PIB); la
inversión pública alcanzó el 9% del PIB, aumentó el salario mínimo (de $160 a
$366 dólares), se amplió sistemáticamente la cobertura de seguridad social y se
construyeron 21 nuevos hospitales, entre
otros logros destacados.
En sus condiciones
específicas, y con su horizonte de posibilidades, el pueblo ecuatoriano supo
forjar en estos años de Revolución Ciudadana un camino propio para la
construcción de su futuro. Sus enemigos le llaman, con mucha ignorancia y mucha
más mala fe, “populismo”; para nosotros, se trata de la reivindicación de la dignidad
nacional como faro de la praxis política. Ese es el legado del liderazgo
político de Rafael Correa y la lección que deja para toda nuestra América.
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